lunes, 22 de agosto de 2016

LOS CINES DE ALUMBRES

Ciertamente, los años 50 y 60 eran tiempos difíciles y había que aguzar el ingenio para sobrevivir bajo los mínimos que imponía la extraordinaria situación, y los niños, que a veces parecían viejos por lo mucho que sabían, eran los que más rápidamente aprendían a afrontar las dificultades con menos temor y riesgo.

Por entonces, los lugares de ocio y diversión que había en el pueblo, donde pudieran asistir todos los vecinos sin distinción de edad y sexo, se limitaban a dos cines, uno de invierno y el otro de verano.

            El Cine Isabelita de invierno, estaba ubicado en la misma manzana de viviendas del actual Bar San Roque. Toda la edificación, incluido el bar era propiedad de uno de los adinerados del pueblo, Andrés Martínez Cao “Andrés de la Cana”, que además de otras viviendas y grandes extensiones de tierras en el pueblo y fuera de él, era propietario también del cine de verano. Éste último lo construyó a finales de los años 50. El cine de invierno fue utilizado además, para otras actividades culturales y festivas como la representación de obras de teatro por actores del pueblo, y la celebración del Baile del Vermut en las Fiestas de San Roque, e incluso para alguna que otra fiesta de Nochevieja.
 Foto: Francisco Atanasio Hernández

Edificio que albergó el Cine Isabelita en la calle Pelayo.  Foto: Francisco Atanasio Hernández
            Los domingos eran días de sesión doble de cine, tanto para los alumbreños como para los numerosos vecinos de Roche, Escombreras, La Esperanza, o El Abrevadero que venían expresamente a pasar una tarde “de película” en Alumbres.

            Había críos que les gustaba el cine como al que más, pero sus padres no podían darles el dinero necesario, porque antes había que atender otras necesidades más perentorias como era la alimentación, o el vestido y el calzado de la familia, y entonces entraba en acción la imaginación infantil, y formaban un grupito de cuatro o cinco, uno de los cuales se iba a encargar de incordiar al portero del cine durante unos minutos.
- Amigo déjame entrar.
- Anda nene vete a tu casa a dar la lata.
Y se le acercaba a su lado para confiarlo y separarlo de la puerta lo más posible para que dejara hueco suficiente por el que poder entrar, hasta que cuando menos se lo esperaba, uno de los críos del grupo, se colaba como una exhalación entre el marco de la puerta y las narices del portero al interior del cine, y detrás de él instintivamente y sin pensarlo un momento, el portero en su persecución, que cuando venía a reaccionar segundos después ya se le habían colado el resto de compinches y se dispersaban por la sala para dificultar su localización. A veces, el portero cogía al primero que había entrado, o a alguno de los otros y lo echaba a la calle cogido de las orejas, pero otras, no atrapaba a ninguno y tenía que abandonar su búsqueda.
Viviendas de dos plantas donde antes estuvo el cine Isabelita. Foto: Francisco Atanasio Hernández
            No siempre utilizaban el mismo truco, ya que los críos que no podían pagarse el cine, todos los días tenían que estar inventando formas diferentes de engañar al portero, y otro sistema que empleaban para colarse consistía en que un crío pasaba al cine con su entrada, y al poco salía para ir al bar.
- Jefe voy a por pipas.
- Vale.
Y a la vuelta volvía acompañado por otro chiquillo, como dos buenos amigos, con el brazo por encima de los hombros, y charlando amigablemente como lo más natural del mundo.
- Jefe vamos para dentro.
- ¡Vale nene, vale, no des más la lata!
Muchas veces daba resultado, pero se arriesgaban a quedarse los dos en la calle si fallaba.
El cine de verano, tenía por techo el cielo azul plagado de estrellas y las paredes de más de dos metros y medio de altura. Como en el cine de invierno, los críos que carecían de los medios económicos necesarios para pagarse la entrada del cine, se las ingeniaban como podían, y además de utilizar todos los sistemas conocidos para colarse, aquí inventaron otros. Al principio se limitaban a subirse a la tapia ayudándose unos a otros, y desde allí, tendidos sobre la lera permanecían inmóviles como gorriones hasta el término de cada película, momento en que se bajaban de ella para evitar ser descubiertos. Pero duró poco, porque cuando los vieron, enseguida los echaron de allí los empleados del cine, utilizando para ello, palos, piedras y cualquier otra cosa que pudiera servir para espantar a los pajarillos.
Donde estuvo el cine de verano, después el taller de Mateo y actualmente viviendas 
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Viviendas donde antes estuvo el cine de verano. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Así que tuvieron que seguir inventando y exponer un poco más, y en lugar de quedarse encima de la pared decidieron saltar al interior, y a veces, era tal el espectáculo que se generaba cuando algunos de estos chiquillos saltaban al cine y eran perseguidos por los empleados, que los espectadores se llegaban a olvidar de dónde estaban, y animaban a unos o a otros para que consiguieran su objetivo como si de verdaderos aficionados se tratara, incluso había quién se convertía en aliado ocasional de los críos cuando alguno de ellos, se escondía debajo de sus piernas, o se sentaba a su lado disimulando estar allí desde hacía tiempo, y había también quién llamaba la atención del empleado a gritos para que lo echara a la calle. La cara y la cruz de la moneda, como en todos los tiempos y como en todos los lugares.
           
            La crisis política y económica de los años 70, así como la mejora de las comunicaciones por carretera, y sobre todo la televisión, condujo a los cines del pueblo a cerrar a mediados de la década por escasez de beneficios, y durante varios años, el cine de verano fue el taller de reparación de automóviles de Mateo Reche, y el de invierno lo transformaron en cocheras, y posteriormente, en el lugar donde estuvieron los cines se construyeron viviendas. 

Fuentes consultadas y/o utilizadas

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.

Documentos
-Archivo Municipal de Cartagena. Expediente para licencia de cine de verano en Alumbres a nombre de Antonio Martínez Vera (el Nene, hijo de Andrés Martínez Cao-Andrés de la Cana) 1958

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.

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