El Colegio Nacional.
El
pueblo era chiquito, pero eso sí, tenía Colegio Nacional, aunque también
pequeño y sin retretes, y la mayoría de los siete maestros y maestras, lo eran
simplemente por su fidelidad al pequeño dictador, y no por los inexistentes
estudios pedagógicos que hubieran cursado la mayoría de ellos.
Alumnos del Colegio de Alumbres finales años 50. Foto: Cortesía de mi amigo Juancho García
El colegio
había sido construido en el solar que dejó el Teatro Eslava, que fue derruido
en 1936 previa autorización municipal.
A finales de los años cincuenta, el
módulo escolar más pequeño, el que está más al Norte, estaba en ruinas y era
utilizado por los alumnos que no iban a la rambla como retrete. Muchos años
después se restauró y se utilizó de comedor escolar.
Sin embargo, el módulo que se
construyó hacia los años noventa en el lado Este, en la década de los cincuenta
y sesenta era un extenso solar orientado de Norte a Sur, que los críos
utilizaban para sus juegos, especialmente el fútbol, tanto en los recreos como
fuera de las horas de colegio.
Fue a finales de la década de los
cincuenta, cuando los maestros del colegio, dirigiendo a los chiquillos, sólo a
los varones, se decidieron por poblar de árboles los alrededores del colegio.
Los maestros dirigían las operaciones y los niños le daban al pico y a las
azadas para hacer los hoyos donde se fueron plantando los árboles elegidos. Es
posible que la fecha exacta sea la de 1957, pues el día 27 de noviembre de ese
año, el régimen franquista, celebraba por primera vez el “Día del Maestro”.
Ese año de 1957, había en España
1.364.000 niños de entre los seis y los
doce años sin escolarizar, y un 13% de analfabetos.
En este
ambiente escasamente civilizado, había niños que destacaban notablemente del
resto, unos porque procedían de familias que habían padecido menos que otras
las rigurosas carencias de la postguerra, otros que, aunque pobres, sus padres
se ocupaban directamente de enseñarles sus escasos conocimientos, antes incluso
de mandarlos al colegio, y los que más, procedían de padres casi analfabetos, y
se tenían que conformar con los pocos conocimientos que eran capaces de
transmitirles los maestros, mediante los más persuasivos métodos didácticos de
gritos, golpes, arrestos intimidatorios en posición de rodillas y cara a la
pared sosteniendo con los brazos en cruz unos pesados libros en las palmas de
las manos, amén de los obligados cantos “Con Flores a María”, en primavera, y
el “Cara al Sol” habitual de cada día.
Durante
una buena temporada no hubo retretes en el colegio masculino, por lo que la
rambla era el lugar donde los niños iban a hacer sus necesidades, pero también
el pretexto para evadirse de las clases durante un rato, o para resolver
diferencias surgidas en las horas de colegio, e incluso para realizar alguna
que otra travesura, en grupo o en solitario.
- Maestro
puedo ir a cagar.
- Anda vete.
Y enseguida
iba otro, y otro más, hasta que el maestro se mosqueaba y cortaba el chorro de
evasiones.
Una
vez, uno de esos chiquillos fue de verdad a cagar a la rambla, y tuvo la mala
fortuna de ir con demasiadas prisas como para fijarse que se agachaba encima de
un avispero, hasta que un número indeterminado de enojados insectos le atacaron
en tropel y le aguijonearon sin compasión en todas aquellas partes que habían
quedado al descubierto tras la acelerada bajada de pantalones. Entonces, volvió
corriendo al colegio llorando como una magdalena por el insoportable dolor que
producía aquello y con los pantalones a medio subir, mostraba al maestro la
hinchazón de los glúteos y otras partes
más delicadas que por segundos iban tomando proporciones descomunales. En
principio, aquella extraña situación provocó la hilaridad de toda la clase,
incluido aquí el propio maestro que no pudo contenerse, pero inmediatamente
reaccionó y mandó que alguien acompañara al niño a su casa. Una semana más
tarde, aquel niño pudo volver al colegio aparentemente recuperado del
accidente.
Algún
tiempo después, repararon o construyeron aseos en las escuelas y algunas
costumbres infantiles se tuvieron que cambiar irremediablemente.
Clase de D. Julio años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Cuando
algún crío llegaba tarde sabía lo que le esperaba, porque tenía que llamar a la puerta, y entonces
salía a abrirla el maestro de la clase más cercana, y éste, tenía la
desagradable costumbre de coger al crío por las orejas y conducirlo a su clase
tirándole de ellas, con muy malsana satisfacción reflejada en su rostro. Con
éste no valía quejarse, o llorar para que dejara de tirarle de las orejas, sino
todo lo contrario, cuanto más se quejara el crío con más fuerza tiraba de ellas
para arriba.
Clase de D. José años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Quizás
el más original era uno que solía castigar a los chiquillos, con dos medios
nada comunes, unas veces, cogía alguna de las maderas que servían de marco a
los mapas para colgarlos de la pared, y con ella satisfacía sus instintos. En
otras ocasiones, se acercaba al crío con una agenda o libro de anotaciones del
maestro, de gruesas tapas de cartón duro y le propinaba un par de fuertes
golpes en la cara, que dolían más que dos sonoras bofetadas.
Había
otro maestro, que según se decía entonces, y es posible que con bastante
fundamento, que su verdadera profesión era carpintero, pero como había estado
en la División Azul y además era un hombre con un mínimo nivel cultural, las
autoridades educativas de entonces le asignaron un puesto de maestro en el
Colegio Nacional de Alumbres, en lugar de algún otro profesional fiel a la República,
que inmediatamente habría sido represaliado, como mínimo, con la prohibición de
trabajar como docente en el futuro. A este respecto, hay que recordar que el
Profesor y Poeta Antonio Machado, fue expulsado del profesorado español de
segunda enseñanza después de muerto, exiliado en Colliure Francia.
Él maestro
en cuestión, era sin lugar a dudas, particularmente violento, además de
bastante aficionado a la bebida, y tenía instalado en su clase un banco de
trabajo de carpintería, en el que confeccionaba su temible colección de
palmetas con las que castigaba duramente a sus alumnos, y cuando alguna de
ellas se le partía en el ejercicio de su profesión de castigar por cualquier
motivo, entonces era inmediatamente reemplazada por otra, que bautizaba con
algún nombre que indicaba la finalidad para la que iba a ser dedicada como: D.ª
Sinforosa, D.ª Dolorosa, D.ª Angustias, etc.
La
mayoría de sus alumnos le tenían pánico, y cuando les preguntaba la lección
enmudecían y no porque no se la supieran, sino por el terror que les infundía
el simple hecho de que se dirigiera a ellos personalmente. Un día, se ensañó
con uno de esos críos y le estuvo dando golpes hasta que se le partió la
palmeta que usaba en ese momento. Cuando llegó a su casa, con el culo
enrojecido todavía, se lo contó a sus padres, y aquella misma tarde, el padre y
la madre, se presentaron en la clase protestándole airadamente al maestro por
el trato inhumano que le había dado a su hijo, y éste que no se andaba con
remilgos, cogió uno de los listones que siempre habían en la clase y la
emprendió a golpes con los dos progenitores, mientras los echaba fuera del
colegio sin contemplaciones. Por supuesto, nunca nadie más osó protestarle a
este “maestro”.
Clase de D. Miguel finales de los años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Por esas fechas se
preparaba a los hijos de los obreros para seguir siendo obreros y nada más. El
mismo “maestro” que confeccionaba palmetas con nombres significativos con las que tenía
aterrorizados a todos los chiquillos de la clase, y que se enorgullecía y
emocionaba cuando hablaba de sus hazañas bélicas en la División Azul, era el
encargado de prepararlos en clases particulares que había que pagarle, para ir
a los centros de estudio de Bachiller y Formación Profesional de Cartagena, por
supuesto, con un estilo muy fiel al régimen para la selección de los
estudiantes que debían cursar unos u otros estudios, dependiendo principalmente
del nivel económico, además de las simpatías que la familia podía inspirar al
régimen dictatorial.
A finales de los años cincuenta eran muy
pocos los alumbreños/as que cursaban estudios en los institutos de Cartagena, y
menos aún en las universidades.
Del
grupo de maestras que entonces estuvieron destinadas por aquí, sólo cabría
decir que predominó la incompetencia, o por lo menos el desconocimiento de
métodos didácticos adecuados, puesto que pocas son las mujeres de aquellos
años, que hayan querido ser en la vida algo más que excelentes mujeres y
modélicas madres.
Había una maestra que
cuando las niñas pedían ir al aseo siempre les respondía:
-
Ahora te esperas.
Al
poco se lo volvía a pedir y le volvía a decir:
-
Ahora te esperas.
Tantas
veces lo negaba que una de las niñas que tenía menos aguante que las demás
solía orinarse encima, y cuando menos se lo esperaba se la encontraba en un
charco de orines.
Clase de Dª. Lola finales de los años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Por
entonces, el Plan Marshall americano, no solo decoraba la fachada de la
dictadura reconociéndola y sosteniéndola a nivel internacional, sino que además
suavizaba su imagen interior instalando grandes industrias a crédito, y
enviando importantes remesas de alimentos para la población, que después se tuvo
que pagar religiosamente, por supuesto, entre los que hay que recordar por su
importancia para la alimentación de la población infantil, la leche en polvo,
el queso y la mantequilla, parte de esos alimentos llegaba a los colegios para
el desayuno de los críos. Todos los días por la mañana, un par de chiquillos
eran elegidos para batir la leche en polvo en una gran olla con agua caliente,
y después, a la hora del recreo, se proporcionaba a los alumnos un vaso de
leche y una loncha de queso o mantequilla con pan.
Pero
por mucho que a algunos no les agradara el sabor de aquella leche, y que
incluso muchas veces hayan puesto cara de asco sólo de recordarla, lo cierto es
que para muchos, esa leche, suponía el primer alimento del día, y era bastante
en tiempos de tan importantes carencias, en los que la mayoría de los críos
iban al colegio con un vaso de café de malta en el cuerpo.
El
escaso atractivo del colegio y las grandes necesidades familiares, eran motivos
que llevaban a un buen número de niños a buscar trabajo, incluso antes de
cumplir los diez años, como pinches en la construcción, o en las minas, y
excepcionalmente de aprendiz en algún taller de la ciudad.
Antes
de este oscuro período escolar, que duró más de 20 años, por lo que se ha
podido conocer, los maestros de la Monarquía y de la II República, fueron
profesionales, a veces, incluso modélicos, si bien, hay que tener en cuenta,
que las condiciones miserables de la mayoría de las familias del pueblo,
impedía que todos los críos en edad escolar asistieran al colegio, entre otras
cosas, porque muchos de ellos, empezaban a trabajar a edades muy tempranas para
ayudar a sus padres a mantener a las numerosas familias de entonces, o tenían
que quedarse en casa a cuidar de sus hermanos más pequeños. Por lo que podemos
entender que muchos de los nacidos antes de la década de 1940, fuesen casi
analfabetos.
Niños con el maestro D. Francisco Maruenda en la puerta
de la iglesia.
No
obstante, se sabe que en Alumbres hubo maestro con asignación municipal, por lo
menos desde 1813, fecha en la que el pueblo tuvo Ayuntamiento propio, y consta
que el primer secretario de este municipio, Pedro José de León, era además el
maestro del pueblo. Más tarde, en 1889 se elaboró un proyecto de edificio para
la escuela pública y que el primer colegio estuvo ubicado en la plaza Antonio
Martínez, y hay constancia de su funcionamiento desde la década de 1910.
Colegio de niñas en la puerta de la iglesia.
A principios de
los sesenta ya empezaron a verse grupos de muchachos que iban al Instituto
Bastarreche, a Bazán, o a Maestría, e incluso a los institutos de Bachillerato
como el Isaac Peral, o Los Maristas, aunque aquí en menor número, y algunas
chicas que iban a Carmelitas o Las Adoratrices. A mediados de la década inició
su andadura el Instituto de Repesa como filial del Jiménez de la Espada (antes
Isaac Peral), y allí se fueron desviando muchos de los alumnos que a partir de
entonces cursaron estudios de bachiller.
A
partir de la década de 1960, empezaron a incorporarse nuevos maestros y
maestras al Colegio Nacional de Alumbres, y aunque los primeros en llegar aún
tenían la mano un poco larga, lo cierto es que, de ninguna manera se pueden
comparar con los de la etapa anterior. Además, por lo que se sabe, después han
seguido llegando profesionales de la enseñanza con ideas pedagógicas modernas,
que sin duda han dignificado en gran medida la profesión, por lo que sólo las
generaciones que los padecimos nos acordamos de aquellos maestros que enseñaban
a base de palo y tente tieso.
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX
Documentos
-Archivo Municipal de Cartagena. Varias noticias de prensa.
-Archivo particular del Ayuntamiento de Alumbres en 1813
-Francisco Bastida Martínez. Varios datos de maestros de los siglos XVIII y XIX.
Testimonios
-Francisco Atanasio Hernández. Mis recuerdos.
Fotos
-Juan García.
-Francisco Atanasio Hernández. Archivo Particular.
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