lunes, 28 de agosto de 2017

¿PRIMO LE RASCO?

A los pobladores de Alumbres se nos ha dicho desde bien pequeños que en otros tiempos, nuestros antepasados eran un poco brutos y que con el lema “Primo le rasco” solían ser muy pendencieros con los visitantes, creando la imagen negativa de que todos los alumbreños eran de armas tomar, y como en todos los casos de la vida siempre hubo quien se sintió vinculado a ese principio, aunque también los hubo y los hay, que no estamos de acuerdo con la fama que se nos ha dado desde diferentes ámbitos.
Plumilla: Cortesía de Francisco Bastida Martínez, autor de "Roche, por ejemplo"
Como ejemplo de disconformidad de esta fama he recogido un escrito publicado en “La Tierra” en 1934, hace ya casi un siglo, y que va firmado por un alumbreño llamado Francisco Conesa Martínez en nombre de algunos vecinos, en el que dice lo siguiente:
“Desde época remota, corre de boca en boca una frase, y por añadidura otra que nos afectan y que están dedicadas a Alumbres y nada más injusto y protestamos, no encolerizados, pero muy alto.
La frase es «primo lo rasco» nos la trajeron los forasteros aquí quedó indiferente a todos, callejera, ella recogió los sedimentos respecto a Alumbres de aquellas costumbres de aquellos tiempos de barbarie, acaso mundial, y admitimos la frase temporalmente hasta aclarar el porqué de su existencia.
Era en aquellos tiempos en que esta parroquia, su radio de acción se extendía desde El Hondón, Alcázares hasta Cabo de Palos aquí se celebraban las bodas y bautizos, se expedían antecedentes parroquiales, lo que daba lugar a la concurrencia de forasteros.
Cuando una boda o bautizo venía de lejos y aún de cerca cuyo recorrido en parte de los concurrentes se hacía a pie o en carruajes poco rápidos, se prestaba a visitar tabernas y cuando llegaban a esta, ya bebidos, al paso para la iglesia o de vuelta dedicaban frases ofensivas a los vecinos desde luego amparados en aquellos tiempos de matonismo y valentía, y esto que se repetía cada día tenía que traer alguna vez al choque.
Alumbres fue víctima de los forasteros todo el tiempo que duró aquella preponderancia parroquial.
Se daba el caso por todos los vecinos que habitaban de que cuando veían varios forasteros asistir a una boda, cerraban la puerta huyendo de ser comprometidos.
Dicho esto sin más detalles, invitamos al lector juzgue si estuvo justificado cuando pudo ocurrir, que en hechos sangrientos fueron menos debido a la cordura de estos vecinos.
¿A qué hubieran llegado las cosas algunas veces contando con que no había autoridad a mano que impusiera orden, si no se hubiera impuesto en todo caso la sensatez de estos vecinos?
Estos hechos sangrientos, que los hubo, tan justificados en este pueblo, se repetían en todos los pueblos; en toda España, acaso en todo el mundo, relativamente más numerosos que aquí y a caso menos justificados.
Visitad hoy Alumbres y encontraréis que aparte de alguna modalidad en la expresión, no es pendenciero, es un vecindario fino, atento, cortés, en fin muy comedido.

Hasta aquí por nosotros queda desamparada la frase, no es nuestra, nos la importaron los forasteros, nos han tenido en entredicho, es indigna de nuestra hospitalidad.”
En nombre de algunos vecinos
Francisco Conesa Martínez”

No obstante, y a pesar de que no se puede generalizar porque siempre hubo quien se negó a estar vinculado al dicho mencionado, pues prefería ser calificado de cívico y hospitalario, tiempo después, a mediados de siglo, volvió a surgir un sentimiento localista muy fuerte que algunos acogieron con furor, y resurgió el amor a la conocida frase “Primo le rasco”.
Valga como ejemplo el relato que hago de un partido cualquiera, entre un equipo de fútbol de Alumbres y otro de La Unión, más o menos, por los años 50 del siglo pasado

Una tarde de fútbol contra La Unión en El Secante. 
            Antes que nada, creo que es necesario que todos los protagonistas de la época sepan, y en especial los jugadores, que puede que algún detalle del desarrollo del partido no se ajuste exactamente a lo sucedido, pero hay que entender que este es un relato surgido de la memoria de un espectador, por lo que es posible que haya alguna alteración de lo acontecido. No obstante, creo que en el fondo todos coincidirán en que el relato cae dentro de los parámetros de lo que entonces sucedía en estos encuentros futbolísticos con La Unión y otros pueblos del entorno,  independientemente del puntito de picante que después se le pueda haber añadido.   
Como frecuentemente sucedía, los organizadores habían programado un partido de fútbol de la máxima rivalidad contra un equipo de la zona, y la suerte había caído, como otras tantas veces,  sobre el histórico conjunto de La Unión. Y como por entonces no había vestuarios, los jugadores, locales y visitantes, compartían cordialmente lo bueno y lo malo de la rambla de Los Cucones, que era el lugar donde se cambiaban de ropa y que está a la espalda de la portería del lado Sur del Secante.
            En principio todo discurría con deportividad, y sin ningún otro asunto que resaltar que el árbitro del encuentro bebía con demasiada frecuencia de una oscura botella que le proporcionaba el personal de la organización del partido, y aunque aparentemente se podía suponer que se trataba de agua, resultaba muy sospechoso que la transportaran en una garrafa, y más aún que alrededor de ella hubiera siempre un numeroso grupo de aficionados que no la dejaban ni a sol ni a sombra. Además, el árbitro del partido cada vez estaba  más alegre y menos ágil.
Veteranos del Minerva en partido de diversión. Foto: Archivo de Francisco Atanasio Hernández 
            Rodaba la pelota por las cercanías de la meta visitante, cuando el delantero local que llevaba el balón a la altura del área grande, fue objeto de una dura entrada por parte de un defensor contrario, inmediatamente los jugadores locales se lanzaron a por el infractor dándole empujones, mientras que sus compañeros se ponían en medio en actitud pacificadora, en tanto el árbitro del encuentro que se encontraba indeciso, optó por ir a aclararse las ideas una vez más a la banda, y allí mismo, alguien no desinteresado, por supuesto, le llevó casi en volandas hasta la botella negra, de donde le proporcionó un prolongado trago, cuya gratuita invitación supo agradecer el colegiado escuchando atentamente las recomendaciones de aquel amigo circunstancial, mientras volvía a empinarse la botella antes de salir de allí dando pitidos para atraer la atención de los jugadores, y pedir el balón para situarlo en el punto de penalti. El escándalo que se formó fue de impresión, porque mientras que los jugadores locales apoyaban y aplaudían al árbitro, los de La Unión, se le echaban encima porque entendían que la falta había sido fuera del área, y los espectadores de uno y otro bando también vociferaban lo suyo, apoyando o reprochando la decisión arbitral, dependiendo si eran aficionados locales o visitantes. Entretanto, el amigo de la botella negra se acercaba al colegiado dándole palmaditas en el hombro y acercándole la botella para que se despachara él mismo, a la vez que lo adulaba por la sabia decisión que había tomado.
            Después de un buen rato de interrupción del partido en el que no faltaron los gritos y los empujones, el colegiado mandó tirar el penalti, consiguiendo el equipo local adelantarse en el marcador.
            Una vez que se sacó el balón del centro del campo, los ánimos se volvieron a tranquilizar y el partido siguió desarrollándose con cierta normalidad los pocos minutos que faltaban para el descanso, momento en el que el árbitro pitó la terminación del primer período.
Durante el descanso, el árbitro parecía que tenía mucha sed, porque prácticamente no se separó del amigo de la botella negra, y unos quince minutos después mandó reanudar el partido mientras se dirigía al centro del campo, con un prolongado pitido y un ademán ininteligible, porque ya empezaba a estar beodo y no coordinaba bien los movimientos.
            La mayor parte del juego de este segundo período se desarrolló en campo visitante, que no obstante se defendió con genio y obstinación suficientes como para amargar la tarde a los de casa. Faltaban muy pocos minutos para la terminación del partido sin moverse el marcador, cuando un fuerte disparo de los visitantes vino a dar en el larguero, y al bajar el balón con tanta potencia, no se pudo ver con claridad si botó dentro o fuera de la portería, y entonces se desató de nuevo la polémica.
- ¡Gol, gol, ha sido gol!
- ¡Qué va a ser gol, ni mucho menos hombre!
- ¡Que sí!
- ¡Que no!
Empujones por aquí, empujones por allá, y el árbitro que miraba a unos y a otros sin saber qué hacer, se decidió por echar otro trago de aquella maravillosa botella negra, a ver si el mágico elemento que contenía en su interior conseguía aclararle las ideas, aunque a estas alturas, hasta el mismo árbitro, en sus escasos momentos de lucidez, entendía que esa era una empresa imposible, y así, entre unos y otros, poco a poco se fueron acalorando los ánimos, tanto los de los jugadores como los de los espectadores, hasta que alguien del equipo del pueblo dijo,
- ¿Primo le rasco?
- ¡Arráscale!- dijo otro que estaba a su lado.
Y en ese mismo momento soltaba el brazo y le propinaba un soberbio guantazo a un jugador del equipo de La Unión, golpe éste que por supuesto le devolvieron de inmediato, y como casi siempre que se enfrentaban ambos equipos, esta fue la señal para que se generalizara la trifulca, y como casi siempre que jugaban en El Secante, se produjo la desbandada de los jugadores visitantes, algunos de los cuales, ni siquiera se entretuvieron en recoger sus ropas, por si acaso, y corrían despavoridos, a campo través, en dirección a La Unión, y... hasta la próxima amigos.

Conclusión
Puedo asegurar que durante largo tiempo, algunos alumbreños, se enorgullecieron de ser tan brutos como sus antepasados, como en todos sitios por las mismas fechas, sin embargo, la mayoría de la población alumbreña siempre tuvo un carácter hospitalario y pacífico, y nunca aplaudió ni fomentó los comportamientos no civilizados.
Incluso, puedo aventurarme a decir que, tanto la actitud de la mayoría de mi generación, como la de las actuales, está muy alejada de esos principios de matonismo que unos pocos albergaron en diversos momentos de la dilatada historia de Alumbres, y dieron negativa fama a nuestro pueblo, a pesar de que, como decía Francisco Conesa en su artículo, Alumbres haya demostrado sobradamente que siempre fue pacífica y hospitalaria.

Además en todos los lugares “cuecen habas”, por lo que siempre hubo excepciones y es lógico que en nuestro pueblo las haya habido también.

Fuentes consultadas y/o utilizadas

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres cien años de fútbol 1909-2009.
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.

Prensa
-Archivo Municipal de Cartagena. La Tierra.

Foto
-Francisco Atanasio Hernández. Archivo particular.

Plumilla
-Francisco Bastida Martínez.

martes, 15 de agosto de 2017

LA TÍA MAÍSA Y SUS SABIAS ENSEÑANZAS

         Hace tiempo, hasta aquél apartado lugar cuyo recuerdo aún me produce una profunda inquietud, iba a realizar su honesto trabajo diario, de asear los vestuarios y otros locales de la fábrica, una hacendosa y pulcra mujer, que dejaba tras su paso y el  de sus herramientas de trabajo la huella inconfundible de la limpieza y el olor saludable de la higienización. Pero el tiempo pasó y el de la señora Carmen también, y entonces cambiaron las cosas y como si vinieran conducidas por la mano de la Bruja Coruja, en su lugar se designaron a dos chicas mucho más jóvenes y vistosas, aunque a decir verdad, con muy poca vocación al oficio, pero muy obedientes y disciplinadas. Encargadas de cumplir la importantísima misión de modificar los hábitos empezaron su original labor cambiando el calendario de limpiezas, por lo que en lugar de ir todos los días de lunes a viernes, pensaron que era mejor ir un solo día a la semana que no fuese ni lunes ni viernes, y por supuesto, ni sábados, ni domingos, ni fiestas de guardar, a llevarse las bolsas de basura generada y a dedicarle un máximo de cinco minutos, a lo que ingeniosamente denominaron los que mandan, aseo y limpieza ecológica de los dos cuartos que usan los currantes, que no pueden tener el mismo tratamiento que los pulcros y fragantes despachos que utilizan los jefes de la factoría.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
El caso es que estaba yo un día pensando en las musarañas, que no es lo mismo que hacerlo en las arañas del retrete, porque de la inmensa fauna que puebla el reducido espacio interior de aquellos cuartos no toca hablar ahora, sino en su momento, cuando al mirar por la ventana vi acercarse una fuerte tormenta que amenazaba descargar por aquí todo lo que llevaba dentro de mala leche y mucho más.
Como era la hora de la digestión, la verdad, no estoy muy seguro de que la primera impresión que captaron mis sentidos no fuera producto de un espejismo circunstancial, pero lo cierto es que al volver a mirar las vi subir por las escaleras del cuarto de aseo, luciendo sus monísimos uniformes color rosa con grandes vetas verde manzana, que decoraba sutilmente un lacito en el pecho con los colores de la enseña nacional, de distinguida y patriótica empresa de servicios pulcra y formal, y provistas del delicado instrumental técnico necesario para poner en práctica el fabuloso invento tanto tiempo ensayado en este mismo sitio.
Por supuesto, las dos hermosas muchachas estaban decididas a dejar claro para qué estaban allí con su palmito, e inmediatamente comenzaron su labor, supuestamente aséptica, por los lugares menos agradables precisamente, el retrete, la ducha, los lavabos, y los vestuarios, y en no más de cinco minutos el trabajo estaba realizado en su totalidad, y se podía entrar allí a respirar el agradable aroma del ambientador que utilizan después de cada operación higiénica, que es mucho más fino, delicado y respetuoso con la profesión y las señoras técnicas en el oficio, que decir “Después de fregar los suelos”, cuya sola mención me consta que les produce náuseas incontenibles.
Subieron entonces al cuarto de arriba a continuar con su fatigosa actividad científica en este otro lugar de trabajo, cargadas nuevamente con las delicadas herramientas del oficio, además de la fregona y el cubo con el agua achocolatada que había quedado de la higienización del cuarto de aseo, y con este agua, sin lejía, sin amoniaco, ni otra sustancia cualquiera susceptible de degradar los suelos más de lo que ya estaban erosionados, por el efecto de la actividad intensiva a que se les había estado sometiendo cada ocho o diez días en los últimos tiempos, siempre dependiendo, claro está, de la disponibilidad de las señoras técnicas en el oficio. No obstante, alguna que otra vez llegaron a utilizar una pizquita de lejía o amoniaco, pero eso sí, sólo con la sana intención de estudiar las posibles diferencias que pudieran observarse del estudio comparativo entre el tratamiento tradicional y el ecológico, de ninguna manera había intención de volver a utilizar los métodos anteriores.

Foto: Francisco Atanasio Hernández
Con el nuevo método, los suelos se friegan con agua clara, eso sí, hasta que deja de estarlo y se convierte en un oscuro líquido pastoso de indefinida calificación séptica que mueve las impurezas de un sitio a otro con el fin de que no se encariñen con el lugar y echen raíces, y después entra en juego el ambientador, dando un toque de elegancia y distinción al invento ecológico más notable de la era moderna.
  Según algunos entendidos, si se analizara minuciosamente el revolucionario descubrimiento se observaría que alberga innumerables ventajas. Por un lado, al utilizar el mismo agua para fregar los dos cuartos, hay un notable ahorro de agua corriente, que en una tierra sedienta como la nuestra, siempre tiene que ser motivo de agradecimiento a los promotores. Por otro, al utilizar el agua y solamente el agua, para fregar, sin agentes que agredan los suelos y los degraden, éstos se conservan mucho más tiempo y mejor, pero sobre todo, se consigue el objetivo más importante, el más altruista, que es el de respetar el ecosistema, conservando vivos todos los insectos y virus del lugar, moscas, mosquitos, arañas, hormigas, cucarachas, cochinillas, avispas, etc.

Hay un par de moscas y un mosquito en particular que me gustaría cogerlos por mi cuenta, pero no puedo hacerlo, porque me expongo a que se engendre sobre mí una poderosa tormenta con rayos y truenos incluidos de impredecibles consecuencias para mi integridad física. Se diría que las dos moscas y el mosquito actúan coordinada y deliberadamente, pues mientras que cada una de las moscas me incordia por la cabeza, la cara, los brazos, y cualquier otra parte de mi cuerpo que se encuentre descubierta, el mosquito busca un hueco por donde introducir su fino aguijón y me chupa la sangre hasta que se harta y tiene que irse a un lugar tranquilo a reposar el banquete que cada día se da a mi costa. Pero siguiendo con las moscas, cuando de verdad se ponen irresistibles es el momento en que empiezo a desliar el bocadillo para almorzar, porque entonces una de ellas, me molesta con muy mala leche, propinándome picotazos en todo el cuerpo a una velocidad de vértigo, y mientras intento deshacerme de esa, la otra invade la zona de la merienda que está reservada para el ejercicio de mis mandíbulas, y a veces me resulta bastante difícil hincarle el diente sin correr el riesgo de llevarme también para dentro a la mosca en cuestión, que por otra parte, confieso que en ocasiones no me importaría en absoluto si eso solucionara el problema, total, ojos que no ven...
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Las cochinillas y las cucarachas, son esos domésticos animalitos que tan mala reputación tienen entre las hacendosas amas de casa de ambos sexos, especialmente para quienes desarrollan su actividad laboral cotidiana en el dulce y cálido hogar familiar. En los hogares cuando aparece una cucaracha, o una cochinilla, paseando tranquilamente por la cocina, la galería, o  por cualquier otro lugar de la casa, enseguida se activa la alarma y se buscan todo tipo de insecticidas posibles con los que se las pueda eliminar a todas, incluso los huevos, porque su capacidad de reproducción es impresionante.
En cambio en el lugar de trabajo del que hablo, tanto el cuarto de control, como el aseo-vestuario, es transitado por unos y otros animalitos de los mencionados sin ningún tipo de trabas, y hacen sus posturas en los rincones que mejor les parece, porque a esos escondidos lugares nunca llegan las escobas ni las fregonas.
Justo en la misma puerta del cuarto de control hay varios hormigueros, de los que habitualmente y con toda normalidad salen los animalitos y cruzan el umbral de la puerta en ordenadas y finas hileras en busca de algo comestible que puedan transportar hasta sus domicilios subterráneos. La papelera, es también un lugar ideal donde las hormiguitas realizan permanentes incursiones a por las suculentas provisiones que suele contener, ya que algunos de los compañeros, sin duda influidos por el sano ambiente ecologista que se respira por allí, echan en ella todo tipo de restos, papeles, botellas, latas, pan, peladuras de frutas, etc., con el delicado propósito de que nuestras amiguitas lo utilicen de comedero, porque por estos lugares las papeleras sólo se vacían una o dos veces a la semana, ya que como se sabe las bolsas de plástico es material no biodegradable, y cuantas menos bolsas se retiren menos se contamina.
Todo ello a pesar de que a veces, las pobrecitas te molestan un poco, sobre todo cuando las notas subir por las piernas para arriba y alguna de ellas, más borde de lo normal, tiene la ocurrencia de probar la eficacia de sus poderosas mandíbulas justo cuando se encuentra en el testículo derecho, o cuando estás leyendo a Félix Rodríguez de la Fuente, o a Jacques Cousteau, y aparece una columna de obreras caminando tranquilamente por en medio de las líneas de lectura. En esas ocasiones en que te encuentras inmerso en la naturaleza es cuando de verdad recuerdas lo hermoso y saludable que es vivir al natural... estando cada cosa en su sitio.
Las arañas tejen sus telas por las partes altas de los cuartos, aunque donde más les gusta montarlas es en las esquinas, quizás porque es donde más fácil encuentran los puntos de apoyo necesarios para engancharlas. Sin embargo, no se ciñen única y exclusivamente a los lugares  de arriba, porque como hay tantas, muchas de ellas eligen las partes bajas de las taquillas, mesas, sillas, y en los rincones inferiores donde saben que están bien seguras.
Pero la insolencia de algunas de las arañas que habitan el lugar, es tal que se permiten el lujo de realizar espectaculares acrobacias, propias de consumados trapecistas, echando un fino hilo de seda desde la rejilla de la pantalla de alumbrado fluorescente que hay en el techo, justo encima de mi cabeza, y se divierten utilizando mi pelo como si fuese un colchón de goma espuma hasta que me mosqueo, y me voy de allí a dar un paseo por la calle para evitar la tentación de deshacerme de ellas definitivamente y jugarme con ello un consejo de guerra sumarísimo, porque aquí, quizás otra cosa no, pero a los insectos y otros animalitos indefensos no hay quién los toque sin jugarse el propio pellejo.
Cosa parecida que forma parte del zoológico local, son las avispas de los alrededores, que no se cortan un pelo en fabricar sus avisperos en cualquier lugar, por insospechado que parezca, de la inmensa jungla vegetal que sobresale de entre las tuberías y rodea los edificios amenazando con asfixiarlos. No es posible dar un paso sin tener que verse obligado a esquivar a los innumerables insectos que vuelan de un lado para otro por allí cerca, en busca del sabroso polen de las inmensas chumberas, gandules, palmitos, higueras, y un sin número de plantas silvestres en flor que crecen a sus anchas.
Las avispas van de flor en flor, pero si alguien tiene la mala suerte de tropezarse con un enjambre de esos enfadados insectos que, aunque sea equivocadamente, hayan considerado que son agredidas, o simplemente que un intruso desconocido pretende birlarles su exquisito botín, entonces la víctima es aguijoneada sin contemplaciones desde la punta de la nariz hasta los dedos de las manos, y no llegan a los dedos de los pies porque estos están protegidos por las botas de seguridad, y en esos dolorosos momentos te acuerdas de todos los conservacionistas uno a uno, y de todas y cada una de las hermosas razones que te dan para que las pobrecitas avispas sean respetadas y sigan revoloteando a tu alrededor con plena y absoluta libertad, mientras tú te quejas amargamente y sin consuelo viendo cómo se te inflaman las zonas de tu cuerpo atacadas por los indefensos animalitos.
Y además del absoluto respeto a los seres vivos que nos rodean, se tiene en cuenta también que los restos de la labor, el agua sucia resultante que después se tira a cualquier sitio, no contamine el medio ambiente y sirva de abono natural, es decir, se trata en definitiva de un revolucionario descubrimiento integral, después de muchos meses de arduo estudio científico sobre el terreno como es natural, al que sería preferible que en adelante denomináramos limpieza ecológica -para distinguirlo de otras marranadas que no tienen nada que ver con la ciencia- el cual tiene su más cercano precedente en una tal Tía Maísa, legendaria mujer que según se dice, cuando barría, que por cierto no lo hacía muy a menudo, lo metía todo bajo la alfombra que cubría todo el piso de su vivienda, mientras cantaba aquello de “la, la, ra, larita, barro mi casita...”. De esta buena señora, sin duda alguna el principal modelo de pulcritud universal, la historia nos ha trasmitido el testimonio de su memoria investigadora en este campo de la ciencia, de manera que viene a confirmar que fue ella quien empleó, antes que nadie, técnicas ecológicas para la industria de la limpieza, hasta el punto de que ni siquiera utilizaba agua para fregar, puesto que nunca fregaba los suelos, solamente los barría, y según ella misma decía “Bastante bien arreglados están”. Tampoco quitaba el polvo de los escasos muebles que tenía, porque así se ahorraba volver a barrer, además de que los muebles conservaban su brillo natural indefinidamente, aunque para verlo, es natural que primero hubiera que quitarles la espesa capa de polvo que los cubría.
            En su época, los métodos higiénicos de la Tía Maísa fueron sin duda todo un acontecimiento sin precedentes para sus contemporáneos, que supieron reconocer su importancia y los tuvieron en cuenta para la posteridad como se puede haber observado tras este relato, y tiene muy buenos discípulos y entusiásticos seguidores en estos tiempos modernos, especialmente en las industrias que se dedican a la higiene de lugares donde se mueven, asean, o desarrollan su labor diaria por cuenta ajena algunos colectivos humanos, que muchas veces se consuelan con que la suerte les sea propicia y no les abandone también dejándolos además en la calle, todo ello gracias a una denominada pomposamente “Ley de Prevención de Riesgos de no sé qué” o algo parecido y que no sirve nada más que para justificar kilos y kilos de recursos públicos, y muchas toneladas de miserias humanas que se guarecen bajo otra ley no escrita “Ley de Protección de Especies Carroñeras”, en la que hacen su agosto muchos personajillos sin escrúpulos, alcahuetillos y sindicalistos, carcas progresistas y politicastros corrompidos, junto a honorabilísimos ciudadanos que guardan los suculentos beneficios de tan bendita actividad en blindados bancos suizos como siempre.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández

Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. La tía Maísa y sus sabias enseñanzas (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (Conjunto de 11 relatos cortos).
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.

Dibujos
-Francisco Atanasio Hernández. 

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández. 

jueves, 3 de agosto de 2017

EL TÍO DEL HUMO

            Una calurosa tarde de finales del mes de agosto, entre la chicharra y el penetrante olor a tomillo, el Mateo, el José y el Gainza, venían dichosos haciendo equilibrios por encima de los raíles del ferrocarril, mientras cantaban una conocida canción popular:
                                   “El trigo entre todas las flores,
                                   ha escogido a la amapola
                                   y yo escojo a mi Dolores,
                                   Dolores, Lolita, Lola,
                                   y yo,...”
            De pronto, la tonada fue interrumpida por el amenazador silbido de un pedrusco que sobrevolaba sus cabezas, a la vez que un individuo cuarentón y mal encarado, aparecía de entre las cercanas higueras recargando su honda y profiriendo insultos.
-Humo, humo de aquí desmayados, golfos, sinvergüenzas,...
-Es el Tío del Humo, vámonos corriendo.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
            Los críos se dieron a correr como sólo ellos bien sabían, hasta ponerse fuera del alcance de los proyectiles que les lanzaba el dueño del higueral.
-Ah, ah, ah, pero qué le hemos hecho nosotros a ese tío, ni que la vía fuera de él.
-¿Lo corremos con las hondas Gainza?
-No, esperad, tengo una idea mejor. José, vas a ir al pueblo y te vas a traer a todos los zagales que puedas, que esta vez se va  a enterar con quién se juega los cuartos ese tío desgraciado.
            Ya se preparaba el José para cumplir la orden cuando el Mateo gritó con verdadero entusiasmo.
            -¡Mira Gainza, van al campo a jugar al fútbol, los llamo!
            -Pues claro hombre, a qué esperas.
            -Eh, eh, venid aquí.
            El grupo ocasional de futbolistas observó que les llamaban y sin saber más salió en tropel hacia aquellos en una carrera de competición.
            -He ganado yo, he ganado yo - llegó gritando el Lobote.
            -Bueno, ¿qué pasa, para qué nos habéis llamado?
       -Escucha Nazario, el caso es que, queremos darle una lección al Tío del Humo, porque siempre que nos ve pasar por la vía nos corre a pedradas, y que yo sepa la vía no es de él, así que como ahora mismo acaba de apedrearnos sin ninguna razón, hemos pensado buscar refuerzos y entre todos enseñarle que por ahí podemos pasar siempre que nos dé la gana. ¿Queréis ayudarnos, o no?
       -Yo creo que sí, que estamos todos dispuestos a sumarnos al combate, porque conmigo no hay ningún cagueta, ¡a que sí! - gritó el Nazario.
-¡Sííí! - gritaron todos a una.
-Ahora Gainza, explícanos tu plan.
Higuera verdal y fruto. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
            -Es una operación muy sencilla, como podéis ver, las higueras están en un bancal de forma rectangular, bastante  grande, de manera que creo que es imposible que una sola persona controle los cuatro lados del bancal al mismo tiempo. Pues bien, si ahora nos dividimos en cuatro grupos y cada uno de ellos se sitúa en uno de los lados del bancal, y cuando yo dé la señal, uno de los grupos se lanza al asalto por la parte que se le asigne gritando muy fuerte, el tío del Humo se dispondrá a repelerlos a toda prisa.
-¡Yo el primero! ¡yo el primero! - gritaron varios a la vez.
-Vamos muchachos, vamos, dejadlo que continúe - reclamó el Nazario.
-Venga hombre, que sigo y enseguida acabo. En cuanto los nuestros emprendan la retirada, los otros tres grupos, al mismo tiempo, nos lanzamos al ataque por los lados asignados, y cuando el tío del Humo vuelva atrás y se dirija hacia otro grupo, de inmediato volverá a las higueras el grupo que se había retirado, y sólo huirá del bancal aquel grupo al que el Tío del Humo esté dirigiendo sus iras, de manera que siempre habrá en el bancal tres grupos comiendo higos, y así hasta que nos cansemos. Ahora bien, como de lo que se trata es de darle una corrida sonada, además de comernos los higos, tenemos que hacer todo el ruido que podamos, y tenemos que gritar como si fuésemos indios de verdad que atacamos a los yanquis. ¿Qué os parece, eh?
-Macanudo - dijo el Nazario, sin poder contenerse.
-Vale, vale, vamos a quitarle los verdales al Tío del Humo. Con lo güenos que están los verdales ya me relamo de gusto - replicó el Qué Güenas.
            -Un momento, un momento, si estamos todos de acuerdo vamos a dividirnos en grupos. En total somos diecisiete, por lo que podemos formar tres grupos de cuatro y uno de cinco. Así que, el José elige a tres y se sitúan en la parte de la carretera. El Mateo escoge a otros tres y se colocan en la parte derecha del lugar que ocupa el José. Nazario, tú, si te parece bien, coges a cuatro de los tuyos y ocupáis este lado de la rambla, donde ahora mismo estamos, y yo, iré con el resto a situarnos en la parte de la vía.
            -Ah, una cosa más, el primer grupo en atacar será el del Mateo, cuando yo haga la señal. Está claro, o tengo que repetirlo.
-¡Sííí!
-Pues en marcha y cada uno a su sitio.
Vías del tren y CLH al fondo. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
            Aquel pequeño pero belicoso ejército se puso en marcha con disciplina castrense, cada cual sabía hacia qué posición estratégica se tenía que dirigir y cuándo y de qué manera debía entrar en acción.
            Una vez situado cada pelotón en su lugar asignado, el Gainza iba a ser quien llevara la dirección de la batalla, por eso había elegido la parte de la vía, porque desde allí podía ver a los otros tres grupos y dirigirlos.
            El ejército estaba preparado, la batalla iba a comenzar enseguida, el Gainza, echó una rápida mirada a los grupos y se llevó la mano derecha a la boca e introduciendo los dedos en ella emitió un estruendoso silbido, a la vez que con la izquierda daba la señal de ataque al grupo del Mateo.
            Como un vendaval, el Mateo y los suyos, se introdujeron rápidamente en el higueral profiriendo gritos como los indios americanos. El Tío del Humo, alarmado, salió del barracón y cuando les echó el ojo encima ya estaban todos enganchados a las higueras. Con la mayor rapidez que pudo se lanzó hacia los críos hecho un basilisco, a la vez que cargaba la honda y la disparaba con manifiesta indignación. Los críos a su vez, en cuanto le vieron asomar comenzaron la retirada rápidamente para ponerse fuera del alcance de los proyectiles.
            Y cuando ya creía que había conseguido repeler la agresión de los chiquillos, de pronto escuchó a sus espaldas el fuerte griterío con que anunciaban su ataque los otros tres pelotones y se dio la vuelta a la máxima velocidad posible dirigiendo sus coléricos pasos hacia el grupo del Gainza, que pronto se puso en retirada, ocasión que aprovechó el grupo del Mateo para volver a introducirse en las higueras. Como quiera que el grupo del Nazario había sido también avistado, el Tío del Humo, dirigió entonces sus iras contra éstos, oportunidad que rápidamente supieron aprovechar los  del Gainza para volver al  higueral. Estaba persiguiendo al Nazario y los suyos cuando vio a los del José, y en tanto aquéllos huían, se dirigió a por este último grupo localizado, el cual  emprendió la huida velozmente bajo los atropellados proyectiles de piedra que el Tío del Humo les lanzaba, mientras que los del Nazario volvían a su sitio en las higueras.
            Agotado por el intenso esfuerzo realizado, el Tío del Humo, se paró un momento y mirando a su alrededor pudo ver que los tres grupos que había echado anteriormente cogían higos con total tranquilidad, y en los mismos lugares que antes de ser expulsados, evidencia que le llevó a comprender que el largo recorrido que acababa de realizar inútilmente, lo iba a estar repitiendo mientras los chiquillos quisieran, o sus ya maltrechas fuerzas lo mantuvieran en pie, por lo que se decidió a dirigirse al barracón, en cuyo momento  los del José volvieron a tomar su sitio en las higueras.

            Cuando el Tío del Humo salió del barracón, portaba una gran cesta de mimbre y dirigiéndose al centro del higueral se dispuso a coger cuantos higos fuera capaz, con toda la celeridad que su práctica y condiciones físicas le permitían. Los niños, en principio, se quedaron perplejos porque no se imaginaban lo que iba a hacer, pero pronto comprendieron que, ante el temor de quedarse sin higos y agotado físicamente, había optado por salvar lo que pudiera. Entonces, la histérica explosión de risa de los pequeños asaltantes, resonó en los oídos del Tío del Humo como la más fuerte de las bofetadas recibidas en su vida, no obstante prefirió olvidarse de los chicos y ocuparse de recolectar la mayor cantidad de higos posible.
            La actitud del dueño del higueral, era una manifiesta declaración de derrota, que para aquel espontáneo ejército de críos no supuso cambio alguno en su actitud beligerante. Durante largo rato, los chiquillos, continuaron su labor de rapiña en el higueral mientras se burlaban de su dueño a coro:
            -“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas humo”... 
            Una vez que habían derrotado y humillado al Tío del Humo y hartos ya de higos, la batalla empezó a perder buena parte del interés aventurero para los chiquillos, y por eso y porque además sintieron una muy particular compasión por el enemigo y su humillante manera de aceptar la derrota, el Gainza, ordenó la retirada de sus devastadoras tropas mientras coreaban el estribillo aprendido en la batalla:
            -“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas humo”...
            Entretanto, éste, mascullaba amenazas e insultos a los críos, mientras recogía su cesta de higos y se volvía renqueante y cabizbajo hacia su barracón.

            Fuera ya del higueral, los chiquillos, se concentraron en las cercanías del campo de fútbol a comentar las incidencias de la aventura. Todos, absolutamente todos,  se habían hartado de comer higos verdales, y así lo pusieron de manifiesto al compás de interminables carcajadas.
-Mirad qué barrigota tengo de los higos que he comido - dijo Vicente, un niño gordito.
-Ja, ja, ja, ja, - rieron alegremente todos por la ocurrencia.
-Anda, mirad qué hinchado tiene el morro el Qué Güenas.
-Ja, ja, ja, ja,...
-Cómo no se le va a hinchar el morro, si para éste no hay diferencia entre un higo maduro y otro que aún no lo está.
-Ja, ja, ja, ja,...
            Aquellos momentos, fueron una verdadera fiesta para los críos, que hacían de cualquier cosa un motivo para reír.
            -Yo creo que después de esta, el Tío del Humo, suprime la palabra humo de su vocabulario - dijo ocurrente el Mateo.
            -Ja, ja, ja, ja,...
-Estoy seguro de que si alguna vez nos ve camino de las higueras, él mismo nos invitará con tal de ahorrarse la corrida - agregó el Nazario.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Hoy es tarde ya para jugar al fútbol, además yo creo que hemos hecho suficiente ejercicio por hoy, no.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Ya lo creo que hemos hecho suficiente ejercicio, pero el Tío del Humo ha hecho más que nosotros - añadió el Lobote.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Entonces, como ya es tarde y debemos irnos, podemos quedar para mañana a las seis y jugamos el partido que hoy no hemos podido jugar, ¡de acuerdo! - apuntó el Gainza.
       -¡Vale, vale!

Al día siguiente, los tres amigos casi inseparables, a la misma hora que el día anterior, pasaban nuevamente por la vía en dirección al pueblo, y mientras miraban de reojo al Tío del Humo que les observaba desde una esquina del barracón, entonaron la canción que más les gustaba.
                        “El trigo entre todas las flores
                        ha escogido a la amapola
                        y yo escojo a mi Dolores,
                        Dolores, Lolita, Lola
                        y yo...”
El trío de amigos, mirándose sonrientes sin poder contenerse, se echaron el brazo por encima de los hombros y continuaron andando y cantando haciendo equilibrios sobre los raíles de la vía, sin ser molestados por el Tío del Humo, que les miraba rencoroso.


Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. El tío del Humo (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos)
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres 2002 (Antología).

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández. 

Dibujo
-Francisco Atanasio Hernández.