El tema de la
muerte, es, ha sido y seguirá siendo motivo o pretexto para la elaboración de
textos literarios en prosa o poesía de numerosos autores de todos los tiempos.
En mi producción
sobre la muerte, además de textos en prosa de carácter histórico y literario,
se encuentran varios poemas, uno de ellos, es el que pongo a continuación.
UN MANTO DE NEGRAS SOMBRAS
Tras las
cortinas de oscuro color
se mueven las
sombras
de la muerte y
yo.
Un murciélago
agorero
se cruzó tras
los cristales
y un manto de
negras sombras
se abatieron
sobre mí.
Y espero que en
la oscuridad
de la noche
desdentada
entreabra sus
ventanas una vez
haciendo
penetrar la brisa,
gélida de luz
eterna,
y envuelta en su
negro manto
seduzca
definitiva
a éste galán de
la noche.
Calle del Cementerio. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Alumbres fue durante mucho tiempo
parroquia de un extenso territorio, que empezaba en El Hondón y llegaba hasta
Los Belones, pasando por La Media Legua,
Vista Alegre, El Abrevadero, Roche, Alumbres, Borricén, Escombreras, El
Gorguel, Los Partidarios, La Esperanza, El Garbanzal, La Unión, Portman, El
Algar y San Ginés de la Jara.
Cuando alguien de uno
de los pueblos más alejados moría, primero se le hacía un largo velatorio según
la costumbre de la época, y después, con el cuerpo en estado de descomposición
ya, había que transportarlo a lomos de un animal o en carreta hasta la iglesia
de Alumbres donde el cura le daba el responso, y después se le enterraba.
Los tiempos fueron
cambiando y las costumbres también, así que a la vez que se fueron construyendo
iglesias en los pueblos, se fueron segregando las parroquias de la de Alumbres.
Además, en un principio, y hasta bien avanzado el siglo XVIII los
enterramientos se realizaban en el interior de las iglesias pero esta costumbre
se erradicó y en su lugar se fueron construyendo los cementerios fuera del
recinto de las poblaciones.
Tiempo atrás, cuando
alguien del pueblo se encontraba en el último momento, normalmente se avisaba
al cura para que fuese a darle la extremaunción y muriera en gracia de Dios y
no en pecado.
Dicen que cuando el
fatal desenlace se daba lugar, la iglesia lo anunciaba dando tres toques de
campana si el difunto era un hombre y dos si era una mujer.
Una de las costumbres más enraizadas, consistía en
que cuando alguien del pueblo moría, todos los vecinos acudían al velatorio a
cumplir con la obligación moral y social
de acompañar en su dolor a la familia del fallecido.
Lo primero que se
hacía con el muerto era amortajarlo, y para eso no servía todo el mundo, puesto
que esencialmente suponía adecentar al muerto y vestirlo con las mejores ropas
que tuviera para que su exposición al público fuese lo más digna posible, y
para evitar que el mal olor empezara a invadir la vivienda se le tapaban con
algodones todos los orificios, boca, nariz y oídos, y se le cerraban los ojos.
Las mujeres mayores que acudían al velatorio iban de
riguroso negro, como los familiares directos, no solo para no desentonar con el
ambiente de tristeza general, sino porque todas tenían algún muerto al que
recordar, y formaban un cortejo de plañideras al lado de los familiares
femeninos del difunto, dentro o muy cerca del dormitorio habitual donde yacía
de cuerpo presente el difunto.
Los hombres después
de dar el pésame a la familia, salían a la calle y aprovechaban la ocasión para
saludar a los amigos que hacía tiempo que no veían, y con los que se entablaba
una animada conversación, que a veces, iba degenerando de forma inevitable
hasta el punto de que se podía formar un fuerte vocerío y escucharse alguna
inoportuna risa, por supuesto no deseada, que inmediatamente era recriminada
por algún otro asistente, que con el gesto serio y compungido pedía un
respetuoso silencio para el muerto.
En los largos velatorios de entonces se hacía
imprescindible la ingestión de estimulantes como el café, además de la reposición
de fuerzas, y esta era una tarea para la que siempre se encontraba la solidaria
colaboración de las vecinas más cercanas e íntimas, así como los familiares de
segundo orden que ayudaban en todo cuanto fuese necesario. Los caldos de carne
o consomés para los familiares suponían un recurso bastante frecuente en los
velatorios.
El día del entierro pasaba irremisiblemente por el
transporte del féretro a hombros de los familiares y amigos varones más
allegados hasta la iglesia, con el cura y algún monaguillo portando la cruz que
encabezaba el cortejo fúnebre, y allí, después de un largo responso del señor
cura de la parroquia, en el que a veces recordaba las virtudes del difunto,
pero otras, hacía especial hincapié en la fugacidad de la vida terrenal, corto
y mero tránsito que había que aprovechar para purificar las almas y gozar de la
vida eterna en el más allá.
Las mujeres más allegadas del familiar difunto se
quedaban en casa, y al interior de la iglesia para escuchar la misa entraban
los parientes femeninos de la familia, junto con las vecinas y amigas que las
acompañaban y las beatas de costumbre, cubriendo sus cabezas con negros velos,
y fuera, en la plaza de la Iglesia, esperaban los hombres en animados corrillos
a que el señor cura terminara su sermón.
Al lado del último edificio de la derecha es donde los
vecinos dan el último adiós al difunto. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Después, nuevamente a hombros, el féretro era
transportado hasta el final de la calle del Cementerio, y allí, en la esquina
que hace con la calle Boquera, se introducía en el coche fúnebre, mientras que
los familiares se disponían uno al lado del otro, para que los vecinos pasaran
en fila por delante de ellos con gesto serio y triste mostrándoles su
respetuoso y solidario pesar, a la vez que daban su último adiós al difunto y
enseguida se volvían para atrás a seguir con sus ocupaciones habituales
interrumpidas.
Lo cierto, es que este sigue siendo el lugar donde
los alumbreños rinden el último homenaje a sus paisanos y amigos difuntos que
aún utilizan el sistema de enterramiento. Antes de la existencia de los
tanatorios, las mujeres de la familia no acompañaban al difunto, sin embargo en
la actualidad, incluso se las ve formar parte del cortejo de familiares que
reciben el pésame del vecindario en la calle Cementerio.
El entierro propiamente dicho, se sigue realizando
en presencia de los familiares, a quienes al parecer, se les concede el derecho
a ser los últimos que le digan adiós al difunto con un mínimo de intimidad. Los
adioses más dolorosos, los llantos más desgarradores, quedan reservados para
ellos en tan triste momento.
Luego venía el luto, la exteriorización del
dolor de los familiares por el ser desaparecido. Vestían ropas negras, para que
todos supieran que alguien muy querido había muerto. Durante una larga
temporada no se asistía ni se celebraban fiestas de ninguna clase, ni se
escuchaba música, y se paraban los relojes de la casa, los visillos blancos de
las puertas de cristales se tornaban negros y se daba la vuelta a los cuadros.
La tristeza quedaba marcada en cada rincón de la vivienda del difunto que en
buena medida enterraba con él/ella, las ganas de vivir de los que dejaba.
Tanatorio. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Los tiempos cambian las costumbres y en la
actualidad los velatorios se realizan mayoritariamente en los tanatorios, que
son lugares públicos más adecuados que las viviendas particulares, y además,
casi nadie usa ya la ropa negra para exteriorizar el dolor que cada cual siente
por la pérdida de un familiar querido.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.
Poema
-Francisco Atanasio Hernández. Un manto de negras sombras.
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
-Mis recuerdos.
Ruego disculpas a todos los lectores que pusieron un comentario en mi blg, pero quiero aclarar que no he sido yo el responsable de su eliminación, sino de la API de Gogle + que ha dejado de estar disponible y que no me ha dado opción de mantenerlos o recuperarlos. Gracias por vuestra comprensión.
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