Rodolfo,
había soñado siempre con ser el más eficiente de los policías conocidos, y a
ser posible el modelo en el que se fijaran las futuras generaciones del cuerpo.
Para él habría sido muy importante que la gente lo hubiese podido reconocer por
la calle y dijeran,
-¡Mira, por ahí va el mejor policía que hemos tenido nunca, el
Comisario Blankete!
Y quizás lo hubiera conseguido, si no fuese porque en ninguna de las
trece veces que se presentó a las oposiciones pudo superar las pruebas de
capacitación, así que se tuvo que resignar con la suerte que le deparó el
destino y conformarse con hacer de su vocación profesional el mejor de los
hobbies, y a la vez que ejercitaba la memoria de su infortunado pasado
intelectual, impulsaba impetuosamente la escoba con la que se ganaba la vida de
barrendero municipal.
-¡Martes 13, joder, hoy me parece que me voy a ir a casa antes que de
costumbre!
Foto:
Francisco Atanasio Hernández
Cuando terminó la faena se fue al vestuario municipal a cambiarse como
siempre, pero cuando iba camino de la ducha, tuvo la mala fortuna de pisar un
trozo de jabón que había en el suelo y anduvo resbalando sobre él, no se sabe
cuántos metros, hasta darse un costalazo que casi se rompe la crisma, y
enseguida que pudo levantarse, casi sin poder articular palabra, medio
asfixiado y renqueante se dirigió a su taquilla y sin molestarse en asearse
comenzó a cambiarse de ropa mientras murmuraba,
-¡Pues sí que se presenta bien la tarde para mí, voy a vestirme
rápidamente a ver si llego a casa antes de que me suceda alguna desgracia de la
que me tenga que arrepentir!
-¡Claro que no puedo dejar de ir a la iglesia, ni tampoco puedo dejar
de ir hoy a la comisaría! ¿Quién sabe qué caso puedo perderme por no ir un día?
¡Incluso alguien podría pensar que me ha pasado algo o que soy demasiado
supersticioso y de eso ni hablar!
Así que, con este comecocos, Rodolfo, se decidió por no romper las
costumbres y al bajar del vagón del metro, justo enfrente de la puerta, se
encontró con una escalera apoyada en la pared, sobre la que trabajaba
afanosamente un electricista, y de inmediato sacó sus gafas negras del bolsillo
superior de la chaqueta y sin poder reprimirse murmuró,
-¡Vaya hombre, sólo faltaba que apareciese por aquí un gato negro y que
hubiera tenido que pasar por debajo de la simpática escalerita!
Subió las escaleras
mecánicas del subsuelo y salió a la calle Galimatías donde se encontraba la
comisaría de policía, y aún no había dado cuatro pasos cuando notó algo blando
y un tanto resbaladizo debajo del pie izquierdo, instintivamente dio un saltito
para evitarlo, pero ya no había remedio, y entonces soltó una fuerte e
irreprimible imprecación que sonó alto y fuerte a varios metros de distancia,
-¡Me cago en la...! ¿Pero bueno, que he hecho yo para merecer esto?
¡Ahora vengo y piso una mierda, a la que además parece que le he destapado el
frasco de las esencias, porque hay que ver cómo huele la puñetera!
Se apartó a un lado de
la acera, en cuyo borde estuvo restregando el zapato como un descosido durante
un buen rato, y entre restregón y restregón lanzaba al aire una maldición
detrás de un escupitajo, hasta que de pronto paró en seco, cuando se le acercó
alguien que al parecer le conocía y le dijo,
-¡Hombre Blankete, cuánto tiempo sin verte, qué tal te va amigo?
-¿Juan, tú por aquí. Amigo, siempre igual de oportuno, eh?
-Y en ese preciso momento, de forma instintiva, le volvió a dar un par
de restregones más al zapato.
-¿Oye, te encuentras bien?
-¡Oh, sí, sí, sí me encuentro muy bien, es que estoy esperando a un
amigo que por lo visto me va a dar plantón y no estoy de humor!
-Espero no haberte molestado Blanquete, pero yo me he alegrado mucho de
verte después de tanto tiempo sin saber nada de ti, y no he podido reprimir la
tentación de arrimarme y ofrecerte mi ayuda en aquello que esté a mi alcance,
ya sabes, si puedo hacer algo por ti estoy a tu disposición. Joder, que mal
huele por aquí, tú.
-¿Ah sí, pues yo no huelo nada, oye? Bueno amigo, te agradezco tu buena
intención sabes, pero ahora no necesito nada, a ver si nos vemos en otra
ocasión más propicia y nos tomamos una copa, eh. Venga, hasta otro momento.
-Vale Blankete, adiós.
Y el amigo Juan, se fue un poco mosqueado por el escaso interés que
Rodolfo había mostrado por charlar con él, y por las muchas prisas que parecía
tener en quitárselo de encima. Entonces, cuando Rodolfo se quedó solo,
nuevamente le dio no se sabe cuántos restregones más al zapato, y se dirigió a
la comisaría con la cara descompuesta por el descomunal cabreo que llevaba
encima.
Entró casi corriendo, y sin pararse, fue saludando educadamente a todos
los servidores de la ley con los que se iba cruzando por los pasillos, mientras
decía bajito,
-Si yo hubiese tenido un poco de suerte, ahora, todos estos serían mis
colegas, o mis subordinados, quién sabe.
Y siguió su camino como si fuese un funcionario más hasta su objetivo,
que no era otro que la oficina donde se encontraba destinado su mejor amigo,
un veterano agente con el que todos los
días se pasaba un buen rato, comentando algunos de los actos delictivos que se
cometían en la comunidad, especialmente los más significativos, que eran los
que daban más pie a la especulación.
-¡Hola Jeremías, cómo va la cosa hoy!
-¡Hola amigo, pues no te lo puedes ni imaginar, estoy de trabajo hasta
el cuello. Y si no fuera por mi…!
-¡Vamos, vamos, cálmate un poco y explícate hombre!
-Mira Blankete, para que te hagas una idea, algunos agentes están
convencidos de que basta con que se denuncie el delito, porque de inmediato va
a venir el delincuente de turno a entregarse voluntariamente, tú crees.
-¡Claro hombre, claro, esa es la teoría de los jóvenes, que se
consideran muy listos porque han estudiado y lo cierto es que no tienen ni idea.
Mira como nosotros, sin estudios de ningún tipo, sabemos que a un delincuente
no le puedes dejar el coche abierto porque te lo desvalija, sin embargo, ellos
creen que lo mejor para evitar que te roben el vehículo es dejárselo abierto y
con las llaves puestas!
-¡Menos mal que estoy yo aquí, Blankete, menos mal, que si no..., ni te
cuento!
-Después dicen que un hombre pierde la cabeza de pronto, mira, sin ir
más lejos, ayer, se presentó un hombre totalmente desnudo en la comisaría y
puso una denuncia contra otro señor, que según él, le perseguía con muy malas
intenciones, porque, según su propio testimonio, el otro implicado le había
sorprendido tomando unas copas con su mujer. Claro que lo que no dijo, es que
lo sorprendió en la cama de la misma manera que se presentó en la comisaría, y
que la mujer que lo acompañaba y que también estaba en cueros, era la mujer del
otro, y para más cachondeo, la cama en la que los pilló era también del mismo
incauto, que por lo visto, de lo único que se quejaba era del dolor de cabeza
que le estaba produciendo el inesperado crecimiento de cuernos, y que como se
descuide, le van a seguir creciendo en la cárcel.
-¡Es verdad Jeremías, la gente tiene un cinismo que es demasiado, y no
me extrañaría nada que este pájaro del que me hablas quiera sacarle más tajada
aún al asunto y culpe al pobre diablo del más que seguro constipado que va a
sufrir por haberle hecho correr por en medio de la ciudad en pelota picada, o
qué sé yo, de las purgaciones que contrajo el año pasado, y además de haberse
beneficiado a su mujer gratis y en su propia cama, le saque ahora una
sustanciosa indemnización por daños y perjuicios!
-¡Bueno, bueno, a mí no me gustaría estar en el pellejo de ese pobre
hombre, porque ahora, lo mismo su arrebato le cuesta un pico, y un montón más
de problemas, y estoy seguro de que esa menda no se lo merece por muy buena que
esté!
-Menos mal que nosotros somos solteros y no nos tenemos que preocupar
por esos problemas - dijo Rodolfo, a la
vez que se tocaba la frente con cuidado y de paso se alisaba el pelo para
disimular.
-¡Sí, sí, fíate tú y veras. También el demonio era soltero y fíjate qué
hermosos adornos le pusieron!
-Hace unos días, un individuo fue sorprendido en el interior de una
vivienda después de forzar la cerradura, y portando varias bolsas llenas de
objetos valiosos que había ido cogiendo de la casa. Como fue cogido con las
manos en la masa por un agente de la policía, éste se lo llevó detenido a la
comisaría para levantar la correspondiente denuncia y ponerlo a disposición
judicial, y cuando se le preguntó qué era lo que hacía en una vivienda que no
era la suya, respondió que, posiblemente se había equivocado de casa, pero al
preguntarle por su domicilio, recordó que hacía mucho tiempo que carecía de
lugar fijo de residencia. Pero es más, se le preguntó que para qué quería los
objetos que llevaba en las bolsas y respondió que ya no se acordaba para qué
las había cogido, porque periódicamente padece problemas de amnesia temporal, y
que quizás esa era la causa de todo este malentendido. Eso sí, carecía de
certificado médico alguno que confirmara la supuesta enfermedad mental, pero no
obstante, él insistió en que era un hombre honrado que se ganaba la vida con el
sudor de su frente, aunque tampoco se acordaba cuándo y dónde trabajó la última
vez.
Y así se habrían pasado horas y horas, días y días sin parar, pero
Rodolfo tenía que ir aún a la iglesia y cuando miró el reloj y vio la hora que
era se despidió apresuradamente de su amigo,
-¡Anda, qué hora es ya? Hasta mañana Jeremías.
-Hasta mañana Blankete.
Salió de la comisaría bastante nervioso, y sobre todo despistado por la
hora que se le había hecho, cuando escuchó un lastimero maullido a la altura de
su pie izquierdo y casi al mismo tiempo un fuerte golpe en la pierna, y tuvo
mucha suerte, de que aquel gato con el que, por supuesto, tropezó sin querer,
se conformara con propinarle dos zarpazos y marcarlo de pantorrillas para
abajo, dejándole rajada la pernera del pantalón, los calcetines, los zapatos, y
ocho surcos sangrantes en la pierna. Se
quedó estupefacto mirando a aquel enorme gato negro que huía como alma que
lleva el diablo después del destrozo que le había ocasionado.
-¡Esto es el colmo de la mala suerte, piso a un gato que además es
negro, y no me ha comido porque seguramente no tenía apetito!
Y tan despistado iba refunfuñando por el desgraciado incidente que
había sufrido con aquel salvaje animal, que se puso a cruzar la calle
Galimatías sin mirar a ningún sitio, y no despabiló hasta que escuchó muy cerca
de él, el tremendo bocinazo de un autobús de la E.M.T. (Empresa Municipal de
Transportes), y dando un salto hacia atrás pudo esquivarlo por los pelos. Y
allí se quedó, como si acabaran de plantarlo, durante unos largos minutos,
verdaderamente pasmado por lo que pudo haber sido si no fuese porque aún se
encontraba suficientemente ágil, pero sobre todo estaba muy alarmado por el más
que aparente encadenamiento de sucesos peligrosos que le estaban ocurriendo.
Así y todo, una vez que se recuperó de la impresión, siguió su camino,
esta vez poniendo mucha atención en cada paso que daba y llegó a la iglesia de
la calle Consolación con grandes deseos de encomendarse a su patrona, la Virgen
de los Milagros.
Tan ansioso iba, que al ir a mojarse los dedos en la pila de agua
bendita, metió la mano hasta la manga de la chaqueta, y se enteró de ello
porque al ir a santiguarse sintió una sensación fría y húmeda que le discurría
por el interior de la manga de la chaqueta y le desembocaba por el sobaco. Se
puso morado de rabia, pero se contuvo como él bien sabía hacer y como vio cerca
un reclinatorio vacío, se lanzó hacia él y lo hizo con tantas ganas que lo
corrió de lugar produciendo un desagradable chirrido en la silenciosa iglesia.
Por supuesto, todos los asistentes volvieron la cabeza para mirar al individuo
que osaba turbar la paz del santo lugar, y hasta el párroco le dedicó una
mirada de reprobación que le hizo bajar la cabeza con la cara sonrojada.
Cuando tocó hacerlo, Rodolfo, se levantó del reclinatorio y se dirigió
a comulgar, en cuyo momento el cura volvió a mirarle para que desistiera de su
intención porque le constaba que no se había confesado, pero él se mantuvo allí
reclinado, decidido, hasta que recibió el Santo Sacramento. Entonces volvió a
su sitio murmurando,
-¡Qué pesado que es este cura. Mira que le he dicho veces ya que yo no
me confieso porque Dios está en todas partes, y él sabe muy bien cuáles son mis
defectos y mis virtudes, así que es sólo a él a quien me tengo que confesar y
pedir que me perdone los pecados! ¿Además, si tengo sincero propósito de
enmienda y me pongo una penitencia acorde a las faltas que cometo, qué más
quiere?
-Admito que muchas de mis ideas son un tanto particulares en casi todos
los temas de la vida, especialmente en lo que se refiere a las relaciones
humanas y sus reglas de convivencia, pero eso ya lo saben los que me conocen y
no entiendo por qué algunos como, por ejemplo, este cura, se empeñan en no
respetármelas. ¡Qué poca tolerancia oye!
En cuanto terminó la misa, salió rápidamente de la iglesia, no fuese a
ser que el cura lo llamase para volver a hablar del tema de las confesiones,
así que recién comulgado y encomendado a la Virgen de los Milagros y aunque en
otro caso se podría decir que estaba inmunizado ya contra la mala suerte que le
confería el maldito martes 13, en el de Rodolfo había que ser más cauteloso,
porque teniendo en cuenta el infortunado día que llevaba no podía fiarse demasiado
y con mucho cuidado, casi parándose en cada esquina para mirar con precaución a
lo ancho y largo de la calle, por fin consiguió llegar a casa sin más
incidentes.
Se quitó la ropa, se puso el pijama y se hizo un sándwich, cogió una
cerveza y se fue a la sala de estar donde tenía el ordenador y todo su enorme
archivo parapolicial mientras iba comiendo por el camino. Conectó el ordenador
y esperó unos instantes a que se cargara y enseguida que estuvo en condiciones
para entrar en él, se dejó el sándwich y la cerveza en la mesa un momento
mientras abría un archivo, y como estaba más pendiente del ordenador que de lo
que tenía a su alrededor, al ir a coger la comida golpeó la botella de cerveza,
con tan mala suerte que la derramó entera sobre el sándwich y todo lo que había
por allí al lado, incluyendo, claro está, el equipo informático y rápidamente
se lanzó a secar lo que pudiera con lo que pilló por allí, pero de inmediato
recibió una descarga eléctrica que no lo dejó tieso de milagro, por medio del cual
se provocó un cortocircuito con fogonazos intermitentes que ocasionaron el
corte de energía y un pequeño incendio en el enchufe que se extendió
rápidamente hasta la torre del ordenador. En cuanto las fuerzas se lo
permitieron desconectó el equipo, pero ya era tarde para evitar el desastre, y
aunque apagó el fuego con un extintor que tenía en casa, no pudo evitar la
destrucción del disco duro, y como consecuencia todos los archivos informáticos
que disponía. A oscuras, orientó sus pasos como pudo hasta la caja de
distribución que tenía en la entrada de la casa y rearmó el diferencial que
había saltado, y volvió con toda tranquilidad a la salita a terminar de secar
con pañuelitos de celulosa la cerveza que quedaba en la mesa y sus alrededores,
y mientras tanto dijo en voz alta para asegurarse de que era verdad que estaba
allí.
-Yo creo que a pesar de todo he tenido suerte de contarlo y de que no
haya ardido la casa, así que voy a hacerme otro sándwich, porque éste se ha
quedado que ni para los pollos.
-Pero eso sí, está claro que hoy, se ha acabado el día para mí, por lo
tanto, terminaré de cenar y me iré a la cama, que quizás sea la mejor idea que
he tenido en todo este aciago día.
-Mañana, volveré a empezar a ordenar mis archivos, y quién sabe, si a
partir de entonces cambia mi suerte y un milagro se da de bruces conmigo y
consigo dar con la solución del caso policiaco más importante de la comunidad,
y me transformo en un célebre personaje.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. El comisario Blankete y martes 13 (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos).
Foto
-Francisco Atanasio Hernández.
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