Ciertamente,
los años 50 y 60 eran tiempos difíciles y había que aguzar el ingenio para
sobrevivir bajo los mínimos que imponía la extraordinaria situación, y los
niños, que a veces parecían viejos por lo mucho que sabían, eran los que más
rápidamente aprendían a afrontar las dificultades con menos temor y riesgo.
Por
entonces, los lugares de ocio y diversión que había en el pueblo, donde
pudieran asistir todos los vecinos sin distinción de edad y sexo, se limitaban
a dos cines, uno de invierno y el otro de verano.
El
Cine Isabelita de invierno, estaba ubicado en la misma manzana de viviendas del
actual Bar San Roque. Toda la edificación, incluido el bar era propiedad de uno
de los adinerados del pueblo, Andrés Martínez Cao “Andrés de la Cana”, que
además de otras viviendas y grandes extensiones de tierras en el pueblo y fuera
de él, era propietario también del cine de verano. Éste último lo construyó a finales de los años 50. El cine de invierno fue
utilizado además, para otras actividades culturales y festivas como la
representación de obras de teatro por actores del pueblo, y la celebración del
Baile del Vermut en las Fiestas de San Roque, e incluso para alguna que otra
fiesta de Nochevieja.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Edificio que albergó el Cine Isabelita en la calle
Pelayo. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Los
domingos eran días de sesión doble de cine, tanto para los alumbreños como para
los numerosos vecinos de Roche, Escombreras, La Esperanza, o El Abrevadero que
venían expresamente a pasar una tarde “de película” en Alumbres.
Había
críos que les gustaba el cine como al que más, pero sus padres no podían darles
el dinero necesario, porque antes había que atender otras necesidades más
perentorias como era la alimentación, o el vestido y el calzado de la familia,
y entonces entraba en acción la imaginación infantil, y formaban un grupito de
cuatro o cinco, uno de los cuales se iba a encargar de incordiar al portero del
cine durante unos minutos.
- Amigo déjame entrar.
- Anda nene vete a tu casa a dar la
lata.
Y se le
acercaba a su lado para confiarlo y separarlo de la puerta lo más posible para
que dejara hueco suficiente por el que poder entrar, hasta que cuando menos se
lo esperaba, uno de los críos del grupo, se colaba como una exhalación entre el
marco de la puerta y las narices del portero al interior del cine, y detrás de
él instintivamente y sin pensarlo un momento, el portero en su persecución, que
cuando venía a reaccionar segundos después ya se le habían colado el resto de
compinches y se dispersaban por la sala para dificultar su localización. A
veces, el portero cogía al primero que había entrado, o a alguno de los otros y
lo echaba a la calle cogido de las orejas, pero otras, no atrapaba a ninguno y
tenía que abandonar su búsqueda.
Viviendas de dos plantas donde antes estuvo el cine
Isabelita. Foto: Francisco Atanasio Hernández
No
siempre utilizaban el mismo truco, ya que los críos que no podían pagarse el
cine, todos los días tenían que estar inventando formas diferentes de engañar
al portero, y otro sistema que empleaban para colarse consistía en que un crío
pasaba al cine con su entrada, y al poco salía para ir al bar.
- Jefe voy a por pipas.
- Vale.
Y a la
vuelta volvía acompañado por otro chiquillo, como dos buenos amigos, con el
brazo por encima de los hombros, y charlando amigablemente como lo más natural
del mundo.
- Jefe vamos para dentro.
- ¡Vale nene, vale, no des más la lata!
Muchas veces
daba resultado, pero se arriesgaban a quedarse los dos en la calle si fallaba.
El cine de
verano, tenía por techo el cielo azul plagado de estrellas y las paredes de más
de dos metros y medio de altura. Como en el cine de invierno, los críos que
carecían de los medios económicos necesarios para pagarse la entrada del cine,
se las ingeniaban como podían, y además de utilizar todos los sistemas
conocidos para colarse, aquí inventaron otros. Al principio se limitaban a
subirse a la tapia ayudándose unos a otros, y desde allí, tendidos sobre la
lera permanecían inmóviles como gorriones hasta el término de cada película,
momento en que se bajaban de ella para evitar ser descubiertos. Pero duró poco,
porque cuando los vieron, enseguida los echaron de allí los empleados del cine,
utilizando para ello, palos, piedras y cualquier otra cosa que pudiera servir
para espantar a los pajarillos.
Donde estuvo el cine de verano, después el taller de Mateo y actualmente viviendas
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Viviendas donde antes estuvo el cine de verano. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Así que
tuvieron que seguir inventando y exponer un poco más, y en lugar de quedarse
encima de la pared decidieron saltar al interior, y a veces, era tal el
espectáculo que se generaba cuando algunos de estos chiquillos saltaban al cine
y eran perseguidos por los empleados, que los espectadores se llegaban a
olvidar de dónde estaban, y animaban a unos o a otros para que consiguieran su
objetivo como si de verdaderos aficionados se tratara, incluso había quién se
convertía en aliado ocasional de los críos cuando alguno de ellos, se escondía
debajo de sus piernas, o se sentaba a su lado disimulando estar allí desde
hacía tiempo, y había también quién llamaba la atención del empleado a gritos
para que lo echara a la calle. La cara y la cruz de la moneda, como en todos
los tiempos y como en todos los lugares.
La
crisis política y económica de los años 70, así como la mejora de las
comunicaciones por carretera, y sobre todo la televisión, condujo a los cines
del pueblo a cerrar a mediados de la década por escasez de beneficios, y
durante varios años, el cine de verano fue el taller de reparación de
automóviles de Mateo Reche, y el de invierno lo transformaron en cocheras, y
posteriormente, en el lugar donde estuvieron los cines se construyeron viviendas.
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.
Documentos
-Archivo Municipal de Cartagena. Expediente para licencia de cine de verano en Alumbres a nombre de Antonio Martínez Vera (el Nene, hijo de Andrés Martínez Cao-Andrés de la Cana) 1958
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
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