Algunos
días antes del 1 de noviembre, día de Todos los Santos, las mujeres del pueblo
empezaban a ir al cementerio a limpiar los lugares de enterramiento de sus
familiares difuntos.
Había
quienes tenían que quitar las malvas, gramas, y otras matas que crecían durante
el año sobre el túmulo de tierra del enterramiento, y después esparcían agua
por encima para que se aplastara la tierra removida. Además pintaban con cal
las piedrecitas con las que se cercaban los límites de las fosas, y si era
preciso, también se pintaba la blanca cruz que se disponía en la cabecera. Cada
cual hacía todo lo que fuese posible con tal de adecentar la última morada
donde yacían los restos del ser querido.
Otros
vecinos con economías más solventes, habían podido costearse una lapida de
mármol que cubriera el enterramiento, y su limpieza resultaba más sencilla y
lucida, así que sólo había que fregar la piedra y los floreros para que todo
quedara reluciente.
Cementerio de Alumbres. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Aquellas
familias que tenían panteón eran las privilegiadas con poder económico
suficiente como para ostentar la diferencia entre ellos y los demás mortales.
Los panteones son construcciones muy parecidas a una vivienda habitual, aunque
de dimensiones reducidas, sin embargo, el interior suele estar recubierto de
mármol mostrando un lujo y confort a veces exagerado. En éstos, con pasar un
trapo húmedo por suelos y paredes, y cambiar las flores viejas por otras
frescas se queda limpio y brillante como una patena.
Pero
tanto unos como otros hacían todo lo que fuera necesario para que el día de
fiesta estuviera el enterramiento lo más presentable posible, en algunos de los
cuales, se disponía de una hornacina donde se situaba una imagen sagrada junto
a una foto del añorado difunto, y una tacita de aceite donde flotaban las
mariposas que iluminaban el pequeño escenario.
La
víspera por la noche, las casas de los vecinos se transformaban en
circunstanciales santuarios, iluminados por mariposas nadando en aceite para
que ayudaran a las ánimas del Purgatorio a encontrar el camino de la Gloria.
El
de Todos los Santos era un día de contrastes para todas las familias del
pueblo, tanto para los cristianos practicantes, como para los que no iban
habitualmente a misa, porque oficialmente, todos los españoles sin excepción
abrazaban el catolicismo, aunque después la realidad fuera otra cosa, y un
fuerte sentido supersticioso impregnaba a la mayoría de las gentes de la época,
mezclado inevitablemente con un cierto derroche de alegría y tristeza que desbordaba
las pasiones de improviso.
Bien
temprano, como mandaba la tradición, ataviados con las mejores ropas que se
tenían, el cortejo familiar cargado de flores, se disponía a encaminar sus
pasos hacia el cementerio donde pasarían la mayor parte del día.
Lo
primero que se hacía era poner las flores en los floreros y acarrear agua para
que se mantuvieran fresquitas. En los primeros tiempos, había que ir a la
Fuente del Comino a por agua, después se dispuso un aljibe enfrente del
cementerio, y en la actualidad hay grifos de agua del Taibilla en el interior
del recinto desde hace varios años.
Cementerio de Alumbres. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Después
cada uno se dedicaba a lo suyo, y lo de los críos era corretear por las
estrechas callejuelas del campo santo, mientras se tiraban los frutos
redondeados de los cipreses, que por su forma se les llamaba calaveras. También
husmeaban las fosas abiertas que habían preparadas para albergar a nuevos
inquilinos, pero sobre todo lo que más les llamaba la atención era el osario,
donde la visión de tibias y calaveras les inducía a fantasear sobre la gloria y
el infierno, y el tenebroso y desconocido mundo de los muertos. La noche del
Día de Todos los Santos, era una noche de miedos incontenibles y de indeseables
pesadillas para los niños que hubieran pasado el día en el cementerio y
asistido a los tenebrosos relatos de sus mayores.
A
media mañana era costumbre que el párroco de Alumbres se acercara al cementerio
acompañado de uno o dos monaguillos y bendijera con agua bendita, una a una
todas las fosas donde hubiera un enterramiento, a la vez que rezaba una oración
por la salvación de las almas de los difuntos.
Los
hombres, andaban de aquí para allá, curioseando o charlando con los amigos de
la Liga Nacional de Fútbol, o del fútbol del pueblo, de mujeres, o de cualquier
otro importante tema parecido relacionado con la actualidad de la época en el
país y en el pueblo, el caso era pasar el tiempo lo más distraído posible.
-
¿Viste el partido del Minerva contra Las Colonias?
-
Pues sí, y la verdad es que me gusta mucho como juegan al fútbol algunos de los
nuestros. La jugada del Zarra y el Gainza por la banda derecha y la culminación
en gol a la media vuelta del Chichi fue espectacular.
-
Paco Llor en la portería estuvo inconmensurable porque lo paraba todo y el
Pecas, el Manolo, el Lala y el Mateo defendieron estupendamente su parcela.
-
Y el Larios, el Rodri y el Menúo también estuvieron muy bien eh. En fin, es
difícil destacar a uno sólo cuando el conjunto lo hace tan bien como lo hizo
ayer.
-
Ya lo creo, aunque hay que recordar que Las Colonias es un conjunto de
juveniles técnicamente mejor preparados que El Minerva, y a pesar de que este
partido lo empataron, lo cierto es que de diez que jueguen, los nuestros
podrían perder siete u ocho por lo menos.
-
Hombre, no podemos olvidar que de ahí se llevan jugadores a equipos grandes
como el Real Madrid, el Barcelona, el Elche, etc., pero los nuestros
demostraron que si tuvieran los mismos medios que ellos podrían equilibrar la
balanza como mínimo.
-
Oye tú, hablando de todo un poco, ¿te has fijado en lo guapa que se está
poniendo Fulanita?
-
Pues sí, la chica se está desarrollando muy saludablemente, pero habla bajo que
si te escucha mi mujer estoy perdido.
Cementerio de Alumbres. Foto: Francisco Atanasio Hernández
En
cambio, para las mujeres era un día de sociedad tan deseado como abundante en
novedades. La mayoría de ellas se pasaban el día saludando a las amigas y
recordando las bondades de sus familiares difuntos entre sollozo y sollozo,
mientras que otras, las comadres de siempre, aprovechaban la ocasión para
practicar su deporte favorito y secreteaban intercambiando cotilleos de algunos
vecinos y vecinas que circulaban por el pueblo, y cuando no sabían o se
quedaban sin tema, entonces inventaban el despellejamiento de alguien que
llevaban en cartera desde hacía tiempo. Las mujeres en general y las chismosas
en particular dejaban descansar muy poco la sin hueso, y a las muchachas guapas
las ponían “bonicas” o al revés.
-
¿La has visto cómo mueve el culo cuando pasa cerca de los hombres?
-
¿Que si la he visto? A esa golfa la voy a coger yo un día y le voy a quitar las
ganas de provocar a los maridos de las demás. A mi Anselmo ya le he dicho que
el día que lo vea hablar con ella salimos en los papeles.
-
Lo mejor que hay para estos casos es buscarlo todos los días y que salga a la
calle bien escurridito, porque los tíos en cuanto van con falta se enrollan con
el primer pendón que se tropiezan por ahí.
-
Y que lo digas hija, y que lo digas, pero lo que es yo, no sé qué hacer con mi
marido, porque me usa tan poco que como me descuide me voy a ir al otro barrio
con el alma seminueva.
-
¿Oye, sabías tú que Mengano es marica?
-
Sí hija, sí, fíate tú, con lo bueno que está y dicen que pierde aceite. ¡Pero
lo de mi Anselmo no es por eso eh!
-
Hija, yo tampoco lo he dicho con intención de compararlo con tu marido. De
todas formas es una enfermedad como otra, y ya conoces el dicho “antes que
cura...”
-
Bueno, bueno, pero por si las moscas tienes que saber que Anselmo no tiene
ninguna enfermedad incurable, y lo que le pasa es que le gusta ir de flor en
flor como las abejas. ¡Si tú supieras la salud que tiene mi hombre..., lo que
pasa es que no me la muestra con mucha frecuencia porque trabaja mucho y
siempre va muy cansado!
-
Pues lleva cuidado no se tropiece con una flor carnívora y...
-
Ya que sale el tema ¿sabes lo que dicen por ahí de Sarmiento y su querido?
-
¡Huy, si yo te contara!
-
Cuenta lo que sepas mujer que yo también sé algunas cosas de esa menda.
-
Dice Renata, que vive al lado de ella y como bien sabes es su amiga más íntima,
que viene a verla todos los días a la hora de la siesta y a veces repite a
altas horas de la noche disfrazado de fantasma para asustar a los curiosos.
Cementerio de Alumbres. Foto: Francisco Atanasio Hernández
De
esa forma y otras parecidas, del cementerio, salían cada año chismes nuevos con
energía renovada para hacerlos circular por las calles del pueblo con toda su
fuerza devastadora. Sin embargo, los tiempos han cambiado, de manera que hoy,
algunos varones que van de sabelotodo por la vida, aunque en realidad no sean
el más saludable ejemplo a seguir, rivalizan con las comadres de toda la vida y
aprovechan cualquier circunstancia y lugar para poner en circulación los más
insospechados chismes sobre todo el que no sea de su cuerda, o que simplemente
no les caiga bien.
Por
aquellas fechas, un popular personaje hacía acto de presencia los días de
fiesta otoñales, con un negocio ambulante compuesto por un carrito del que
tiraba él mismo, una sartén perforada, el brasero, carbón, castañas, membrillos
y boniatos, y venía desde Borricén al pueblo con el fin de sacar unas monedas
con las que ayudarse para sacar adelante a su numerosa familia. El Cocheles,
era una persona sencilla, padre de varios hijos, que cada año cargaba su
carrito de castañas y un brasero y se ponía cerca de los escalones de la plaza
de la Iglesia a vender castañas asadas anunciándolas con su voz ronca y
gastada.
Castañero en el Paseo Alfonso XIII de Cartagena.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
También
había quien vendía altramuces en cartuchos de papel, dátiles, jínjoles, y
pipas.
Quiero
recordar también que hubo algunos años en que Carlos Hernández, puso su carrito
y vendió castañas asadas, igualmente anunciadas con su peculiar voz desgastada
por el tabaco.
Una
vez de vuelta a casa, la mayoría de las familias acostumbraba a hacer tostones
(palomitas de maíz) después de desgranar las mazorcas, y divertirse un rato con
juegos familiares como, la lotería, las cartas, el dominó, etc.
Después,
los mayores contaban historias escalofriantes de fantasmas y de almas en pena
que vagaban por el orbe sin descanso, porque alguien, quizás vivo todavía,
había incumplido una promesa que le habían hecho en el último momento de su
existencia, y hasta que no se cumpliera seguiría penando.
Poco
a poco el miedo se iba apoderando de los más pequeños, hasta que llegado el
momento de irse a dormir ninguno quería hacerlo solo y mucho menos con la luz
apagada.
Castañero en la Plaza de San Ginés de Cartagena.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Aquella
noche Pepito se acostó intranquilo, no sin antes haber intentado en vano que su
madre no lo dejara solo en la cama, porque un frío y terrorífico miedo le
atenazaba y le impedía conciliar el sueño, hasta que poco a poco, se le fueron
cerrando los ojos por efecto del cansancio. Hacia la media noche, se despertó
gritando despavorido y dando fuertes manotazos al aire, en un vano intento de
separar de él a la vieja rugosa y desdentada señora que se empeñaba en besarlo
llenándole la cara de babas. Cuando al poco su madre encendió la luz del
dormitorio, un sudor frío y caudaloso discurría por sus mejillas, pero él
seguía creyendo que se trataba de las babas que le había dejado en la cara la
abominable vieja de la pesadilla, y se limpiaba desaforadamente la cara con las
manos mientras mostraba un gesto de asco incontenible en su rostro.
Poco
tiempo después de aquella desagradable pesadilla, su anciana y arrugada
bisabuela, con la que no se llevaba muy bien por cierto, falleció, y sus padres
le recordaron que aquél pudo ser uno de los muchos sueños premonitorios que
tantas veces se daban lugar entonces.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
-Mis recuerdos.
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