lunes, 28 de agosto de 2017

¿PRIMO LE RASCO?

A los pobladores de Alumbres se nos ha dicho desde bien pequeños que en otros tiempos, nuestros antepasados eran un poco brutos y que con el lema “Primo le rasco” solían ser muy pendencieros con los visitantes, creando la imagen negativa de que todos los alumbreños eran de armas tomar, y como en todos los casos de la vida siempre hubo quien se sintió vinculado a ese principio, aunque también los hubo y los hay, que no estamos de acuerdo con la fama que se nos ha dado desde diferentes ámbitos.
Plumilla: Cortesía de Francisco Bastida Martínez, autor de "Roche, por ejemplo"
Como ejemplo de disconformidad de esta fama he recogido un escrito publicado en “La Tierra” en 1934, hace ya casi un siglo, y que va firmado por un alumbreño llamado Francisco Conesa Martínez en nombre de algunos vecinos, en el que dice lo siguiente:
“Desde época remota, corre de boca en boca una frase, y por añadidura otra que nos afectan y que están dedicadas a Alumbres y nada más injusto y protestamos, no encolerizados, pero muy alto.
La frase es «primo lo rasco» nos la trajeron los forasteros aquí quedó indiferente a todos, callejera, ella recogió los sedimentos respecto a Alumbres de aquellas costumbres de aquellos tiempos de barbarie, acaso mundial, y admitimos la frase temporalmente hasta aclarar el porqué de su existencia.
Era en aquellos tiempos en que esta parroquia, su radio de acción se extendía desde El Hondón, Alcázares hasta Cabo de Palos aquí se celebraban las bodas y bautizos, se expedían antecedentes parroquiales, lo que daba lugar a la concurrencia de forasteros.
Cuando una boda o bautizo venía de lejos y aún de cerca cuyo recorrido en parte de los concurrentes se hacía a pie o en carruajes poco rápidos, se prestaba a visitar tabernas y cuando llegaban a esta, ya bebidos, al paso para la iglesia o de vuelta dedicaban frases ofensivas a los vecinos desde luego amparados en aquellos tiempos de matonismo y valentía, y esto que se repetía cada día tenía que traer alguna vez al choque.
Alumbres fue víctima de los forasteros todo el tiempo que duró aquella preponderancia parroquial.
Se daba el caso por todos los vecinos que habitaban de que cuando veían varios forasteros asistir a una boda, cerraban la puerta huyendo de ser comprometidos.
Dicho esto sin más detalles, invitamos al lector juzgue si estuvo justificado cuando pudo ocurrir, que en hechos sangrientos fueron menos debido a la cordura de estos vecinos.
¿A qué hubieran llegado las cosas algunas veces contando con que no había autoridad a mano que impusiera orden, si no se hubiera impuesto en todo caso la sensatez de estos vecinos?
Estos hechos sangrientos, que los hubo, tan justificados en este pueblo, se repetían en todos los pueblos; en toda España, acaso en todo el mundo, relativamente más numerosos que aquí y a caso menos justificados.
Visitad hoy Alumbres y encontraréis que aparte de alguna modalidad en la expresión, no es pendenciero, es un vecindario fino, atento, cortés, en fin muy comedido.

Hasta aquí por nosotros queda desamparada la frase, no es nuestra, nos la importaron los forasteros, nos han tenido en entredicho, es indigna de nuestra hospitalidad.”
En nombre de algunos vecinos
Francisco Conesa Martínez”

No obstante, y a pesar de que no se puede generalizar porque siempre hubo quien se negó a estar vinculado al dicho mencionado, pues prefería ser calificado de cívico y hospitalario, tiempo después, a mediados de siglo, volvió a surgir un sentimiento localista muy fuerte que algunos acogieron con furor, y resurgió el amor a la conocida frase “Primo le rasco”.
Valga como ejemplo el relato que hago de un partido cualquiera, entre un equipo de fútbol de Alumbres y otro de La Unión, más o menos, por los años 50 del siglo pasado

Una tarde de fútbol contra La Unión en El Secante. 
            Antes que nada, creo que es necesario que todos los protagonistas de la época sepan, y en especial los jugadores, que puede que algún detalle del desarrollo del partido no se ajuste exactamente a lo sucedido, pero hay que entender que este es un relato surgido de la memoria de un espectador, por lo que es posible que haya alguna alteración de lo acontecido. No obstante, creo que en el fondo todos coincidirán en que el relato cae dentro de los parámetros de lo que entonces sucedía en estos encuentros futbolísticos con La Unión y otros pueblos del entorno,  independientemente del puntito de picante que después se le pueda haber añadido.   
Como frecuentemente sucedía, los organizadores habían programado un partido de fútbol de la máxima rivalidad contra un equipo de la zona, y la suerte había caído, como otras tantas veces,  sobre el histórico conjunto de La Unión. Y como por entonces no había vestuarios, los jugadores, locales y visitantes, compartían cordialmente lo bueno y lo malo de la rambla de Los Cucones, que era el lugar donde se cambiaban de ropa y que está a la espalda de la portería del lado Sur del Secante.
            En principio todo discurría con deportividad, y sin ningún otro asunto que resaltar que el árbitro del encuentro bebía con demasiada frecuencia de una oscura botella que le proporcionaba el personal de la organización del partido, y aunque aparentemente se podía suponer que se trataba de agua, resultaba muy sospechoso que la transportaran en una garrafa, y más aún que alrededor de ella hubiera siempre un numeroso grupo de aficionados que no la dejaban ni a sol ni a sombra. Además, el árbitro del partido cada vez estaba  más alegre y menos ágil.
Veteranos del Minerva en partido de diversión. Foto: Archivo de Francisco Atanasio Hernández 
            Rodaba la pelota por las cercanías de la meta visitante, cuando el delantero local que llevaba el balón a la altura del área grande, fue objeto de una dura entrada por parte de un defensor contrario, inmediatamente los jugadores locales se lanzaron a por el infractor dándole empujones, mientras que sus compañeros se ponían en medio en actitud pacificadora, en tanto el árbitro del encuentro que se encontraba indeciso, optó por ir a aclararse las ideas una vez más a la banda, y allí mismo, alguien no desinteresado, por supuesto, le llevó casi en volandas hasta la botella negra, de donde le proporcionó un prolongado trago, cuya gratuita invitación supo agradecer el colegiado escuchando atentamente las recomendaciones de aquel amigo circunstancial, mientras volvía a empinarse la botella antes de salir de allí dando pitidos para atraer la atención de los jugadores, y pedir el balón para situarlo en el punto de penalti. El escándalo que se formó fue de impresión, porque mientras que los jugadores locales apoyaban y aplaudían al árbitro, los de La Unión, se le echaban encima porque entendían que la falta había sido fuera del área, y los espectadores de uno y otro bando también vociferaban lo suyo, apoyando o reprochando la decisión arbitral, dependiendo si eran aficionados locales o visitantes. Entretanto, el amigo de la botella negra se acercaba al colegiado dándole palmaditas en el hombro y acercándole la botella para que se despachara él mismo, a la vez que lo adulaba por la sabia decisión que había tomado.
            Después de un buen rato de interrupción del partido en el que no faltaron los gritos y los empujones, el colegiado mandó tirar el penalti, consiguiendo el equipo local adelantarse en el marcador.
            Una vez que se sacó el balón del centro del campo, los ánimos se volvieron a tranquilizar y el partido siguió desarrollándose con cierta normalidad los pocos minutos que faltaban para el descanso, momento en el que el árbitro pitó la terminación del primer período.
Durante el descanso, el árbitro parecía que tenía mucha sed, porque prácticamente no se separó del amigo de la botella negra, y unos quince minutos después mandó reanudar el partido mientras se dirigía al centro del campo, con un prolongado pitido y un ademán ininteligible, porque ya empezaba a estar beodo y no coordinaba bien los movimientos.
            La mayor parte del juego de este segundo período se desarrolló en campo visitante, que no obstante se defendió con genio y obstinación suficientes como para amargar la tarde a los de casa. Faltaban muy pocos minutos para la terminación del partido sin moverse el marcador, cuando un fuerte disparo de los visitantes vino a dar en el larguero, y al bajar el balón con tanta potencia, no se pudo ver con claridad si botó dentro o fuera de la portería, y entonces se desató de nuevo la polémica.
- ¡Gol, gol, ha sido gol!
- ¡Qué va a ser gol, ni mucho menos hombre!
- ¡Que sí!
- ¡Que no!
Empujones por aquí, empujones por allá, y el árbitro que miraba a unos y a otros sin saber qué hacer, se decidió por echar otro trago de aquella maravillosa botella negra, a ver si el mágico elemento que contenía en su interior conseguía aclararle las ideas, aunque a estas alturas, hasta el mismo árbitro, en sus escasos momentos de lucidez, entendía que esa era una empresa imposible, y así, entre unos y otros, poco a poco se fueron acalorando los ánimos, tanto los de los jugadores como los de los espectadores, hasta que alguien del equipo del pueblo dijo,
- ¿Primo le rasco?
- ¡Arráscale!- dijo otro que estaba a su lado.
Y en ese mismo momento soltaba el brazo y le propinaba un soberbio guantazo a un jugador del equipo de La Unión, golpe éste que por supuesto le devolvieron de inmediato, y como casi siempre que se enfrentaban ambos equipos, esta fue la señal para que se generalizara la trifulca, y como casi siempre que jugaban en El Secante, se produjo la desbandada de los jugadores visitantes, algunos de los cuales, ni siquiera se entretuvieron en recoger sus ropas, por si acaso, y corrían despavoridos, a campo través, en dirección a La Unión, y... hasta la próxima amigos.

Conclusión
Puedo asegurar que durante largo tiempo, algunos alumbreños, se enorgullecieron de ser tan brutos como sus antepasados, como en todos sitios por las mismas fechas, sin embargo, la mayoría de la población alumbreña siempre tuvo un carácter hospitalario y pacífico, y nunca aplaudió ni fomentó los comportamientos no civilizados.
Incluso, puedo aventurarme a decir que, tanto la actitud de la mayoría de mi generación, como la de las actuales, está muy alejada de esos principios de matonismo que unos pocos albergaron en diversos momentos de la dilatada historia de Alumbres, y dieron negativa fama a nuestro pueblo, a pesar de que, como decía Francisco Conesa en su artículo, Alumbres haya demostrado sobradamente que siempre fue pacífica y hospitalaria.

Además en todos los lugares “cuecen habas”, por lo que siempre hubo excepciones y es lógico que en nuestro pueblo las haya habido también.

Fuentes consultadas y/o utilizadas

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres cien años de fútbol 1909-2009.
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.

Prensa
-Archivo Municipal de Cartagena. La Tierra.

Foto
-Francisco Atanasio Hernández. Archivo particular.

Plumilla
-Francisco Bastida Martínez.

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