Dedicado a mi abuelo “el Cayo” que nació y murió en
Alumbres.
Por esas fechas, cuando se celebraba algún
acontecimiento en el que interviniera
el vino, que era la bebida
más consumida, se cantaba una conocida canción:
Cuando yo me muera,
tengo bien dispuesto
en el testamento
que me han de enterrar
en una bodega
al pie de una cuba
con un grano de uva
en el paladar.
El Pinacho. Foto: Francisco
Atanasio Hernández
Allí, apoyado en la barra de mármol
de la vieja tasca, siempre frente a un vasito de vino, unas veces blanco, otras
veces tinto, Antonio “el Macho”, mataba el tiempo y algo más, sin prisas, con
la velocidad de una carrera de tortugas cojas, como si el tiempo no existiera para
él, o como si nada en la vida tuviera más importancia que conservar en alcohol
no se sabe bien cuántas penas, pero debían de ser muchas por la cantidad de
vino que se echaba al cuerpo cada día.
-Cataplum, chin, pum, gallo, gallina. Por favor Anselmo, ponme otro
chatito de ese tinto peleón que tú y yo sabemos.
-Calla joder, que hasta la madre del tonel te reconoce y se pone a
temblar cuando te ve aparecer por aquí.
-Bueno hombre, pon también unas patatitas bravas de esas que tienes
ahí, que parece que me están diciendo cómeme.
-Sí, sí, a mí me la vas a dar tú, lo que quieres es que el picante de
las patatas te pida más líquido para apagar el ardor que produce desde el
paladar para abajo.
-La verdad es que, hoy hace un día de frío de esos que sólo te apetecen
cosas calentitas, así que no creo que sea como para que te pongas tan
quisquilloso conmigo. Yo en tu lugar me dedicaría a ir reponiendo el nivel del
tanquecito y dejaría el mundo correr.
-¡Qué cinismo tienes Macho! ¿Es que
aún no te has enterado que tú bebes más rápido que yo puedo reponer?
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina. Pues sí que estás tú hoy para pedirte un favor.
-No, no, y no, hoy no se fía y
mañana menos, que te veo venir.
Al cabo de varias horas de ejercitar
el agotador levantamiento de vidrios de cada día, el Macho, miró el reloj y vio
que eran las cinco, dio un respingo y girando sobre sí mismo, con riesgo cierto
de haber probado el suelo después de un peligroso trastabillar por el bar,
producido por el escaso equilibrio que era capaz de mantener, y agitando la
mano derecha como pudo en ademán de despedida, salió atropelladamente
golpeándose con el marco de la puerta de la tasca que al parecer se le había
quedado algo pequeña.
-Anda sí, vete a dormirla que la que has cogido hoy no tiene nada de
original que digamos - refunfuñó Anselmo.
Ya en la calle, el Macho, iba de uno
a otro lado de la acera del Paseo de las Delicias, como si estuviera empeñado
en medirla y no le salieran las cuentas, cuando se tropezó con un grupito de
niños con cara de pasar más horas en la calle que en casa y comenzaron a
corear:
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...
-Hombre mira lo que me faltaba a mí
hoy. Anda hijico, por qué no te vas a ver con qué amigo juega al teto hoy tu
madre.
Los críos fueron insistiendo en sus
burlas durante un buen trecho, saltando y gritando a su alrededor como de
costumbre.
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina; cataplum, chin pum, gallo, gallina,...
Sin embargo, él siguió su camino
como pudo repitiendo los mismos insultos de cuando en cuando, y sin saber cómo
se dio con la puerta de su casa en las narices, y comenzó a golpearla con la mano abierta
insistentemente para que le abrieran.
-Ya va, ya va, que no voy en
moto, coño.
-Oye muchacha, pues si tú no vas en moto, no sé cómo te diría que yo
tampoco estoy para conducirla, sabes simpática.
-Anda pasa, pasa, que un día
de estos me vas a matar de un disgusto.
-De acuerdo, de acuerdo, pero espero que elijas un día menos ajetreado
que este, porque si no, no voy a poder acompañarte.
-Menos rollo que yo no tengo tan buen humor como tú. En la mesa tienes
un plato de lentejas, si no las quieres las dejas y te vas a dormirla como
siempre.
El Macho, se dispuso a comer y comió
no más de cuatro o cinco cucharadas de aquellas sabrosas lentejas con chorizo
que con tanto cariño le había preparado su esposa, pero para tragarlas tuvo que
beberse medio vaso de buen vino de la tierra, si no, le hubiera sido imposible
comer nada, y después se fue a la cama donde se quedó dormido de inmediato
hasta el amanecer del día siguiente.
Foto: Francisco Atanasio
Hernández
Bien tempranito, como los buenos, el
Macho, se despertó y miró el reloj.
-Joder macho, las
siete y media ya, hoy voy a llegar tarde. ¡María ponme el café con un dedito de
coñac!
Se levantó apresurado,
dando tropezones con todo lo que había a su alrededor y se fue directamente al
aseo a despabilarse y adecentarse un poco.
-¡En el bar te dicen
marrano a poco que te descuidas una chispa, oye!
-¿Antonio, cómo te pongo el
dedo de coñac, horizontal o vertical?
-No me jodas María, que tú
sabes bien cómo lo quiero yo.
-Eso quisiera yo, joderte, pero por lo que se ve se
te ha olvidado ya cómo se hace.
-Anda, anda, menos literatura y
dedícate a tus cosas, que te gusta mucho la marcha y no quiero mosquearme
contigo.
-¡Sí claro, como si el
amor no fuese igual de necesario que beber y comer cada día!
-¿Pero qué dices María?
¿Acaso te he fallado alguna semana yo?
-No sé por qué me parece que también
empiezas a tener problemas con la memoria, porque, que yo recuerde, la última
vez que lo hicimos fue el martes de la semana pasada, y de eso, hace ya nueve
días, y el alcohol tampoco lo pruebo, incluso desde hace más tiempo aún, porque
como bien sabes soy abstemia.
-Bien, vale, pero ahora tengo prisa,
sabes, así que luego seguiremos con esta charla tan interesante.
-Eso, eso, vete ya no sea que
alguien te pille la vez y la coja antes que tú.
Rápidamente se terminó de vestir, se
bebió el café de un trago y salió de casa como alma que lleva el diablo.
Casi sudando llegó al Pinacho, y
enseguida se dirigió a su rincón favorito, desde donde podía verlo todo, pero
lo más preciado para él de aquel rincón era que cuando lo necesitaba, también
tenía dónde apoyarse sin dar el cante.
-Buenos días señores -
saludó al entrar.
-Buenos días Macho -
respondieron educados los demás.
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina. Anda Anselmo, pon una rondita de clarete y unos boquerones para picar,
que ésta la pago yo, la siguiente Dios dirá.
-Gracias amigo, yo me la voy a beber
muy a gusto a tu salud, porque a mí me enseñó mi padre, que una copa no se le
debe de despreciar a nadie - se apresuró a decir Sandalio.
-Hombre Macho, te agradezco la
invitación, pero permíteme que te pregunte, ¿es que te vas a morir?
-Lo que te importará a ti si al
hombre se le ha infectado una copa demás, o si acaba de cobrar la herencia de
la suegra y quiere celebrarlo con sus amigos.
-Pero bueno, ¿qué es esto? ¿vale ya,
no? Yo creo que es más simple, hoy se ha levantado generoso y nos invita,
nosotros tragamos y él paga, y eso también es bonito, tú.
-Lo que vosotros queráis, pero desde
esta barra de mármol, que tanto tiempo me acompaña cada día, obraré como es
costumbre entre los nuestros, así que, debo de pediros que nadie salga del
Pinacho sin que antes se haya bebido este trago de vino, y como soy muy
consecuente, incluso el día de mi muerte, no he de dejar sin su copa a un amigo
o a un pariente, y hoy brindamos con clarete porque yo soy el pagano.
-De acuerdo, primero el clarete,
pero dinos ya qué es lo que celebramos.
-Escucha amigo Liborio, recuerda
amigo Sandalio, ¡oídme todos amigos! lo que os voy a encomendar, porque el día
que yo me muera, si venís a acompañarme hasta mi última morada, tendréis que
rememorarme, y no olvidar que tenéis que parar en la puerta del Pinacho y
beberos en mi honor la ronda que os dejo pagada cumpliendo nuestra tradición.
-Dices
bien Macho, porque según la tradición, aquel colega que crea que está próxima
su muerte, debe de dejar pagada una consumición, y hay que parar el cortejo
funerario frente al bar el tiempo necesario para que los acompañantes consuman
la invitación - recordó Liborio.
-Así es amigos, como sabéis, yo soy
devoto aunque no practicante, ¡igual que
todos vosotros! pero habrá un día en que el cielo me llame y me pida
cuentas, y debo de estar preparado y pedirle que me trate con la mayor
indulgencia, y eso que sé que no hay un lugar en el infierno como este jardín
de las esencias donde se siembra la gloria y florece la miseria. Mientras tanto
el rato apuro y empino el codo sin freno ¡qué más da, si yo sé que no hago daño
a nadie!, aunque a menudo, tal vez, me superen los excesos en el arte de beber.
-En fin Macho, menos drama y:
“Vamos al vino y a los
boquerones
que de escuchar tanto
sermón
se me inflaman los
cojones
y me aprietan el
esternón.”
Todos rieron por la ocurrente forma
de interrumpir el tétrico discurso del amigo, y rápidamente se volcaron en el
vino y los boquerones. Pero apenas tuvieron tiempo de beber un sorbo de vino,
porque el Macho, estaba decidido a dar a conocer su última voluntad en toda su
extensión.
-Por último amigos míos, si queréis
acompañarme en mi entierro, sabed que habréis de subir hasta el viejo
cementerio y beberos a mi cuenta un chatito a la subida y otro chatito a la
vuelta, y a la vez me cantaréis nuestra más fiel oración:
“Desde el
Pinacho a la fosa
cruzamos
Santa Lucía
y te vamos
dedicando ¡aúpa!
la borrachera
del día.
Recuerda el alma abatida
levanta la copa y bebe
que este vino es de
Jumilla ¡aúpa!
y sabe de rechupete.
Qué buen vino nos dio
Dios
los colegas lo consumen
sin dar un solo respingo
¡aúpa!
en un feliz periquete.
Y si alguno se
emborracha
a mí no me importa nada
si paga lo que se bebe
¡aúpa!
y luego la duerme en
casa.
Desde El
Pinacho a la fosa
cruzamos
Santa Lucía
y te vamos
dedicando ¡aúpa!
la borrachera
del día.”
-Oye tú, me tienes asustado eh,
espero que el pago de las deudas se las hayas encargado a otros, porque si no,
no sé qué va a ser de mí - dijo Sandalio riendo.
-¿Pero es que el sermón del bebedor
os ha quitado las ganas de beber?
-Sí que parece que hoy se defienden
poco bebiendo, sí.
-Venga hombre, venga, vaciad los
vasos de una vez, que esta va de mi cuenta ¡No quiero que vayáis diciendo por
ahí que el cantinero no paga una y encima os gorrea!
-Muy bien dicho Anselmo, puedes
estar seguro de que no lo perderás.
Al poco fue Liborio quien pagó la
siguiente ronda, y después lo hizo Sandalio, y más tarde otro colega...
A las cinco de la tarde, Antonio “el
Macho” miró el reloj y dio un respingo separándose de la pared que lo aguantaba
con la mayor rapidez que le fue posible, y agitando torpemente la mano derecha
en ademán de despedida, enfiló el hueco de la puerta, con cuyo marco se golpeó
el hombro izquierdo más violentamente que otras veces, porque como tantos otros
días parecía que la puerta se le había quedado pequeña.
-Hasta mañana - le dijeron educados
los amigos.
Iba de uno a otro lado de la acera
del Paseo de las Delicias, como si quisiera medirla y no se pusiera de acuerdo
con el método a utilizar, cuando le salieron al paso el grupo de niños de todos
los días y comenzaron a corear:
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...
-Otra vez vosotros, vaya carga que
me ha caído a mí.
-Oye, oye, que tú ya vas bien
cargado, eh. A ver si ahora nos vas a culpar a nosotros de la melopea que
llevas encima.
-Anda hijico..., vete a ver con qué
amigo está jugando al teto hoy tu madre.
Y como otros días, los chiquillos
siguieron dándole la tabarra un buen trecho hasta las cercanías de su casa,
durante el cual saltaron y gritaron el eslogan de costumbre:
-Cataplum, chin, pum, gallo,
gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Desde el Pinacho a la fosa (relato Corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos).
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
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