Hace muchos años
que escribí este relato corto, y parece que las manecillas del reloj se hayan
movido al revés, pues desde entonces aquí, ni se han reducido las guerras en el
mundo, sino todo lo contrario, ni el hambre, ni la sed, ni el machismo
predominante, ni la contaminación ambiental han menguado un ápice siquiera, y
hay menos libertad y menos justicia que hace 20 años, y las indecentes dictaduras
han aumentado, aunque eso sí, ahora se disfrazan con indecorosos respaldos políticos
de formaciones supuestamente democráticas y opositoras, y cómo no, también institucionales
de gobiernos de otros países interesados, en un mundo global que admite las
guerras para llevar a todo el mundo, un régimen que huele a podrido por todos sus poros y al que llaman democracia.
Por
ello me parece que el escrito hoy tiene plena vigencia.
Después de mucho andar de aquí para
allá, y mirar al mundo de izquierda a derecha, de frente y al revés, Feliciano,
había llegado a la conclusión, no definitiva por supuesto, porque los grandes
pensadores nunca dan por terminada una reflexión, de que no hay nada más
práctico para transformar la realidad, que mirarla detenida e insistentemente a
través de unos buenos cristales de color, llámese a éstos como se quiera,
monóculo, antiparras, lentes, gafas, etc., eso sí, adecuando el color de éstas
a cada momento y circunstancia ideal.
Dibujo: Francisco Atanasio
Hernández
Claro que, alguien le preguntará,
-¿Feliciano, y
porqué una solución tan simple a un problema tan complejo?
-Pues bien ya que me
lo preguntas, te diré que me ha resultado muy difícil llegar hasta aquí, porque
cualquiera que haya intentado alguna vez cambiar el mundo, cualquiera que haya
hecho algo, al menos un día de su vida por ese altruista fin, habrá podido
comprobar que se trata de una empresa materialmente imposible, porque después
de los costosos ciclos de grandes transformaciones sociales, la inercia del
movimiento circular de todo lo que se mueve, devuelve a la sociedad a su punto
de origen, y en el mejor de los casos a sus suburbios, y como de lo que se
trata es de buscar la felicidad individual sin excesivos riesgos personales que
pongan en peligro tu propia estabilidad, ni demasiados calentamientos de cabeza
que te aparten de tu camino y tus obligaciones diarias, he pensado que quizás
podría ser mucho más rentable y sencillo cambiarle el color a las cosas, como
si los cristales de colores tuviesen propiedades milagrosas o algo así, todo
antes que seguir empeñados en cambiar el mundo para nada.
Así
que, si te pones unas gafas graduadas, sin color en los cristales, verás la
realidad, más o menos, tal cual es, y a veces puede ser muy desagradable para
la gente tan sensible como yo. Sin ir más lejos, ayer mismo salí a la calle
bien vestido como acostumbro, con mis vaqueros de cowboy, mi camisa a cuadros,
con sus dos botones superiores desabrochados para lucir la pelambrera que cubre
mi pecho varonil, la cabellera arreglada muy cortito y mis gafas graduadas, y
la verdad, volví a casa estremecido de dolor, porque en mi corto paseo, me
tropecé con un número indeterminado de mendigos pidiendo la caridad de los
transeúntes, y no entiendo por qué no se lo prohíben las autoridades, porque lo
que es a mí me hace sufrir mucho tener que decir que no a tanta gente. Además,
fui testigo de cómo era atropellado y muerto en el acto un peatón cuando
cruzaba un paso de cebra, porque el conductor que lo atropelló no sólo no
respetó la prioridad de paso de los peatones, sino que ni siquiera se paró a
auxiliar a su víctima, y la verdad, la sangre me produjo mucha angustia, pero
me tuve que ir de allí, más que nada porque la policía empezó a preguntar si
había algún testigo que hubiera visto el accidente, y yo preferí alejarme del
lugar y ahorrarme complicaciones que no producen ningún beneficio.
A
veces, me gustaría que todas las cosas fueran tan limpias y puras como el color
blanco de los serafines sobrevolando las algodonosas nubes del cielo, donde
dicen que descansan eternamente las almas más impolutas, claro que yo siempre
digo que hay que ser un poco precavido y no creerse todo lo que te dicen de los
demás a pie juntillas, ni todo lo bueno que te cuentan de alguien tiene por qué
ser verdad, ni todo lo malo tampoco. No hace mucho, fui a Moscú de visita y
disfruté de lo lindo viendo las grotescas transformaciones que sufren los
endemoniados comunistas, como los denominaban los franquistas, que al mirarlos
con mis gafas de color blanco, pasaban a ser blanquísimos querubines con el
rabo y los cuernos tradicionales de los rojos como nos los representaban en la
pasada dictadura de Franco.
No
obstante, si te pones unas gafas con los cristales de color rosa, que es el
color de la dulzura, la delicadeza, la feminidad, verás qué diferencia hay con
la realidad. Hace unos días me fui a observar a la gente a un barrio pobre,
tercermundista, abandonado de la mano de los dioses, y pude comprobar cómo la
basura de color rosa, incluso huele mejor, es más vi a un niño flacucho, con
los huesos a flor de piel, medio muerto de hambre, y sin embargo con las gafas
color rosa me pareció que estaba bastante saludable, porque los huesos se
reflejaban en la retina como si de zonas carnosas y musculosas se tratara.
Recientemente
cayeron en mis manos las bases de convocatoria de un concurso literario, y como
soy aficionado a la literatura y llevaba puestas las gafas color rosa,
participé sin dudarlo un instante, pues ya no me fue posible pensar, que este
hermoso arte, está tan corrompido como todo lo demás, y que en realidad, los
convocantes pueden ser un puñado de amiguetes que se reparten los premios entre
sí, y a los demás participantes sólo los utilizan para justificar las importantes
sumas de dinero que reciben de subvenciones.
El
negro, es todo lo contrario, es el color del pesimismo, del desánimo, pero como
a gustos no hay quién gane..., pues, si lo que me apetece es llorar un rato, me
coloco unas gafas negras y me pongo un documental de Afganistán, o de la
antigua Yugoslavia, durante o después de la guerra de “liberación” americana, o
de la invasión de Irak y sus decenas de miles de iraquíes indefensos muertos
por las balas y las bombas supuestamente democráticas de Busch, además de los
periodistas muertos por lo que él llama efectos colaterales, o las torturas en
Guantánamo, o en la cárcel de Abu Graib. Hace muy pocos días me puse mis gafas
negras para ver el telediario y me enteré que, el ejército de Israel mandado
por Sharon, que fue Primer Ministro, asesinó a más de 2000 palestinos
indefensos en los campos de refugiados, que sumados a otros miles más que ha
matado en los últimos años de su gobierno..., me parece que el mundo libre ha
tenido ya suficientes miles de razones como para haber adoptado alguna medida
de aislamiento diplomático contra el actual régimen israelí.
Me da mucha pena la
libertad porque cada vez la veo más negra y no sólo por las gafas negras que
utilizo para ver el telediario, sino porque cada día que pasa, con más descaro,
con más libertad, los más oscuros, los más tenebrosos, los más peligrosos
personajes de la contemporaneidad se ven izados a los más altos cargos de la
sociedad democrática, y no hay nadie ni nada que les ponga freno, y lo peor es
que la sociedad se va acostumbrando a la paulatina degeneración del Estado de
Derecho y la Democracia y no se preocupa de crear mecanismos para defenderse de
ésta plaga.
Dibujo: Francisco Atanasio
Hernández
Además, siguiendo con mi afición a la
literatura, llevando gafas negras, y teniendo tan oscuros presentimientos, está
claro que ni siquiera me molestaría en participar en tan antiguo método de
retorcimiento y manipulación de las mentes, porque recordaría de inmediato, los
premios, las publicaciones, las fiestas, las comilonas y otras actividades
lúdicas con que algunos grupos conocidos se compensan sobradamente entre sí las
molestias que voluntariamente padecen.
¡Por favor no
vomites en la alfombra que acabo de estrenarla!
Frecuentemente
recurro a ver el telediario con mis gafas negras puestas, porque ahí, entre
unas cosas y otras me despacho a gusto, especialmente cuando informan de la
muerte de alguna mujer a manos de su marido o compañero, en normal convivencia,
en trámites de separación, o separados de hecho, y recuerdan que la mujer había
denunciado varias veces las agresiones y amenazas de su pareja, y nada ni nadie
protegía a la futura víctima, y me retuerzo de rabia porque entonces recuerdo
la ingente cantidad de policías, guardaespaldas y matones que protegen a los
políticos a cargo del erario público, y que nadie se atreva a proferir amenazas
a un político, porque tarda en ser detenido, con orden judicial incluida, el
tiempo que tarde el político en poner la denuncia. Entonces lloro como una magdalena,
porque descubro la gran mentira que se guarece bajo la simbólica estatua de la
libertad.
El
rojo, es el color del fuego, de la pasión, y a veces, cuando estoy más salido
que un pico esquina, me pongo mis gafas de cristales rojos y me voy a una fiesta,
un pub, o una discoteca, en busca de un ligue que me endulce la semana y me
acerco a mi presa a pedirle relaciones, y si me responde que no, yo seguiré
insistiendo, porque mis intenciones y el color rojo que veo en mi
interlocutora, me convencerán de que lo que quiere es todo lo contrario de lo
que dice, porque según mis impresiones, la delata el intenso rubor que le ha
subido a las mejillas, y dará lo mismo si la chica es blanca, negra o amarilla,
la sangre es del mismo color para todos los humanos y es tan roja como la
indignación que produce en alguna gente el comportamiento prepotente de los
chulos de discoteca como yo, o como el fuego que provocan los pirómanos
forestales por intereses inconfesables.
Pero cuidado con el
color rojo, porque una vez fui invitado a una reunión de esos fachas modernos a
los que respetuosamente se les llama Skin Head, y menos mal que no se me
ocurrió utilizar las gafas de color rojo, porque podría haber desaparecido sin
que nadie supiera nunca más mi paradero definitivo, y sin que a nadie del
cuerpo le interesara lo más mínimo saber por qué, ni cómo, ni quién ha formado
parte en el crimen. En estos casos, es recomendable la utilización de cristales
azules en las gafas, y si es posible, que lleven grabadas en algún sitio bien
visible para los demás, una cruz gamada, o una nave vikinga, o un capuchón del
Ku Klux Klan, con el fin de pasar desapercibido y no dar el cante, porque en
estos lugares es sumamente peligroso. ¡Si serán fanáticos estas gentes que
cuando van de cacería de rojos, masones, o negros se ponen gafas de color negro
para evitar la visión del color rojo de la sangre de sus víctimas!
Un color serio y
marcial es el azul, que curiosamente es el elegido para los uniformes de las
fuerzas armadas de la marina y del aire de todo el mundo, y también por muchos
políticos que pretenden dar al electorado una imagen de sobriedad y sinceridad
difícil de ofrecer sin atuendos adecuados, aunque después se pasen por el forro
todo lo dicho.
El azul es el color
del cielo y del mar, y fuera ya de los ambientes bélicos y mitómanos, yo
utilizo con mucha asiduidad mis gafas de color azul para salir a la calle
relajado, aislándome materialmente del mundo que me rodea. Con este fin creo
que lo más acertado es elegir el color azul, porque te tranquiliza tanto como
cuando estás cerca del mar o te quedas embobado mirando el cielo estrellado.
El símbolo de la
libertad, es el color morado, o lila, que es lo mismo, y lo utilizan de fondo
en sus anagramas y estandartes todos aquéllos grupos que se consideran más o
menos discriminados en la sociedad, y para mí que es un color verdaderamente
necesario para las gafas de todo aquél que tenga un poco subida su particular
sensibilidad. En la sociedad libre que vivimos impera la violencia por doquier,
se diría que la gente no puede vivir sin ella.
Sin duda muchas
mujeres sufren la violencia que desatan sus parejas, y difícilmente pueden
ocultar las marcas que les dejan en el rostro y otras partes visibles del cuerpo, especialmente porque
estas malas bestias golpean a sus compañeras para que les teman y les obedezcan
sin rechistar, y para que todo el mundo sepa a quién pertenece esa mujer,
transformada en un simple objeto.
Hace unos días, mi
vecina del tercero, llevaba un ojo amoratado y varias contusiones en la cara,
producto de una de las soberanas palizas que con frecuencia le da su marido, y
sale a la calle con sus gafitas de color rosa y no se las quita bajo ningún
concepto porque así camufla los cardenales, y porque le resultaría muy
complicado decir la verdad a sus amigas, y como a mí me da mucha pena, cuando
la veo venir me pongo mis gafas de color lila y dejo de ver la nitidez de todo
aquello desagradable que no quiero.
De la misma especie
y del mismo estrecho pensamiento que los maltratadores de mujeres, incluso yo
diría que bastante más cobardes, son esos cabezas rapadas que atacan en manadas
como perros rabiosos a transeúntes indefensos, a gays y lesbianas, a ciudadanos
de color y a gentes de izquierdas, pero nadie les llama por su nombre, quizás
para no ofender a las honorables familias de donde suelen proceder esos
cachorros.
Por eso es bueno hoy
la utilización de unas gafas de color lila, para que cuando te tropieces por la
calle a una persona violentamente agredida por alguno de estos elementos, los
moretones de su piel pasen desapercibidos a tu escrutadora mirada.
Hace un tiempo, salí
al campo a pasear con mis preciosas gafas de color amarillo puestas, y estaba
yo entusiasmado ante el maravilloso espectáculo que le ofrecía a mis ojos la extensa
planicie que parecía a punto de recolectar, cuando de pronto empecé a oler a
quemado y me quité las gafas para ver qué pasaba, y menos mal, que aún estoy
rápido de piernas que si no, me quedo allí hecho un carbón como los matorrales
que minutos antes había estado admirando. Desde entonces, no uso el color
amarillo para nada, y eso que yo no soy nada supersticioso y no tengo en cuenta
que para mucha gente este color está gafado y trae mala suerte a quien lo
utiliza, pero creo que ya tengo yo bastante mala pata como para tentar a la
providencia.
El verde, es siempre
un color muy útil. Es el color que simboliza a la esperanza, a la vida, a la
relajación, y este pasado verano estuve de visita por algunos montes y campos
cualquiera del secano Sureste español, y he visto los cuantiosos matices del
color verde que pudieron asomarse a mi retina con las gafas de cristales verdes
puestas. También he ido a visitar Galicia, ahora que está de moda, en busca de
sus verdes pastizales y frondosos bosques, y cuando empezó a angustiarme la
visión del negro galipote incrustado en las rocas, acudí de inmediato a mis
gafas de cristales verdes, y observé cómo las plastas de oscuro chapapote, se
transformaban en grandes extensiones de verdes y relucientes algas.
Bien
pues, al final de mi periplo veraniego me quedaba en los bolsillos el dinero
justo para volver a casa, y como no era cuestión de terminar de mal humor unas
estupendas vacaciones, tuve que echarle imaginación a la cosa, así que, como
algunos billetes de los grandes son verdes, recorté varios trozos de papel más
o menos a la medida y les puse el valor de 100 euros, y los metí en el bolsillo
izquierdo de la chaqueta para que su abultado volumen estuviese en contacto
permanente con el corazón, y éste se encargaba de transmitir la alegría
necesaria a mis sentidos, para que mi cara trasluciera una permanente sonrisa.
En
conclusión, es cierto que las gafas de colores no cambian la realidad, pero en
estos tiempos que corren, es posible, que sea el mejor protector para la
angustia vital.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Las gafas milagrosas.
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (Conjunto de 11 relatos cortos).
Dibujos
-Francisco Atanasio Hernández.
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