viernes, 13 de mayo de 2016

SOBRE LA PATRIA POTESTAD Y LA CUSTODIA COMPARTIDA

           Hace unos años, con motivo del Día del Padre, escribí el artículo que transcribo a continuación y que mientras viva tendrá plena vigencia, porque el daño ocasionado es irreversible.
            El 19 de marzo se celebra el día de los padres que felizmente pueden disfrutar de todos sus derechos como ciudadanos, y sobre todo de la compañía de sus hijos, pero los padres desposeídos de su paternidad pasamos un año más alejados de ellos.

           Los hijos no fueron concebidos por una Santa y el Espíritu Santo, los hijos tienen padre y madre, y las organizaciones femeninas tendrían que recordarlo así a sus socias, especialmente las llamadas progres, socialistas y creyentes, que a menudo van a la iglesia a pedir crédito a Dios para seguir haciendo daño con más fuerza si cabe.
Creo que es preciso recordar que a los niños hay que educarlos para la libertad, para una sociedad moderna de convivencia y diálogo que considere y respete a los demás como uno desea que lo respeten a él mismo, y en la ruptura de un matrimonio no se les puede ir inculcando que la culpa es del otro, porque en estos indeseables procesos, ambos son un poco culpables y víctimas a la vez, y sobre todo los hijos no tienen culpa de nada y no tienen porqué sufrir las consecuencias de la ruptura de la pareja.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
          En 1981, el Congreso de los Diputados aprobó una Ley de Divorcio, que al no disponer de otra para compararla, apareció ante la sociedad como la tabla de salvación para aquellos casos de incompatibilidad manifiesta de las parejas. Sin embargo, esa urgente necesidad ocultaba en su interior todos los ingredientes antidemocráticos, discriminatorios, y sobre todo electoralistas, de captación del voto femenino, para que en cualquier proceso de separación siempre saliera ganando la mujer. La renovación de los principios machistas más reaccionarios en este caso nunca lo protestaron los colectivos femeninos o feministas más belicosos, y eso que sabían que en numerosas ocasiones, esta circunstancia fue la causa de muchos casos de violencia familiar, puesto que en realidad la Ley de Divorcio mencionada no fue hecha para todos, sino sólo para unos pocos que podían pasar suculentas manutenciones a sus ex parejas y a sus hijos sin pasar estrecheces a final de mes, y además podían rehacer sus vidas afectivas cómo y con quién querían sin causar por ello escándalo social. Los demás, es decir, la mayoría, los trabajadores que dependían de un mísero salario, si tenían diferencias insalvables con sus parejas y se separaban porque no se resignaban a su mala suerte, eran condenados a vivir en condiciones precarias, y si la mano ejecutora de su nueva desgracia no podía ser la de ella directamente, ya se encargaría de hacerlo el juez de turno, o los picapleitos, en cuyas inhumanas redes tenías la desgracia de caer.

            El día 5 de junio de 1990, divorciado de mi pareja desde hacía 5 años, registré la entrada de una denuncia en el Colegio de Abogados de Cartagena, contra dos letrados que me habían tramitado mi divorcio en el bufete que entonces tenían abierto, porque mientras que a mí me negaban la viabilidad de denunciar a mi ex cónyuge por el reiterado incumplimiento de la Patria Potestad Compartida, así como el régimen de visitas y el disfrute del período de vacaciones con mis hijas recogidos en la sentencia de divorcio, a ella la incitaban a presentar una reclamación económica fundada en falsedades y la animaban a continuar incumpliendo su parte.

          El caso es que, si el picapleitos de mi ex-esposa conseguía que el juez emitiera una orden de retención de mi salario, en principio, y a partir de ese momento, yo reduciría en mucho mis posibilidades de subsistencia por la mengua de mi sueldo, y luego, me costaría años conseguir una revisión del contenido económico, porque en este caso tendría que demandar y conseguir una sentencia favorable, cosa bastante difícil para mí, entre otras cosas porque en aquél momento el abogado protagonista de este caso, aspiraba a convertirse en presidente del Colegio de Abogados de Cartagena, y ya se sabe el papel que en este país juegan las influencias en todos los estamentos. La confabulación había sido bien estudiada, pero no tuvieron en cuenta que yo también se moverme por el mundo y tenía algunas cartas que jugar para evitar que llevaran a cabo una injusticia más tan descarada, por lo que después del registro de mi escrito en el Colegio de Abogados, nunca más se supo de la reclamación de mi ex y su picapleitos.

Escrito que registré en el Colegio de Abogados de Cartagena el 5 de junio de 1990

          Y es que hay que tener en cuenta que antes ya, me había quedado sin la vivienda que tanto esfuerzo me había costado conseguir, ni siquiera la parte que me hubiera correspondido en un justo reparto de bienes, porque lo cedí todo a ella en un falso reparto de bienes, creyendo que lo hacía por el bien de mis hijas, y sin equipaje alguno con el que viajar a ninguna parte, además de la imposición de pasar una manutención que rondaba el 60% de mis ingresos íntegros, porque los hijos lo merecían todo, aunque después sólo recuerden el odio inculcado por la madre despechada y su familia.

Tengo la conciencia tranquila porque siempre cumplí generosamente con mis obligaciones económicas y afectivas con mis hijas, incluso me dejé expoliar pensando que al fin y al cabo todo era para ellas, y sin embargo nunca pude conseguir mantener una relación estable, y mucho menos influir en una educación saludable.

Aunque luego está la sociedad en general, y la mayoría de la familia en particular, que rezuma hipocresía por todos sus poros, entre la que cabe destacar a las chismosas/os, que lo que no saben lo inventan, y con su dedo acusador señalan al padre divorciado como si se tratara de un delincuente, solo porque no se ha resignado a ser un infeliz toda su vida.

Aparentemente, las relaciones con mis hijas, ya adultas, eran normales, hasta que llegado el momento de la boda de la mayor, fui apartado del derecho a ser el padrino en la ceremonia religiosa y a estar en la mesa de los padres de los novios (el 4º mandamiento de la Ley de Dios dice “Honrarás a tu padre y a tu madre”, pero por lo visto nadie de la parroquia se lo recordó), porque había que evitar que la mamá se ofendiera por compartir ese momento con su ex cónyuge y lo solucionaron poniendo de padrinos a los padres del novio, padre y madre, y nadie se ruborizó por ello, seguramente porque ellos tiene el corazón humano y podrían tener alguna desgracia si no lo eran, yo en cambio no tenía nada que temer, porque como según parece tengo el corazón de acero inoxidable pues…, y menos mal que el futuro marido de mi hija era un dirigente del PSOE, que si llega a ser un fascista no sé qué hubiera sido de mí. Por supuesto, mi segunda hija siguió el mismo camino que la primera.

Cuesta trabajo creer que una mujer de esas quiere a sus hijos cuando no duda en hacerles daño a cambio de fastidiar como sea a su ex pareja. Pero tanto o más trabajo cuesta creer que sean sinceras cuando piden igualdad de derechos para todo lo que a ellas les conviene, y a la vez le niegan a los hombres el más elemental de los Derechos Humanos, la paternidad.

 En una sociedad democrática todos tenemos derechos y obligaciones, y hay que mirar con total normalidad que una pareja se separe porque entienden que la convivencia juntos es imposible, y ello no debe de conducir a que aquel que se quede con los hijos los utilice contra el otro como si de simples muñecos se tratara, olvidando que los hijos necesitan a los dos, al padre y a la madre, y si no puede ser juntos hay que conseguir que los tengan por separado. El otro no sólo tiene la obligación de pasar la manutención, tiene además el derecho a disfrutar de la compañía, del respeto y del cariño de sus hijos, y a participar en una educación civilizada y sin traumas de éstos.

Por entonces había que tener en cuenta también a la sociedad, que con su dedo acusador, actuaba con el padre legalmente divorciado como si se tratara de un delincuente, y el divorcio fuera un delito. Se podría decir sin exagerar la nota que se puso de moda perjudicar al padre que se atrevía a divorciarse de su pareja, porque en realidad, la hipocresía de la sociedad es tan grande, que a los familiares de los divorciados no les importaba que la pareja se resignara indefinidamente a dar una falsa imagen de unidad familiar y concordia, aunque en realidad cada uno viviera su vida afectiva a su manera y fuera del matrimonio, cualquier cosa antes que el divorcio.

En definitiva, estoy persuadido de que no hay mayor violencia que la ejercida por los poderes del Estado que no cumplen con su cometido de salvaguardar los intereses de todos los ciudadanos por igual, y que discrimina a una parte en favor de otra por razón de los intereses, no del Estado de Derecho, sino de los partidos políticos. Los ciudadanos honrados de un Estado supuestamente democrático, que son agredidos en sus legítimos derechos se sumen en un estado de impotencia y de ansiedad de impredecibles consecuencias para los afectados.

Todo ello, y siempre en mi opinión, debería de llevar a la sociedad, y sobre todo a las organizaciones ciudadanas, a una profunda reflexión sobre la utilización de esta escala de valores y su utilidad para una sociedad de diálogo, tolerancia y entendimiento, y poner los medios necesarios para evitar que nunca más sucedan maldades de esta naturaleza, ni en Alumbres ni en ningún otro lugar de nuestra geografía, y nadie mejor que las organizaciones ciudadanas para ello. Mientras tanto quiero recordar un viejo adagio que dice así “De donde no hay no se puede sacar”, y un poema de mi cosecha que también publiqué con el artículo.

                                      LA ÚNICA RAZÓN TOLERABLE
Era un día estival de un junio poco esperanzador
que amenazaba jubilar algún que otro corazón
entre las incansables estridencias de las chicharras
y el balsámico aroma de los hinojos
que inundaban de añoranzas las ansiedades.

Eran las horas del dominio de Cáncer
en un inefable cielo plagado de tempestades
y las hogueras de San Juan
habían extendido ya su magia purificadora
por la atmósfera salobre de la ciudad.

Aquel año pasaban los cincuenta
por la estación del olvido
y al viejo tren de cercanías
le empezaban a flaquear las fuerzas
para subir los empinados repechos del desamor.

En algún rincón de la tormenta estaba ella
memorizando las palabras necesarias,
sólo las palabras precisas,
que tendría que repetirle sin dudar un instante
con la seguridad de quien se sabe bien la lección
y está poseído por el sagrado poder
de la única razón tolerable.

Padre, ya sé que es a ti
a quien le correspondería ser
pero lo mejor para mí
es que no lo seas.

Nunca pudo imaginar
que el sol se apagaría de repente
pero sus sentidos dejaron de sentirlo a media tarde.

Y aquellas palabras todavía suenan en sus oídos
como el eco interminable
del metálico martillo de Vulcano
golpeando en el yunque imaginario de la memoria.

Escuetas palabras que se endurecieron
en el polo de la ausencia
y se hicieron viejas en la ceremonia del otoño
y la nieve del invierno se adelantó una estación
perdida en el tiempo y el espacio del padre.

Pero quedaba el hombre para seguir
enfrentándose a la ausencia de calor de otros inviernos
y al frío calor de otros veranos
y a las pesadillas del desamor de cada día.

    Documentos
    Sentencia de Divorcio
    Escrito dirigido al Colegio de Abogados de Cartagena
    Ley de Divorcio de 1981
    
           

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