En
el año 2001 publiqué un librito de poemas al que titulé “LA ALCANCÍA DE SUEÑOS”,
y la portada la ilustré con la primera estrofa del poema acróstico dedicado a
Alumbres, “ALUMBRES DESDE MI MEMORIA”, acompañado de una foto de la zona de
estériles mineros de Portman, que en los días de lluvia se convertía en una
laguna, y debo de añadir, que éste es uno de los pueblos de nuestro entorno que
siempre he querido y de cuando en cuando lo visito.
Zona de estériles mineros inundada Foto: Francisco
Atanasio Hernández
El librito, es un poemario de temática variada
compuesto por 53 poemas seleccionados, con un espíritu rector que el propio
título suscita y del que difícilmente me pude sustraer. Por supuesto, aquí y en
esta ocasión, solamente voy a poner 8 de esos poemas que considero representativos.
La alcancía de
sueños, viene a ser algo así como el recipiente donde he ido almacenando mis
mayores ilusiones, mis desengaños más importantes, mis esperanzas, mis
frustraciones, mis éxitos, mis fracasos,...
La memoria es la alcancía de los
soñadores, pero los más importantes ahorros del soñador tienden a volatilizarse
en el mismo momento en que éste despierta y se da cuenta de que la realidad que
le rodea no tiene nada que ver con la ficción onírica de la que procede, y
entonces le resulta difícil poner los pies en el suelo.
La alcancía de sueños, lleva impregnados todos los
ingredientes que podrían permitir
calificarla como la obra de un soñador que no se resigna. El amor, el desamor,
la vida, la muerte, el deseo, las esperanzas, mi tierra, los míos,... los
transporté al mundo de la lírica con mi peculiar sensibilidad y estilo.
El apego a la tierra de mis ancestros y la mía propia,
lo expreso de forma particularmente emotiva en el poema acróstico ”Alumbres
desde mi memoria”, o en el de “La alcancía de sueños”, cuyo poema da título al
libro.
Portada del poemario “LA ALCANCÍA DE SUEÑOS”
A veces, la luna vuelve a brillar
Lisonjera
en mi memoria
Un
escalofriante momento.
Mi
guitarra suena entonces quejumbrosa
Bordando
melancolía por mineras
Rimas
con sabor a pirita y alumbre
Esquirlas
de fuego y pasión desenfrenado
Siembran
caricias en mis entrañas.
Duendes,
dioses y pitonisas
Encienden
sus mágicas hogueras
Sobre
la seca hojarasca de mis ancestros
Desde
donde la savia lechosa de las higueras
Emerge
hasta las cenizas de mis sueños.
Montes
de esparto y bizcocho
Ingles
de sol y artemisa.
Mieles
de cera y cristal
Entre
nubes y azucenas
Miran
la orilla del mar.
Orlas
de cal y granito
Rifan
sus lomas al viento
Inflaman
la ocasión de azul
Aires
de todos los tiempos.
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Muchas veces, cuando a un amigo le
sucede una desgracia, solemos recordarle, con nuestros mejores deseos de
consolación, la frase tan popular como socorrida “Tienes que olvidar”, y
ciertamente, en la mayoría de los mortales parece que da resultado, o al menos,
así lo aparentamos. Para el soñador es diferente, los recuerdos forman parte de
su riqueza y los guarda cuidadosamente envueltos en papel de celofán como si de
un tesoro se tratara, y es incapaz de olvidarlos por mucho que lo necesite y lo
intente.
LA ALCANCÍA DE SUEÑOS
Otoño bajaba del Norte
a lomos de un viento blanco
y una música de violines y
saxofones
sonaba acongojada en un
rincón
de sus repletas alforjas.
Y súbitamente surgían
frenéticas tempestades de
desolación.
Y las noches difícilmente
podían dormitar
bajo el inclemente manto
de algodonosos copos de
tristeza.
Y las auroras despertaban
imprecisas
sumidas en las inmensas
tinieblas
de la nada.
En ese otoño infernal
se rompía la alcancía de
sueños
donde se guardan las
ilusiones.
Y los pájaros de la noche
volvían a alimentarse
en el manantial inagotable
de la oscuridad.
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El amor, el desamor y la frustración, en sus variadas formas
de manifestarse, es tratado con especial entusiasmo y ternura en los poemas
dedicados a mis hijas, Rosi, Ana y Sonia, “Flor de invierno”, “La única razón
tolerable”, “Color violeta”, por ese orden, y también a mi mujer Dami,
compañera y amiga sobre todo, en el poema “En Silencio”.
FLOR DE INVIERNO
¡Once
años!
Once
hace que en mi huerto
se
desgarraba una flor.
Y
otra flor más vigorosa
de
la divina corona
de
espinas, se desprendía.
Vespertina
flor de invierno
que
el cielo me concedía
y
del calor que desprendía,
por
más que parezca eterno,
vestida
de fantasía
bajó
la gloria al infierno.
Y
en el infierno la gloria
de
su menuda sonrisa
no
pudo eludir la brisa
que
provocaba la boria
y
en su inocente memoria
se
congelaba la risa.
¡Y
la risa!
La
risa viajó en la noche
en
corcel de fantasía
y
en los pechos de la luna
se
acurrucaba y dormía.
LA ÚNICA RAZÓN TOLERABLE
Era
un día estival de un junio poco esperanzador
que
amenazaba jubilar algún que otro corazón
entre
las incansables estridencias de las chicharras
y
el balsámico aroma de los hinojos
que
inundaban de añoranzas las ansiedades.
Eran
las horas del dominio de Cáncer
en
un inefable cielo plagado de tempestades
y
las hogueras de San Juan
habían
extendido ya su magia purificadora
por
la atmósfera salobre de la ciudad.
Aquel
año pasaban los cincuenta
por
la estación del olvido
y
al viejo tren de cercanías
le
empezaban a flaquear las fuerzas
para
subir los empinados repechos del desamor.
En
algún rincón de la tormenta estaba ella
memorizando
las palabras necesarias,
sólo
las palabras precisas,
que
tendría que repetirle sin dudar un instante
con
la seguridad de quien se sabe bien la lección
y
está poseído por el sagrado poder
de
la única razón tolerable.
Padre,
ya sé que es a ti
a
quien le correspondería ser
pero
lo mejor para mí
es
que no lo seas.
Nunca
pudo imaginar
que
el sol se apagaría de repente
pero
sus sentidos dejaron de sentirlo a media tarde.
Y
aquellas palabras todavía suenan en sus oídos
como
el eco interminable
del
metálico martillo de Vulcano
golpeando
en el yunque imaginario de la memoria.
Escuetas
palabras que se endurecieron
en
el polo de la ausencia
y
se hicieron viejas en la ceremonia del otoño
y
la nieve del invierno se adelantó una estación
perdida
en el tiempo y el espacio del padre.
Pero
quedaba el hombre para seguir
enfrentándose
a la ausencia de calor de otros inviernos
y
al frío calor de otros veranos
y a
las pesadillas del desamor de cada día.
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Mi hija Sonia, no ha tenido
necesidad de abrazar ninguna religión para respetar a su padre y a su madre, y
saber distinguir lo bueno de lo malo, respetando a los demás como quiere que la
respeten a ella.
COLOR
VIOLETA
Violetas, color violeta,
a tu ingenuo corazón.
Corre,
salta, vuela,
baila,
flota, grita,
sueña
como tus muñecas
un
paraíso de la fantasía,
color
violeta.
Si hoy pudiera yo
dejaría que volaras
sobre las sedosas alas
de una esplendorosa mariposa
para que fueses a libar
el meloso néctar de las flores,
color violeta.
Si hoy pudiera yo
te dejaría correr y bailar
a lomos de un saltamontes
para que pudieras respirar
las más volátiles esencias
de la naturaleza,
color violeta.
Si
a éste día pudiera yo
denominarlo
a capricho
lo
llamaría libertad.
Y
si pudiera colorearlo a placer
lo
pintaría de violetas para ti.
Violeta de aromáticos cantuesos
dispondría por las esquinas.
Violeta de malvas silvestres
dispondría por los rincones.
Violetas,
color violeta,
llevas
en tu corazón.
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Mi mujer Dami, lo ha sido todo para mi, compañera,
amiga, mujer, madre, trabajadora…, pero sobre todo ha sabido cumplir a la
perfección, con el principal papel que se le puede pedir a la pareja, ella ha
sido mi mejor amiga y el principal punto de apoyo para conseguir hacer realidad
cualquiera de mis ilusiones y proyectos.
Playas de Calblanque. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
EN SILENCIO
Muchas
veces, nos hablábamos en silencio
como
ciertos animales
con
el lenguaje y el aroma de las flores.
Muchas
veces, nos embelesábamos
mirándonos
fijamente a los ojos
en
prolongados y enamorados silencios
ansiosos
porque el deseo aflorara a las pupilas.
Muchas
veces, nos íbamos a besarnos
largamente,
apasionadamente
y
rebuscábamos en los rincones
del
silencio y la penumbra
lo
que carece de licencia social
fuera
de la intimidad.
Muchas
veces, nos íbamos a Calblanque
a
practicar el amor en la puesta de sol
y
en sus pulidas y doradas arenas
solíamos
dejar grabadas
nuestras
silenciosas siluetas mirando al cielo
extasiadas
de placer.
Muchas
veces, el más maravilloso silencio
era
nuestro mejor aliado
y a
veces lo recordamos con juvenil ardor.
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En este poemario tampoco podía faltar la ironía y el
sarcasmo, valga como ejemplo el poema
“Todo en ella era hermosura”
TODO
EN ELLA ERA HERMOSURA
Todo en ella era hermosura.
Su pelo negro azabache
le resbalaba salvajemente
liberal
como las crines de un pura
sangre
por los delicados y
femeninos hombros
hasta sus duras y redonditas
y siempre apetecibles
nalgas.
Todo en ella era hermosura.
Sus profundos ojos negros
veían con los ojos de
Afrodita
y su hechicera mirada emitía
fulgurantes manantiales
de apasionadas promesas de
amor.
Y sus párpados se movían al
compás
de las curvas tentadoras
que su ondulante cuerpo dibujaba
ofreciendo sus favores sin
reparo
como una felina en celo.
Todo en ella era hermosura.
Su piel suave, suave,
como los pétalos de amapola
era una inmensa cascada
de placenteros aromas
que te invitaba a morir
en sus brazos
irremediablemente.
Todo en ella era hermosura.
Aunque algunos me decían
que toda ella era artificio
y más mecánica
que una lavadora con doble
centrifugado.
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De ninguna manera me podía olvidar de temas tan
característicos de los idealistas como son la libertad y la solidaridad, así,
el poema “Temor al miedo” y varios más de corte parecido.
TEMOR
AL MIEDO
Miré
a los interiores y temí
que
el miedo fuera adolescente
como
yo,
y
un espasmódico reflejo
me
recorrió la médula espinal
como
un rayo,
cuando
se ofreció ante mí
con
toda su altivez.
Abrí
los ojos y soñé
que
el miedo al dolor
era
un cuento,
y
se introdujo en lo más profundo
de
mi intimidad,
como
un parásito indeseable.
Soñé
que el miedo
nunca
podría profanar
el
espacio virtuoso de la soledad
y
desperté,
aterido
de un miedo tan espeso
como
indescriptible
que
atravesaba ávidamente
los
blindajes de mi espíritu.
Temiendo
al miedo,
cerré
los ojos y volé
por
los celajes inmensos
de
la libertad,
y
en la sala de mis ensueños
anidaron
libremente
los
pájaros de la fantasía.
Y
empapándome en el miedo
miré
a la vida
cara
a cara,
y
sentí clavarse en mis entrañas
sus
vidriosos ojos
ebrios
como sudarios mortuorios.
En un mundo en el que cada vez más se admiran y
perfeccionan las formas pragmáticas de existir, no se puede ignorar que corren
tiempos difíciles para la poesía, pero tampoco hay que rendirse silenciosamente
a su poder de atracción.
Y es que, no hay que olvidar que donde haya una flor
surgirá un poema, y que allá donde haya un poema siempre habrá un soñador.
Fuente
Libro
-Francisco Atanasio Hernández. La Alcancía de sueños (poemario 2001)
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
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