Una calurosa tarde de finales del mes
de agosto, entre la chicharra y el penetrante olor a tomillo, el Mateo, el José
y el Gainza, venían dichosos haciendo equilibrios por encima de los raíles del
ferrocarril, mientras cantaban una conocida canción popular:
“El trigo entre todas las flores,
ha escogido a la amapola
y yo escojo a mi Dolores,
Dolores, Lolita, Lola,
y yo,...”
De pronto, la tonada fue interrumpida por el amenazador
silbido de un pedrusco que sobrevolaba sus cabezas, a la vez que un individuo
cuarentón y mal encarado, aparecía de entre las cercanas higueras recargando su
honda y profiriendo insultos.
-Humo, humo de
aquí desmayados, golfos, sinvergüenzas,...
-Es el Tío del
Humo, vámonos corriendo.
Dibujo:
Francisco Atanasio Hernández
Los críos se dieron a correr como sólo ellos bien sabían,
hasta ponerse fuera del alcance de los proyectiles que les lanzaba el dueño del
higueral.
-Ah, ah, ah,
pero qué le hemos hecho nosotros a ese tío, ni que la vía fuera de él.
-¿Lo corremos
con las hondas Gainza?
-No, esperad, tengo
una idea mejor. José, vas a ir al pueblo y te vas a traer a todos los zagales
que puedas, que esta vez se va a enterar
con quién se juega los cuartos ese tío desgraciado.
Ya se preparaba el José para cumplir la orden cuando el
Mateo gritó con verdadero entusiasmo.
-¡Mira Gainza, van al campo a jugar al fútbol, los llamo!
-Pues claro hombre, a qué esperas.
-Eh, eh, venid aquí.
El grupo ocasional de futbolistas observó que les
llamaban y sin saber más salió en tropel hacia aquellos en una carrera de
competición.
-He ganado yo, he ganado yo - llegó gritando el Lobote.
-Bueno, ¿qué pasa, para qué nos habéis llamado?
-Escucha Nazario, el caso es que,
queremos darle una lección al Tío del Humo, porque siempre que nos ve pasar por
la vía nos corre a pedradas, y que yo sepa la vía no es de él, así que como
ahora mismo acaba de apedrearnos sin ninguna razón, hemos pensado buscar
refuerzos y entre todos enseñarle que por ahí podemos pasar siempre que nos dé
la gana. ¿Queréis ayudarnos, o no?
-Yo creo que sí, que estamos todos
dispuestos a sumarnos al combate, porque conmigo no hay ningún cagueta, ¡a que
sí! - gritó el Nazario.
-¡Sííí! -
gritaron todos a una.
Higuera verdal y fruto. Fotos:
Francisco Atanasio Hernández
-Es una operación muy sencilla, como
podéis ver, las higueras están en un bancal de forma rectangular, bastante grande, de manera que creo que es imposible
que una sola persona controle los cuatro lados del bancal al mismo tiempo. Pues
bien, si ahora nos dividimos en cuatro grupos y cada uno de ellos se sitúa en
uno de los lados del bancal, y cuando yo dé la señal, uno de los grupos se
lanza al asalto por la parte que se le asigne gritando muy fuerte, el tío del
Humo se dispondrá a repelerlos a toda prisa.
-¡Yo el
primero! ¡yo el primero! - gritaron varios a la vez.
-Vamos
muchachos, vamos, dejadlo que continúe - reclamó el Nazario.
-Venga
hombre, que sigo y enseguida acabo. En cuanto los nuestros emprendan la
retirada, los otros tres grupos, al mismo tiempo, nos lanzamos al ataque por
los lados asignados, y cuando el tío del Humo vuelva atrás y se dirija hacia
otro grupo, de inmediato volverá a las higueras el grupo que se había retirado,
y sólo huirá del bancal aquel grupo al que el Tío del Humo esté dirigiendo sus
iras, de manera que siempre habrá en el bancal tres grupos comiendo higos, y
así hasta que nos cansemos. Ahora bien, como de lo que se trata es de darle una
corrida sonada, además de comernos los higos, tenemos que hacer todo el ruido
que podamos, y tenemos que gritar como si fuésemos indios de verdad que
atacamos a los yanquis. ¿Qué os parece, eh?
-Macanudo -
dijo el Nazario, sin poder contenerse.
-Vale,
vale, vamos a quitarle los verdales al Tío del Humo. Con lo güenos que están
los verdales ya me relamo de gusto - replicó el Qué Güenas.
-Un momento, un momento, si estamos
todos de acuerdo vamos a dividirnos en grupos. En total somos diecisiete, por
lo que podemos formar tres grupos de cuatro y uno de cinco. Así que, el José
elige a tres y se sitúan en la parte de la carretera. El Mateo escoge a otros
tres y se colocan en la parte derecha del lugar que ocupa el José. Nazario, tú,
si te parece bien, coges a cuatro de los tuyos y ocupáis este lado de la
rambla, donde ahora mismo estamos, y yo, iré con el resto a situarnos en la
parte de la vía.
-Ah, una cosa más, el primer grupo
en atacar será el del Mateo, cuando yo haga la señal. Está claro, o tengo que
repetirlo.
-¡Sííí!
-Pues en marcha
y cada uno a su sitio.
Vías del tren y CLH al fondo.
Fotos: Francisco Atanasio Hernández
Aquel pequeño pero belicoso ejército se puso en marcha
con disciplina castrense, cada cual sabía hacia qué posición estratégica se
tenía que dirigir y cuándo y de qué manera debía entrar en acción.
Una vez situado cada pelotón en su lugar asignado, el
Gainza iba a ser quien llevara la dirección de la batalla, por eso había
elegido la parte de la vía, porque desde allí podía ver a los otros tres grupos
y dirigirlos.
El ejército estaba preparado, la batalla iba a comenzar
enseguida, el Gainza, echó una rápida mirada a los grupos y se llevó la mano
derecha a la boca e introduciendo los dedos en ella emitió un estruendoso
silbido, a la vez que con la izquierda daba la señal de ataque al grupo del
Mateo.
Como un vendaval, el Mateo y los suyos, se introdujeron
rápidamente en el higueral profiriendo gritos como los indios americanos. El
Tío del Humo, alarmado, salió del barracón y cuando les echó el ojo encima ya
estaban todos enganchados a las higueras. Con la mayor rapidez que pudo se
lanzó hacia los críos hecho un basilisco, a la vez que cargaba la honda y la
disparaba con manifiesta indignación. Los críos a su vez, en cuanto le vieron
asomar comenzaron la retirada rápidamente para ponerse fuera del alcance de los
proyectiles.
Y
cuando ya creía que había conseguido repeler la agresión de los chiquillos, de
pronto escuchó a sus espaldas el fuerte griterío con que anunciaban su ataque
los otros tres pelotones y se dio la vuelta a la máxima velocidad posible
dirigiendo sus coléricos pasos hacia el grupo del Gainza, que pronto se puso en
retirada, ocasión que aprovechó el grupo del Mateo para volver a introducirse
en las higueras. Como quiera que el grupo del Nazario había sido también
avistado, el Tío del Humo, dirigió entonces sus iras contra éstos, oportunidad
que rápidamente supieron aprovechar los
del Gainza para volver al
higueral. Estaba persiguiendo al Nazario y los suyos cuando vio a los
del José, y en tanto aquéllos huían, se dirigió a por este último grupo
localizado, el cual emprendió la huida
velozmente bajo los atropellados proyectiles de piedra que el Tío del Humo les
lanzaba, mientras que los del Nazario volvían a su sitio en las higueras.
Agotado por el intenso esfuerzo realizado, el Tío del
Humo, se paró un momento y mirando a su alrededor pudo ver que los tres grupos
que había echado anteriormente cogían higos con total tranquilidad, y en los
mismos lugares que antes de ser expulsados, evidencia que le llevó a comprender
que el largo recorrido que acababa de realizar inútilmente, lo iba a estar
repitiendo mientras los chiquillos quisieran, o sus ya maltrechas fuerzas lo
mantuvieran en pie, por lo que se decidió a dirigirse al barracón, en cuyo
momento los del José volvieron a tomar
su sitio en las higueras.
Cuando el Tío del Humo salió del barracón, portaba una
gran cesta de mimbre y dirigiéndose al centro del higueral se dispuso a coger
cuantos higos fuera capaz, con toda la celeridad que su práctica y condiciones
físicas le permitían. Los niños, en principio, se quedaron perplejos porque no
se imaginaban lo que iba a hacer, pero pronto comprendieron que, ante el temor
de quedarse sin higos y agotado físicamente, había optado por salvar lo que
pudiera. Entonces, la histérica explosión de risa de los pequeños asaltantes,
resonó en los oídos del Tío del Humo como la más fuerte de las bofetadas
recibidas en su vida, no obstante prefirió olvidarse de los chicos y ocuparse
de recolectar la mayor cantidad de higos posible.
La actitud del dueño del higueral, era una manifiesta
declaración de derrota, que para aquel espontáneo ejército de críos no supuso
cambio alguno en su actitud beligerante. Durante largo rato, los chiquillos,
continuaron su labor de rapiña en el higueral mientras se burlaban de su dueño
a coro:
-“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas
humo”...
Una vez que habían derrotado y humillado al Tío del Humo
y hartos ya de higos, la batalla empezó a perder buena parte del interés
aventurero para los chiquillos, y por eso y porque además sintieron una muy
particular compasión por el enemigo y su humillante manera de aceptar la
derrota, el Gainza, ordenó la retirada de sus devastadoras tropas mientras
coreaban el estribillo aprendido en la batalla:
-“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas humo”...
Entretanto, éste, mascullaba amenazas e insultos a los
críos, mientras recogía su cesta de higos y se volvía renqueante y cabizbajo
hacia su barracón.
Fuera ya del higueral, los chiquillos, se concentraron en
las cercanías del campo de fútbol a comentar las incidencias de la aventura.
Todos, absolutamente todos, se habían
hartado de comer higos verdales, y así lo pusieron de manifiesto al compás de
interminables carcajadas.
-Mirad qué barrigota tengo de los higos que
he comido - dijo Vicente, un niño gordito.
-Ja, ja, ja,
ja, - rieron alegremente todos por la ocurrencia.
-Anda, mirad
qué hinchado tiene el morro el Qué Güenas.
-Ja, ja, ja,
ja,...
-Cómo no se le
va a hinchar el morro, si para éste no hay diferencia entre un higo maduro y
otro que aún no lo está.
-Ja, ja, ja,
ja,...
Aquellos momentos, fueron una verdadera fiesta para los
críos, que hacían de cualquier cosa un motivo para reír.
-Yo creo que después de esta, el Tío del Humo, suprime la
palabra humo de su vocabulario - dijo ocurrente el Mateo.
-Ja,
ja, ja, ja,...
-Estoy seguro de que
si alguna vez nos ve camino de las higueras, él mismo nos invitará con tal de
ahorrarse la corrida - agregó el Nazario.
-Ja, ja, ja, ja,...
-Hoy es tarde ya
para jugar al fútbol, además yo creo que hemos hecho suficiente ejercicio por
hoy, no.
-Ja, ja, ja, ja,...
-Ya lo creo que
hemos hecho suficiente ejercicio, pero el Tío del Humo ha hecho más que
nosotros - añadió el Lobote.
-Ja, ja, ja, ja,...
-Entonces, como ya
es tarde y debemos irnos, podemos quedar para mañana a las seis y jugamos el
partido que hoy no hemos podido jugar, ¡de acuerdo! - apuntó el Gainza.
-¡Vale, vale!
Al día siguiente,
los tres amigos casi inseparables, a la misma hora que el día anterior, pasaban
nuevamente por la vía en dirección al pueblo, y mientras miraban de reojo al
Tío del Humo que les observaba desde una esquina del barracón, entonaron la
canción que más les gustaba.
“El trigo entre todas
las flores
ha escogido a la amapola
y yo escojo a mi
Dolores,
Dolores, Lolita, Lola
y yo...”
El trío de amigos,
mirándose sonrientes sin poder contenerse, se echaron el brazo por encima de
los hombros y continuaron andando y cantando haciendo equilibrios sobre los
raíles de la vía, sin ser molestados por el Tío del Humo, que les miraba
rencoroso.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. El tío del Humo (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos)
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres 2002 (Antología).
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
Dibujo
-Francisco Atanasio Hernández.
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