lunes, 30 de abril de 2018

DE LA ALCANCÍA DE SUEÑOS


             En el año 2001 publiqué un librito de poemas al que titulé “LA ALCANCÍA DE SUEÑOS”, y la portada la ilustré con la primera estrofa del poema acróstico dedicado a Alumbres, “ALUMBRES DESDE MI MEMORIA”, acompañado de una foto de la zona de estériles mineros de Portman, que en los días de lluvia se convertía en una laguna, y debo de añadir, que éste es uno de los pueblos de nuestro entorno que siempre he querido y de cuando en cuando lo visito.
Zona de estériles mineros inundada Foto: Francisco Atanasio Hernández
El librito, es un poemario de temática variada compuesto por 53 poemas seleccionados, con un espíritu rector que el propio título suscita y del que difícilmente me pude sustraer. Por supuesto, aquí y en esta ocasión, solamente voy a poner 8 de esos poemas que considero representativos.
La  alcancía de sueños, viene a ser algo así como el recipiente donde he ido almacenando mis mayores ilusiones, mis desengaños más importantes, mis esperanzas, mis frustraciones, mis éxitos, mis fracasos,...
            La memoria es la alcancía de los soñadores, pero los más importantes ahorros del soñador tienden a volatilizarse en el mismo momento en que éste despierta y se da cuenta de que la realidad que le rodea no tiene nada que ver con la ficción onírica de la que procede, y entonces le resulta difícil poner los pies en el suelo.
La alcancía de sueños, lleva impregnados todos los ingredientes que podrían  permitir calificarla como la obra de un soñador que no se resigna. El amor, el desamor, la vida, la muerte, el deseo, las esperanzas, mi tierra, los míos,... los transporté al mundo de la lírica con mi peculiar sensibilidad y estilo.
            El apego a la tierra de mis ancestros y la mía propia, lo expreso de forma particularmente emotiva en el poema acróstico ”Alumbres desde mi memoria”, o en el de “La alcancía de sueños”, cuyo poema da título al libro.
Portada del poemario “LA ALCANCÍA DE SUEÑOS”

A veces, la luna vuelve a brillar
Lisonjera en mi memoria
Un escalofriante momento.
Mi guitarra suena entonces quejumbrosa
Bordando melancolía por mineras
Rimas con sabor a pirita y alumbre
Esquirlas de fuego y pasión desenfrenado
Siembran caricias en mis entrañas.

Duendes, dioses y pitonisas
Encienden sus mágicas hogueras
Sobre la seca hojarasca de mis ancestros
Desde donde la savia lechosa de las higueras
Emerge hasta las cenizas de mis sueños.

Montes de esparto y bizcocho
Ingles de sol y artemisa.

Mieles de cera y cristal
Entre nubes y azucenas
Miran la orilla del mar.
Orlas de cal y granito
Rifan sus lomas al viento
Inflaman la ocasión de azul
Aires de todos los tiempos.
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            Muchas veces, cuando a un amigo le sucede una desgracia, solemos recordarle, con nuestros mejores deseos de consolación, la frase tan popular como socorrida “Tienes que olvidar”, y ciertamente, en la mayoría de los mortales parece que da resultado, o al menos, así lo aparentamos. Para el soñador es diferente, los recuerdos forman parte de su riqueza y los guarda cuidadosamente envueltos en papel de celofán como si de un tesoro se tratara, y es incapaz de olvidarlos por mucho que lo necesite y lo intente.

LA ALCANCÍA DE SUEÑOS

Otoño bajaba del Norte
a lomos de un viento blanco
y una música de violines y saxofones
sonaba acongojada en un rincón
de sus repletas alforjas.

Y súbitamente surgían
frenéticas tempestades de desolación.
Y las noches difícilmente podían dormitar
bajo el inclemente manto
de algodonosos copos de tristeza.
Y las auroras despertaban imprecisas
sumidas en las inmensas tinieblas
de la nada.

En ese otoño infernal
se rompía la alcancía de sueños
donde se guardan las ilusiones.
Y los pájaros de la noche
volvían a alimentarse
en el manantial inagotable
de la oscuridad.
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El amor, el desamor y la frustración, en sus variadas formas de manifestarse, es tratado con especial entusiasmo y ternura en los poemas dedicados a mis hijas, Rosi, Ana y Sonia, “Flor de invierno”, “La única razón tolerable”, “Color violeta”, por ese orden, y también a mi mujer Dami, compañera y amiga sobre todo, en el poema “En Silencio”.

FLOR DE INVIERNO

¡Once años!
Once hace que en mi huerto
se desgarraba una flor.

Y otra flor más vigorosa
de la divina corona
de espinas, se desprendía.

Vespertina flor de invierno
que el cielo me concedía
y del calor que desprendía,
por más que parezca eterno,
vestida de fantasía
bajó la gloria al infierno.

Y en el infierno la gloria
de su menuda sonrisa
no pudo eludir la brisa
que provocaba la boria
y en su inocente memoria
se congelaba la risa.

¡Y la risa!
La risa viajó en la noche
en corcel de fantasía
y en los pechos de la luna
se acurrucaba y dormía.

LA ÚNICA RAZÓN TOLERABLE

                             Era un día estival de un junio poco esperanzador
que amenazaba jubilar algún que otro corazón
entre las incansables estridencias de las chicharras
y el balsámico aroma de los hinojos
que inundaban de añoranzas las ansiedades.

Eran las horas del dominio de Cáncer
en un inefable cielo plagado de tempestades
y las hogueras de San Juan
habían extendido ya su magia purificadora
por la atmósfera salobre de la ciudad.

Aquel año pasaban los cincuenta
por la estación del olvido
y al viejo tren de cercanías
le empezaban a flaquear las fuerzas
para subir los empinados repechos del desamor.

En algún rincón de la tormenta estaba ella
memorizando las palabras necesarias,
sólo las palabras precisas,
que tendría que repetirle sin dudar un instante
con la seguridad de quien se sabe bien la lección
y está poseído por el sagrado poder
de la única razón tolerable.

Padre, ya sé que es a ti
a quien le correspondería ser
pero lo mejor para mí
es que no lo seas.

Nunca pudo imaginar
que el sol se apagaría de repente
pero sus sentidos dejaron de sentirlo a media tarde.

Y aquellas palabras todavía suenan en sus oídos
como el eco interminable
del metálico martillo de Vulcano
golpeando en el yunque imaginario de la memoria.

Escuetas palabras que se endurecieron
en el polo de la ausencia
y se hicieron viejas en la ceremonia del otoño
y la nieve del invierno se adelantó una estación
perdida en el tiempo y el espacio del padre.

Pero quedaba el hombre para seguir
enfrentándose a la ausencia de calor de otros inviernos
y al frío calor de otros veranos
y a las pesadillas del desamor de cada día.
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            Mi hija Sonia, no ha tenido necesidad de abrazar ninguna religión para respetar a su padre y a su madre, y saber distinguir lo bueno de lo malo, respetando a los demás como quiere que la respeten a ella.

COLOR VIOLETA

Violetas, color violeta,
a tu ingenuo corazón.
                                      Corre, salta, vuela,
                                      baila, flota, grita,
                                      sueña como tus muñecas
                                      un paraíso de la fantasía,
                                      color violeta.
Si hoy pudiera yo
dejaría que volaras
sobre las sedosas alas
de una esplendorosa mariposa
para que fueses a libar
el meloso néctar de las flores,
color violeta.

Si hoy pudiera yo
te dejaría correr y bailar
a lomos de un saltamontes
para que pudieras respirar
las más volátiles esencias
de la naturaleza,
color violeta.
                                      Si a éste día pudiera yo
                                      denominarlo a capricho
                                      lo llamaría libertad.
                                      Y si pudiera colorearlo a placer
                                      lo pintaría de violetas para ti.
Violeta de aromáticos cantuesos
dispondría por las esquinas.
Violeta de malvas silvestres
dispondría por los rincones.
                                      Violetas, color violeta,
                                      llevas en tu corazón.
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Mi mujer Dami, lo ha sido todo para mi, compañera, amiga, mujer, madre, trabajadora…, pero sobre todo ha sabido cumplir a la perfección, con el principal papel que se le puede pedir a la pareja, ella ha sido mi mejor amiga y el principal punto de apoyo para conseguir hacer realidad cualquiera de mis ilusiones y proyectos.

                                            Playas de Calblanque. Fotos: Francisco Atanasio Hernández

                  EN SILENCIO

Muchas veces, nos hablábamos en silencio
como ciertos animales
con el lenguaje y el aroma de las flores.

Muchas veces, nos embelesábamos
mirándonos fijamente a los ojos
en prolongados y enamorados silencios
ansiosos porque el deseo aflorara a las pupilas.

Muchas veces, nos íbamos a besarnos
largamente, apasionadamente
y rebuscábamos en los rincones
del silencio y la penumbra
lo que carece de licencia social
fuera de la intimidad.

Muchas veces, nos íbamos a Calblanque
a practicar el amor en la puesta de sol
y en sus pulidas y doradas arenas
solíamos dejar grabadas
nuestras silenciosas siluetas mirando al cielo
extasiadas de placer.

Muchas veces, el más maravilloso silencio
era nuestro mejor aliado
y a veces lo recordamos con juvenil ardor.
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En este poemario tampoco podía faltar la ironía y el sarcasmo, valga como ejemplo  el poema “Todo en ella era hermosura”

TODO EN ELLA ERA HERMOSURA

Todo en ella era hermosura.
Su pelo negro azabache
le resbalaba salvajemente liberal
como las crines de un pura sangre
por los delicados y femeninos hombros
hasta sus duras y redonditas
y siempre apetecibles nalgas.

Todo en ella era hermosura.
Sus profundos ojos negros
veían con los ojos de Afrodita
y su hechicera mirada emitía
fulgurantes manantiales
de apasionadas promesas de amor.
Y sus párpados se movían al compás
de las curvas tentadoras
que su ondulante cuerpo dibujaba
ofreciendo sus favores sin reparo
como una felina en celo.

Todo en ella era hermosura.
Su piel suave, suave,
como los pétalos de amapola
era una inmensa cascada
de placenteros aromas
que te invitaba a morir
en sus brazos irremediablemente.

Todo en ella era hermosura.
Aunque algunos me decían
que toda ella era artificio
y más mecánica
que una lavadora con doble centrifugado.
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De ninguna manera me podía olvidar de temas tan característicos de los idealistas como son la libertad y la solidaridad, así, el poema “Temor al miedo” y varios más de corte parecido.

TEMOR AL MIEDO

Miré a los interiores y temí
que el miedo fuera adolescente
como yo,
y un espasmódico reflejo
me recorrió la médula espinal
como un rayo,
cuando se ofreció ante mí
con toda su altivez.

Abrí los ojos y soñé
que el miedo al dolor
era un cuento,
y se introdujo en lo más profundo
de mi intimidad,
como un parásito indeseable.

Soñé que el miedo
nunca podría profanar
el espacio virtuoso de la soledad
y desperté,
aterido de un miedo tan espeso
como indescriptible
que atravesaba ávidamente
los blindajes de mi espíritu.

Temiendo al miedo,
cerré los ojos y volé
por los celajes inmensos
de la libertad,
y en la sala de mis ensueños
anidaron libremente
los pájaros de la fantasía.

Y empapándome en el miedo
miré a la vida
cara a cara,
y sentí clavarse en mis entrañas
sus vidriosos ojos
ebrios como sudarios mortuorios.

En un mundo en el que cada vez más se admiran y perfeccionan las formas pragmáticas de existir, no se puede ignorar que corren tiempos difíciles para la poesía, pero tampoco hay que rendirse silenciosamente a su poder de atracción.
         Y es que, no hay que olvidar que donde haya una flor surgirá un poema, y que allá donde haya un poema siempre habrá un soñador.



Fuente

Libro
-Francisco Atanasio Hernández. La Alcancía de sueños (poemario 2001)

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.

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