Ayer falleció Ginés, mi amigo, una buena persona, y siento mucho su muerte, porque siempre lo quise y respeté con todas sus virtudes y defectos, como siempre quise y respeté a mis padres y a todos mis mayores.
Ginés Valero, nació en 1930, y en noviembre habría cumplido 93 años, y no era ni un rico industrial ni un artista famoso, ni siquiera un prestigioso político acostumbrado a los aplausos.
Tampoco tenía títulos académicos de los que
poder alardear ante los vecinos, eso sí, sabía leer y escribir, y se sabía las
“cuatro reglas”, lo suficiente para salir adelante.
Sin embargo, todas esas carencias clasistas y
culturales no le impidieron participar en la mayoría de las organizaciones
del pueblo con lo que él humildemente podía aportar, voluntad y trabajo.
En los años sesenta participó junto a Pepe “el Sespero”, Francisco Valera “el Rubio” y José Ojados Roca “el Voltios” en la fundación y preparación de los equipos infantiles y juveniles del Minerva y del TAKATAK de la época (el TAKATAK lo fundó Pepe Ojados).
Formó parte de la primera Junta Directiva de
La Salle Minerva desde 1973 a 1980.
Estuvo varias veces en la Comisión de Fiestas
de San Roque.
Fue miembro de la Junta Directiva del Casino.
Fue vocal de la Asociación de Vecinos con
Patricio Mercader.
Formó parte de la directiva de la SFC Minerva desde su fundación en 2012 hasta 2022.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Nació en una época convulsa en el seno de una familia compuesta de 4 hermanos, huérfanos de madre, y un padre anciano, sin trabajo y sin jubilación, porque entonces no había Seguridad Social y sufrió los rigores de la guerra siendo muy niño.
Durante su larga vida laboral se buscó la vida de leñador, minero, albañil, haciendo arena en las ramblas, de acomodador en el cine,…y finalmente se jubiló en ADHER.
Ginés era un amigo a quien tuve mucho afecto y muchísimo respeto porque antes que nada tenía un afán de superación verdaderamente envidiable, y era una buena persona, abierta a los demás y a compartir sus conocimientos, sus experiencias y sus fantasías, aunque reconocía que era muy, muy miedoso.
El apodo del Chinche.
Fue puesto por su
padre, el Tío Chon o el Tío Popeye, como se le conocía, que cuando lo retiraron
sin paga de jubilación de Garrabino, durante un período de tiempo se dedicó a
pedir por las calles de Cartagena y solía ir acompañado de su hijo menor Ginés
Valero. Con el producto obtenido de la caridad de los vecinos se compraba higos
secos que los consumía en el viaje de vuelta al pueblo llevando detrás al crío
que le decía ¡Papá dame un higo que tengo hambre! a lo que el padre le
contestaba ¡No tengo higos! ¡No digas que no que te los vas comiendo! y él
volvía a contestarle ¡Calla que vas detrás de mí como un chinchico!
Durante mucho tiempo, Ginés Valero “el Chinche”, y sus tres hermanos, “el Pedrolo”, “el Crietas y “el Negrín”, estuvieron dedicados a la labor de recolectar leña en donde la hubiera para luego venderla en los hornos y fraguas de las cercanías.
Cuenta Ginés que cuando terminó la guerra retiraron del trabajo a su padre, “el Tío Popeye”, y que con las 3000 pts. que Franco le daba a los jubilados de una sola vez, ya no había más pensión, se compraron un burro para transportar la leña de los pinos, acebuches (olivos silvestres), encinas, lentiscos, tetraclinis (ciprés de Cartagena), retamas, baladres, palmitos, y otras especies vegetales abundantes, susceptibles de ser transformadas en leña comercializable que recogían en los montes de Escombreras, La Miguelota, La Fausilla, La Peraleja, Los Rincones, etc.
El trabajo de
la leña
Cuando iban a por leña era habitual “hacer bola”, que significaba comerse todo lo comestible que llevaran de una vez, para no tener que parar de nuevo hasta la hora de acabar el trabajo. Dice Ginés que a su hermano Negrín no se lo podían dejar solo con la comida, porque cuando acababa con lo que llevaban para todo el día abandonaba al burro en medio del monte o donde le pillara y se iba a su casa.
Muchas veces eran sorprendidos por los guardias
forestales de los cotos, “el Cabila”, o “el Pericaca”, y tenían que evitar que
los detuvieran.
Mientras tanto el padre, como era muy mayor para ir al monte se dedicaba a realizar labores propias de lo que hoy se denominaría agente comercial, y buscaba compradores de la leña en los hornos de La Unión, Santa Lucía, La Media Legua, Las Tejeras, y las fraguas del Portazgo (la de “Perico el Fragüero”) y la de Los Partidarios.
Lo que corre el
miedo y el hambre.
En
esos tiempos en los que no se sabe bien si el miedo corría más que el hambre o
al revés, cuenta Ginés Valero, que una noche, él y sus tres hermanos, “el
Pedrolo”, “el Crietas” y “el Negrín”, que según dice eran tan miedosos como él,
se afanaban en hacer una sémola en el hogar de su casa que estaba en el camino
del cementerio, cuando de pronto cayó en medio de la sala la escoba que estaba
en el rincón donde descansaba atado el burro, y sin mediar palabra alguna los
cuatro huérfanos salieron de la casa corriendo aterrorizados, y no pararon
hasta que estaban bien lejos de la vivienda.
Cuando
se tranquilizaron un poco y se reunieron de nuevo, se preguntaron por el
extraño acontecimiento, pero ninguno de ellos encontraba una explicación lógica
que aplacara sus temores, entonces recordaron que se habían dejado una sémola
haciéndose en la sartén y se fueron a casa animados por la idea de calmar el
hambre, pero cuando llegaron allí, había desaparecido la sartén con la sémola
que contenía, que seguramente se apropió alguien a quien el hambre le hizo
correr más que el miedo a los hermanos.
Otra noche, cuando las
puertas carecían de las cerraduras mecánicas actuales y sólo se cerraban por
dentro con una tranca, bajaron a las Fiestas de San Roque y dejaron la puerta
de la casa entornada, y cuando volvieron a media noche se la encontraron
totalmente abierta.
-
¡Chinche entra tú! – dijo el Crietas.
-
¿Yo? sí claro – entra tú Negrín.
-
Anda Pedrolo pasa tú.
-
Yo no paso.
Finalmente, como todos tenían miedo se fueron en busca
del sereno para que entrara en la casa él delante de los hermanos, no fuera a
ser que hubiera alguien dentro.
Creencias
sobrenaturales
Hasta
no hace mucho todavía, existía la creencia entre nuestros mayores, y aún quedan
algunos que lo siguen creyendo, de que cuando alguien que se encontraba en el
último momento pedía que tras su muerte se realizara algo en su nombre, la
persona elegida para el encargo no podía dejar de cumplir la promesa, si no
quería que el muerto se le apareciera en el momento menos esperado para
reclamarle el cumplimiento de lo prometido, porque el ánima del difunto no
podría descansar hasta entonces.
De
ahí quizás se deriven ciertas situaciones extrañas de difícil explicación
lógica para generaciones posteriores, y que nuestros mayores relataban
envueltas en un halo de misterio y superstición, aderezadas de alguna enraizada
creencia religiosa que heredaron de sus ancestros.
La Casa del
Duende,
era una vieja vivienda rodeada de chumberas que había al Sur de la rambla de
Los Cucones, justo en el camino de la fuente de La Peraleja. Para llegar a ella
había que pasar por al lado del campo de fútbol El Secante, y de los extraños
sucesos que ocurrían en su interior se contaban muchas historias, todas ellas
impregnadas de cierta dosis de superstición y fantasía, motivadas en mayor o
menor medida por el miedo a lo desconocido y al más allá que el ser humano en
general y algunos en particular suelen padecer.
Dice
Ginés, que Juan “el Castaño”, que vivió en la Casa del Duende, contaba que las
puertas de la casa se abrían y cerraban solas, y que mandaba a su hijo a que
las cerrara, pero volvían a abrirse de nuevo, y de noche se escuchaban ruidos
extraños en su interior.
Cuenta
también que cuando “Perico el del Burro” vivió en aquella casa se quejaba
amargamente de que su burro no paraba de moverse y de dar golpes de noche, y
que en muchas ocasiones se escuchaban extraños ruidos en la casa, lo que con
frecuencia les impedía conciliar el sueño y descansar adecuadamente.
Aparición
demoníaca
Añade
Ginés, que Paco “el Marañón” contaba que una noche, cuando volvía de La
Peraleja de ver a la novia, que era sobrina de Juan “el Cano”, vio un extraño
bulto que no pudo distinguir bien en la portería del Secante del lado del
camino, (por entonces las porterías del campo de fútbol estaban orientadas de
Este a Oeste, y no de Norte a Sur como están ahora) y que la aparición se
repitió varias veces llegando incluso a patearle, hasta que le realizó una misa
en su nombre y ya nunca más volvió a aparecérsele.
Quizás
esta expresión de “llegó incluso a patearle”, tenga algo que ver con la
aparición demoníaca del choto, cabrito o carnero que surge en los relatos de
las historias que se cuentan de otros pueblos de la comarca.
Sobre este mismo tema, dice que su sobrino Juan López venia una noche de La Unión y se encontró en el camino un borrego y se lo echó a cuestas y que conforme iba andando aquello iba creciendo y como cada vez le pesaba más, lo tiró al suelo y salió corriendo porque aquel animal lo persiguió con muy malas intenciones.
Otras
historias
Una
noche, el Chinche bajaba de La Unión y se le salió la cadena de la bicicleta
cuando pasaba a la altura de una cruz que hay en la orilla de la carretera
entre La Esperanza y Los Partidarios, y cómo él es muy miedoso no quiso parar
allí y siguió sin poder pedalear hasta Los Partidarios donde paró para colocar
la cadena en su sitio.
Un
sábado había una función de teatro en alumbres “La chica del gato” y pidió
permiso en el trabajo para ir a verla y el encargado le dijo que cuando
terminara la función que fuera a su puesto de trabajo. Estando ya en el tajo,
el jefe lo mando a que cogiera el carburo y se fuera a ver cómo estaban los
pantanos. Fue donde lo mandaron, pero antes de llegar al lugar, algo
desconocido se le cruzó por el camino, y fue tal el susto que recibió que se le
cayó el carburo y lo dejó allí tirado saliendo despavorido hasta el lugar de
origen.
Tenía
una vecina que tendía la ropa en el terrado y una noche que hacía mucho viento,
cuando volvía del trabajo y mientras esperaba a que le abrieran la puerta de su
casa, le cayó en la cabeza una boina, y empezó a gritar ¡abrir que me cogen!
Un día le pregunta a su hermano ¿Qué
vamos a comer hoy? vamos a hacer gachas, le dijo, y entonces el Chinche se fue
a comprar harina, pero en lugar de comprar un kilo compró menos cantidad, con
la idea de quedarse con parte del dinero para comprarse la comida al día
siguiente, sin embargo cuando se puso a hacer las gachas estas no se espesaban
y cuando llegó uno de los hermanos gritó ¡A esto le falta harina! y se cabreó
tanto que le pegó un golpe a la sartén y hubieron gachas para todo el contenido
de la casa menos para los que esperaban calmar su hambre.
Otra
noche le dijo un hermano ¿Qué vamos a cenar?
Pepe
el Narciso tiene unas sardinas de bota muy buenas, compramos un kilo y cenamos.
Entonces carecían de corriente eléctrica en su casa y cuando llegó de la tienda
se pusieron a comerse las sardinas, pero el chinche se comía una y se guardaba
otra en los bolsillos. Claro, antes de lo esperado se quedaron sin comida y
empezaron los mosqueos de los hermanos que pronto preguntaron ¿Oye tú, cuantas
sardinas entran en un kilo que me he comido solamente dos o tres y ya no
quedan?
Se
podrían contar muchas más historias del Chinche, porque él y yo hemos recorrido muchos parajes mineros y de los alrededores de Alumbres, además de que no paraba de contarme
todo lo que conocía y algunas cosas que le pasaron, pero como se trata de que quede constancia de que el amigo Ginés Valero era un hombre sencillo, alumbreño, comunicativo, amable, generoso,… y que tiene
amigos como yo que están siempre dispuestos a darle una satisfacción, creo que con esto es suficiente.
Vaya donde vaya, nunca
lo podré olvidar R.I.P.
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