jueves, 31 de agosto de 2023

AYER FALLECIÓ MI AMIGO GINÉS VALERO MARTÍNEZ (EL CHINCHE) HISTORIAS Y VIVENCIAS

 

Ayer falleció Ginés, mi amigo, una buena persona, y siento mucho su muerte, porque siempre lo quise y respeté con todas sus virtudes y defectos, como siempre quise y respeté a mis padres y a todos mis mayores.

Ginés Valero, nació en 1930, y en noviembre habría cumplido 93 años, y no era ni un rico industrial ni un artista famoso, ni siquiera un prestigioso político acostumbrado a los aplausos.

Tampoco tenía títulos académicos de los que poder alardear ante los vecinos, eso sí, sabía leer y escribir, y se sabía las “cuatro reglas”, lo suficiente para salir adelante.

Sin embargo, todas esas carencias clasistas y culturales no le impidieron participar en la mayoría de las organizaciones del pueblo con lo que él humildemente podía aportar, voluntad y trabajo.

En los años sesenta participó junto a Pepe “el Sespero”, Francisco Valera “el Rubio” y José Ojados Roca “el Voltios” en la fundación y preparación de los equipos infantiles y juveniles del Minerva y del TAKATAK de la época (el TAKATAK lo fundó Pepe Ojados). 

Foto: Francisco Atanasio Hernández

Formó parte de la primera Junta Directiva de La Salle Minerva desde 1973 a 1980.

Estuvo varias veces en la Comisión de Fiestas de San Roque.

Fue miembro de la Junta Directiva del Casino.

Fue vocal de la Asociación de Vecinos con Patricio Mercader.

Formó parte de la directiva de la SFC Minerva desde su fundación en 2012 hasta 2022.

                                                                                    Foto: Francisco Atanasio Hernández

Nació en una época convulsa en el seno de una familia compuesta de 4 hermanos, huérfanos de madre, y un padre anciano, sin trabajo y sin jubilación, porque entonces no había Seguridad Social y sufrió los rigores de la guerra siendo muy niño. 

Durante su larga vida laboral se buscó la vida de leñador, minero, albañil, haciendo arena en las ramblas, de acomodador en el cine,…y finalmente se jubiló en ADHER.

Ginés era un amigo a quien tuve mucho afecto y muchísimo respeto porque antes que nada tenía un afán de superación verdaderamente envidiable, y era una buena persona, abierta a los demás y a compartir sus conocimientos, sus experiencias y sus fantasías, aunque reconocía que era muy, muy miedoso. 

            El apodo del Chinche.

            Fue puesto por su padre, el Tío Chon o el Tío Popeye, como se le conocía, que cuando lo retiraron sin paga de jubilación de Garrabino, durante un período de tiempo se dedicó a pedir por las calles de Cartagena y solía ir acompañado de su hijo menor Ginés Valero. Con el producto obtenido de la caridad de los vecinos se compraba higos secos que los consumía en el viaje de vuelta al pueblo llevando detrás al crío que le decía ¡Papá dame un higo que tengo hambre! a lo que el padre le contestaba ¡No tengo higos! ¡No digas que no que te los vas comiendo! y él volvía a contestarle ¡Calla que vas detrás de mí como un chinchico!

Foto: Francisco Atanasio Hernández

Durante mucho tiempo, Ginés Valero “el Chinche”, y sus tres hermanos, “el Pedrolo”, “el Crietas y “el Negrín”, estuvieron dedicados a la labor de recolectar leña en donde la hubiera para luego venderla en los hornos y fraguas de las cercanías. 

Cuenta Ginés que cuando terminó la guerra retiraron del trabajo a su padre, “el Tío Popeye”, y que con las 3000 pts. que Franco le daba a los jubilados de una sola vez, ya no había más pensión, se compraron un burro para transportar la leña de los pinos, acebuches (olivos silvestres), encinas, lentiscos, tetraclinis (ciprés de Cartagena), retamas, baladres, palmitos, y otras especies vegetales abundantes, susceptibles de ser transformadas en leña comercializable que recogían en los montes de Escombreras, La Miguelota, La Fausilla, La Peraleja, Los Rincones, etc.

El trabajo de la leña

Cuando iban a por leña era habitual “hacer bola”, que significaba comerse todo lo comestible que llevaran de una vez, para no tener que parar de nuevo hasta la hora de acabar el trabajo. Dice Ginés que a su hermano Negrín no se lo podían dejar solo con la comida, porque cuando acababa con lo que llevaban para todo el día abandonaba al burro en medio del monte o donde le pillara y se iba a su casa.

Muchas veces eran sorprendidos por los guardias forestales de los cotos, “el Cabila”, o “el Pericaca”, y tenían que evitar que los detuvieran.

Mientras tanto el padre, como era muy mayor para ir al monte se dedicaba a realizar labores propias de lo que hoy se denominaría agente comercial, y buscaba compradores de la leña en los hornos de La Unión, Santa Lucía, La Media Legua, Las Tejeras, y las fraguas del Portazgo  (la de “Perico el Fragüero”) y la de Los Partidarios.

Lo que corre el miedo y el hambre.

En esos tiempos en los que no se sabe bien si el miedo corría más que el hambre o al revés, cuenta Ginés Valero, que una noche, él y sus tres hermanos, “el Pedrolo”, “el Crietas” y “el Negrín”, que según dice eran tan miedosos como él, se afanaban en hacer una sémola en el hogar de su casa que estaba en el camino del cementerio, cuando de pronto cayó en medio de la sala la escoba que estaba en el rincón donde descansaba atado el burro, y sin mediar palabra alguna los cuatro huérfanos salieron de la casa corriendo aterrorizados, y no pararon hasta que estaban bien lejos de la vivienda.

Cuando se tranquilizaron un poco y se reunieron de nuevo, se preguntaron por el extraño acontecimiento, pero ninguno de ellos encontraba una explicación lógica que aplacara sus temores, entonces recordaron que se habían dejado una sémola haciéndose en la sartén y se fueron a casa animados por la idea de calmar el hambre, pero cuando llegaron allí, había desaparecido la sartén con la sémola que contenía, que seguramente se apropió alguien a quien el hambre le hizo correr más que el miedo a los hermanos.

Foto: Francisco Atanasio Hernández

Otra noche, cuando las puertas carecían de las cerraduras mecánicas actuales y sólo se cerraban por dentro con una tranca, bajaron a las Fiestas de San Roque y dejaron la puerta de la casa entornada, y cuando volvieron a media noche se la encontraron totalmente abierta.

- ¡Chinche entra tú! – dijo el Crietas.

- ¿Yo? sí claro – entra tú Negrín.

- Anda Pedrolo pasa tú.

- Yo no paso.

Finalmente,  como todos tenían miedo se fueron en busca del sereno para que entrara en la casa él delante de los hermanos, no fuera a ser que hubiera alguien dentro.

 

Creencias sobrenaturales

Hasta no hace mucho todavía, existía la creencia entre nuestros mayores, y aún quedan algunos que lo siguen creyendo, de que cuando alguien que se encontraba en el último momento pedía que tras su muerte se realizara algo en su nombre, la persona elegida para el encargo no podía dejar de cumplir la promesa, si no quería que el muerto se le apareciera en el momento menos esperado para reclamarle el cumplimiento de lo prometido, porque el ánima del difunto no podría descansar hasta entonces.

 

De ahí quizás se deriven ciertas situaciones extrañas de difícil explicación lógica para generaciones posteriores, y que nuestros mayores relataban envueltas en un halo de misterio y superstición, aderezadas de alguna enraizada creencia religiosa que heredaron de sus ancestros.

 

La Casa del Duende, era una vieja vivienda rodeada de chumberas que había al Sur de la rambla de Los Cucones, justo en el camino de la fuente de La Peraleja. Para llegar a ella había que pasar por al lado del campo de fútbol El Secante, y de los extraños sucesos que ocurrían en su interior se contaban muchas historias, todas ellas impregnadas de cierta dosis de superstición y fantasía, motivadas en mayor o menor medida por el miedo a lo desconocido y al más allá que el ser humano en general y algunos en particular suelen padecer.

 

Dice Ginés, que Juan “el Castaño”, que vivió en la Casa del Duende, contaba que las puertas de la casa se abrían y cerraban solas, y que mandaba a su hijo a que las cerrara, pero volvían a abrirse de nuevo, y de noche se escuchaban ruidos extraños en su interior.

 

Cuenta también que cuando “Perico el del Burro” vivió en aquella casa se quejaba amargamente de que su burro no paraba de moverse y de dar golpes de noche, y que en muchas ocasiones se escuchaban extraños ruidos en la casa, lo que con frecuencia les impedía conciliar el sueño y descansar adecuadamente.

 

Aparición demoníaca

Añade Ginés, que Paco “el Marañón” contaba que una noche, cuando volvía de La Peraleja de ver a la novia, que era sobrina de Juan “el Cano”, vio un extraño bulto que no pudo distinguir bien en la portería del Secante del lado del camino, (por entonces las porterías del campo de fútbol estaban orientadas de Este a Oeste, y no de Norte a Sur como están ahora) y que la aparición se repitió varias veces llegando incluso a patearle, hasta que le realizó una misa en su nombre y ya nunca más volvió a aparecérsele.

 

Quizás esta expresión de “llegó incluso a patearle”, tenga algo que ver con la aparición demoníaca del choto, cabrito o carnero que surge en los relatos de las historias que se cuentan de otros pueblos de la comarca.

 

            Sobre este mismo tema, dice que su sobrino Juan López venia una noche de La Unión y se encontró en el camino un borrego y se lo echó a cuestas y que conforme iba andando aquello iba creciendo y como cada vez le pesaba más, lo tiró al suelo y salió corriendo porque aquel animal lo persiguió con muy malas intenciones.

Foto: Francisco Atanasio Hernández

            Otras historias

Una noche, el Chinche bajaba de La Unión y se le salió la cadena de la bicicleta cuando pasaba a la altura de una cruz que hay en la orilla de la carretera entre La Esperanza y Los Partidarios, y cómo él es muy miedoso no quiso parar allí y siguió sin poder pedalear hasta Los Partidarios donde paró para colocar la cadena en su sitio.

 

Un sábado había una función de teatro en alumbres “La chica del gato” y pidió permiso en el trabajo para ir a verla y el encargado le dijo que cuando terminara la función que fuera a su puesto de trabajo. Estando ya en el tajo, el jefe lo mando a que cogiera el carburo y se fuera a ver cómo estaban los pantanos. Fue donde lo mandaron, pero antes de llegar al lugar, algo desconocido se le cruzó por el camino, y fue tal el susto que recibió que se le cayó el carburo y lo dejó allí tirado saliendo despavorido hasta el lugar de origen.

Tenía una vecina que tendía la ropa en el terrado y una noche que hacía mucho viento, cuando volvía del trabajo y mientras esperaba a que le abrieran la puerta de su casa, le cayó en la cabeza una boina, y empezó a gritar ¡abrir que me cogen!

            Un día le pregunta a su hermano ¿Qué vamos a comer hoy? vamos a hacer gachas, le dijo, y entonces el Chinche se fue a comprar harina, pero en lugar de comprar un kilo compró menos cantidad, con la idea de quedarse con parte del dinero para comprarse la comida al día siguiente, sin embargo cuando se puso a hacer las gachas estas no se espesaban y cuando llegó uno de los hermanos gritó ¡A esto le falta harina! y se cabreó tanto que le pegó un golpe a la sartén y hubieron gachas para todo el contenido de la casa menos para los que esperaban calmar su hambre.

Otra noche le dijo un hermano ¿Qué vamos a cenar?

Pepe el Narciso tiene unas sardinas de bota muy buenas, compramos un kilo y cenamos. Entonces carecían de corriente eléctrica en su casa y cuando llegó de la tienda se pusieron a comerse las sardinas, pero el chinche se comía una y se guardaba otra en los bolsillos. Claro, antes de lo esperado se quedaron sin comida y empezaron los mosqueos de los hermanos que pronto preguntaron ¿Oye tú, cuantas sardinas entran en un kilo que me he comido solamente dos o tres y ya no quedan?

 

Se podrían contar muchas más historias del Chinche, porque él y yo hemos recorrido muchos parajes mineros y de los alrededores de Alumbres, además de que no paraba de contarme todo lo que conocía y algunas cosas que le pasaron, pero como se trata de que quede constancia de que el amigo Ginés Valero era un hombre sencillo, alumbreño, comunicativo, amable, generoso,… y que tiene amigos como yo que están siempre dispuestos a darle una satisfacción, creo que con esto es suficiente.

Vaya donde vaya, nunca lo podré olvidar R.I.P.

 

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