La
referencia más antigua que tengo de los requesoneros de Alumbres es a través de
un pequeño relato de Federico Casal Martínez con el título de “Recuerdos. El
Ayuntamiento y los músicos ingleses”, que data en 1611 y lo termina como sigue “Al día siguiente se notó en el mesón la
falta de una zagala que en él servía, apodada Marica la alumbreña, hija de
un popular requesonero de los Alumbres Nuevos, a la que se veía muy
amartelada con uno de los músicos que tocaba el pínfano y el atambor y chapurreaba un poco el castellano. Nadie se
explica cómo la chica fue al barco. El piloto encargado de sacar fuera del
puerto los barcos para evitar la peligrosa laja existente en la bocana, dijo
haberle parecido ver en el navío una mujer”.
Se
sabe que los vecinos de Alumbres eran especialistas en la fabricación del
requesón desde muy antiguo y tal maestría habían adquirido en su elaboración que
entre los vecinos se comentaba que tenían una receta secreta que pasaba de padres
a hijos, y por lo que se cuenta, parece ser que los lecheros alumbreños nunca
tuvieron quien les compitiera en la comarca de Cartagena.
Un
antiguo refrán dice:
Las cosas mejores de Cartagena son,
los palmitos, la miel y el requesón.
Los
requesoneros se apostaban en la Puerta de San José antes de salir el sol, y cargados
con sus mercancías, esperaban pacientes a que la guardia militar abriera la
puerta para entrar en la ciudad gritando “El rico requesón de Alumbres” que
llevaban envueltos en blancas y aseadas servilletas para que el suero que
quedara fuera escurriendo. Trasportaban también el peso y el cuchillo que
llevaban en una cesta y el precio al que lo vendían era de cuatro reales la
libra y era tanto el consumo que se hacía en la ciudad de este producto, que
hacia las nueve de la mañana se quedaban sin existencias y comenzaban a volver
para Alumbres.
Portada del Diario de Cartagena nº 50. Archivo Histórico de Cartagena
La fama que alcanzaron los requesones alumbreños en
Cartagena fue muy grande, hasta el punto que la mencionada industria “El
Requesonero de Alumbres” fue el título que llevaron una serie de artículos que
se publicaron durante casi todo el año de 1807, de carácter múltiple, científico-intelectual-burlón-satírico
y moral, por el Diario de Cartagena que se editaba en la imprenta de Trinitario
Hortelano, al principio en la calle de San Roque, y más tarde en la calle de la
Morería Baja, y que llamaron mucho la atención porque ponían de manifiesto el alto
nivel cultural del autor, pues escribía la carta del supuesto requesonero y la
respuesta, que firmaron diferentes personajes de ficción, El Albéitar, El Estudiante
Laurencio, Público, Señor Mayor, Pablo Remigio, El Barbero, Aficionado a
Física, etc., basándose en un tema científico o intelectual que el alumbreño
planteaba, siendo respondido por uno de los personajes mencionados, y que llevaban
a la conclusión de que cada cual debería de dedicarse a lo que conoce y no
invadir terrenos que no son de su especialidad.
Para
mostrar la riqueza intelectual y literaria de la serie de los escritos
mencionados, firmados por el supuesto requesonero de Alumbres, pueden servir
como muestra los fragmentos que expongo a continuación.
Según
el Sr. Casal el artículo inicial decía “Yo
no soy requesonero; he colgado el cesto en el huerto de Calín y si hubiere
algún incrédulo venga conmigo y en llegando al sitio le diré: ahí está el cesto”
(No he podido confirmar la existencia de este ejemplar porque no se
encuentra en los archivos de Cartagena y Murcia).
El
escrito del 19 de febrero de 1807, comienza como si se tratara de un bravucón
que en el campo de la literatura no tuviera rival “Convite fúnebre, que la
piedad del requesonero de Alumbres hace a los amantes de la literatura y buen
gusto, para que se sirva asistir a los funerales de D. Pablo Remigio”.
Y al final del mismo escribe el
epitafio de su supuesto rival:
“Aquí yace Don Remigio
Escritor aventurero
por querer medir sus
armas
con el buen Requesonero.
Requiescat in pace. Amén,
Ya tenemos un enemigo
menos; vamos ahora a lidiar con el señor F.M.C. que podrá ser que al primer
tajo vaya a acompañar a su amigo, y no quede títere con cabeza”.
En otro artículo con el siguiente título “El Caballero Newton defendido y coronado de laurel por el requesonero de
Alumbres” defiende a Isaac Newton y sus tesis de la crítica de
alguna prensa, como si fuera un científico más que hasta ese momento no se
hubiera dado a conocer, ofreciendo datos astronómicos y hablando de planetas,
de estrellas y de la gravedad como si nada de eso le fuera ajeno, sino todo lo
contrario.
Un pasaje de ese mismo escrito dice así ”Estoy como la Reyna Luisa forrado en cobre,
y hecho a fuerza de bomba ; y me llevo por delante aquella bella sentencia a cuya sombra me acojo, quando chispean estos fuegos
fatuos , la qual dice la crítica de los necios, es el incienso de los talentos. Yo
no lo tengo; pero lo tuvo, y lo tuvo extraordinario el célebre Newton”.
Ganado de cabras y ovejas por nuestros campos. Foto: Francisco Atanasio Hernández
El nº 54 del Diario de Cartagena ofrece la receta para
elaborar el requesón: “Póngase a hervir
un quartillo de leche a fuego lento, y luego que rompa el hervor añádasele el
zumo de medio limón regular y apártese del fuego; cuélese el licor o suero por
un lienzo espeso y exprímase bien el requesón que quede en él; cuyo peso deberá
ser de cuatro onzas si la leche era pura; y a proporción del agua que contenga
disminuirá la cantidad de requesón; es decir, si a tres partes de leche se le ha echado una de agua, dará tres onzas
de requesón; si un quartillo de leche contiene la mitad de agua (que es lo que
comúnmente se acostumbra) dará dos onzas de requesón; y finalmente, si a una
porción de leche se le han agregado tres partes de agua (lo que es muy raro)
dará una onza de requesón”
En uno de los últimos escritos defiende con
énfasis su oficio de requesonero ante las descaradas burlas que le ha proferido
uno de sus rivales.
“…pero ¡qué
delicio! haber tornado la pluma para tratar, con cierto desprecio aquel tratado
de pabellón, caldera de hacer requesones,
no es lo mismo escribir que ponerse
a hacer requesones, y otros dicterios
indecentes, de los que no es justo acordarme…”
Ante tales insultos, él sigue defendiendo la dignidad de
su profesión en el mismo texto “…para
explicarse bien no es
necesario hablar mal, que la moderación está bien vista en todas partes y
mayormente en los papeles públicos. Si
soy requesonero, si tengo caldera, si los hago bien o mal, no es el asunto del
día, ni mi escrito se ha dirigido a estos puntos: la suerte me ha deparado este
oficio, gano honradamente mi sustento sin estafar a Vd. ni a nadie, hago todo
el bien que puedo, y a persona alguna por humilde que sea le echo en cara su
oficio”.
Al final de algunos de los artículos, igual que en este último terminó
poniendo después de El Requesonero de
Alumbres las iniciales J.M.G. y D.
en la mayoría terminaba con un, se
continuará.
La
venta del requesón de Alumbres tuvo larga duración, y aunque atravesó tiempos
peores llegando a prohibirse su venta a finales del siglo XIX por ciertos
problemas sanitarios, producidos por la adulteración del producto en su
elaboración, y por las vasijas de cobre utilizadas para ello, su venta llegó
hasta 1936, año en que dejó de venderse por Cartagena, volviendo a aparecer en
1942, pero por muy poco tiempo, pues con el precio que alcanzó la leche, se ganaba
con ella más que con el requesón.
Los lecheros que conocimos los de mi generación.
Antes de nada es preciso
aclarar que hasta mediados los años sesenta, no todas las familias podían
pagarse la leche diaria que necesitaban para sus hijos.
Por esas fechas no
recuerdo haber oído nunca nombrar el requesón, sin embargo, el queso fresco sí
lo elaboraban y vendían los lecheros a los vecinos que lo encargaban.
En esos tiempos la leche
se vendía de casa en casa, y el pastor llevaba con él a su ganado y ordeñaba a las
cabras allí mismo, a la vista del cliente. De esa época recuerdo a varios
cabreros, “Alfonsico” y su hermano Andrés, Juan y Paco “el Cano”, José Antonio
y su hermano “el Mudo” (le llamábamos el Mudo, y con mucha propiedad, pues el
pobre hombre no podía hablar).
Durante esa
tarea, y por la tarde, cuando volvían a recoger el ganado, al pasar por las
fuentes aprovechaban y le daban de beber, y como en uno u otro momento se
despistaban unos minutos, en ese tiempo, había chiquillos que se echaban debajo
de las cabras y bebían unos tragos de leche directamente de las ubres de los
animales. Otros en cambio, eran un poco más traviesos, y el despiste del
lechero lo aprovechaban para levantarle el mandil al macho, con el consiguiente
cabreo del pastor que cuando volvía se encontraba al animal ocupado con todas
las cabras que se ponían a su alcance.
La leche de las vacas
estabuladas de Mateo Molina, Gregorio de La Hoya, y Paco “el Cano” también
estaba muy solicitada por los vecinos del pueblo.
El paso del tiempo y las
nuevas costumbres de manipulación y salubridad de los alimentos han hecho pasar a un rincón de la
memoria esta vieja actividad.
Relacionado con la leche,
creo meritorio resaltar que el alumbreño José Mendoza Lorente (fallecido hace
algunos años), continuando la tradición familiar, se asoció con unos amigos del
gremio y constituyeron la Cooperativa de Productos Lácteos “La Yerbera”.
La Yerbera en Alumbres 2005. Foto: Francisco Atanasio Hernández
También la marca Caprilac,
un producto lácteo de elaboración tradicional es producido por personas de
nuestra tierra, Antonio García Charcos, hijo del que conocemos por “Ministro”
dirige este negocio y Antonio Acosta trabaja para la firma.
Caprilac en Roche 8-5-2016. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.
Archivos
Proyecto Carmesí:
-Diario de Cartagena.
-El Eco de Cartagena.
-El Noticiero. Artículo sobre los requesoneros de Alumbres. Federico Casal Martínez.
-El Fénix Cartaginés.
-Estadística sanitaria.
Fotos:
-Proyecto Carmesí. Las Puertas de San José.
-Francisco Atanasio Hernández.
Testimonios
-Francisco Atanasio Hernández. Memoria personal
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