lunes, 7 de marzo de 2016

EL COLEGIO NACIONAL


               El Colegio Nacional.
            El pueblo era chiquito, pero eso sí, tenía Colegio Nacional, aunque también pequeño y sin retretes, y la mayoría de los siete maestros y maestras, lo eran simplemente por su fidelidad al pequeño dictador, y no por los inexistentes estudios pedagógicos que hubieran cursado la mayoría de ellos.
Alumnos del Colegio de Alumbres finales años 50. Foto: Cortesía de mi amigo Juancho García
El colegio había sido construido en el solar que dejó el Teatro Eslava, que fue derruido en 1936 previa autorización municipal.
A finales de los años cincuenta, el módulo escolar más pequeño, el que está más al Norte, estaba en ruinas y era utilizado por los alumnos que no iban a la rambla como retrete. Muchos años después se restauró y se utilizó de comedor escolar.
            Sin embargo, el módulo que se construyó hacia los años noventa en el lado Este, en la década de los cincuenta y sesenta era un extenso solar orientado de Norte a Sur, que los críos utilizaban para sus juegos, especialmente el fútbol, tanto en los recreos como fuera de las horas de colegio.
            Fue a finales de la década de los cincuenta, cuando los maestros del colegio, dirigiendo a los chiquillos, sólo a los varones, se decidieron por poblar de árboles los alrededores del colegio. Los maestros dirigían las operaciones y los niños le daban al pico y a las azadas para hacer los hoyos donde se fueron plantando los árboles elegidos. Es posible que la fecha exacta sea la de 1957, pues el día 27 de noviembre de ese año, el régimen franquista, celebraba por primera vez  el “Día del Maestro”.
Ese año de 1957, había en España 1.364.000  niños de entre los seis y los doce años sin escolarizar, y un 13% de analfabetos.
En este ambiente escasamente civilizado, había niños que destacaban notablemente del resto, unos porque procedían de familias que habían padecido menos que otras las rigurosas carencias de la postguerra, otros que, aunque pobres, sus padres se ocupaban directamente de enseñarles sus escasos conocimientos, antes incluso de mandarlos al colegio, y los que más, procedían de padres casi analfabetos, y se tenían que conformar con los pocos conocimientos que eran capaces de transmitirles los maestros, mediante los más persuasivos métodos didácticos de gritos, golpes, arrestos intimidatorios en posición de rodillas y cara a la pared sosteniendo con los brazos en cruz unos pesados libros en las palmas de las manos, amén de los obligados cantos “Con Flores a María”, en primavera, y el  “Cara al Sol”  habitual de cada día.
            Durante una buena temporada no hubo retretes en el colegio masculino, por lo que la rambla era el lugar donde los niños iban a hacer sus necesidades, pero también el pretexto para evadirse de las clases durante un rato, o para resolver diferencias surgidas en las horas de colegio, e incluso para realizar alguna que otra travesura, en grupo o en solitario.
- Maestro puedo ir a cagar.
- Anda vete.
Y enseguida iba otro, y otro más, hasta que el maestro se mosqueaba y cortaba el chorro de evasiones.
            Una vez, uno de esos chiquillos fue de verdad a cagar a la rambla, y tuvo la mala fortuna de ir con demasiadas prisas como para fijarse que se agachaba encima de un avispero, hasta que un número indeterminado de enojados insectos le atacaron en tropel y le aguijonearon sin compasión en todas aquellas partes que habían quedado al descubierto tras la acelerada bajada de pantalones. Entonces, volvió corriendo al colegio llorando como una magdalena por el insoportable dolor que producía aquello y con los pantalones a medio subir, mostraba al maestro la hinchazón de los glúteos y otras  partes más delicadas que por segundos iban tomando proporciones descomunales. En principio, aquella extraña situación provocó la hilaridad de toda la clase, incluido aquí el propio maestro que no pudo contenerse, pero inmediatamente reaccionó y mandó que alguien acompañara al niño a su casa. Una semana más tarde, aquel niño pudo volver al colegio aparentemente recuperado del accidente.
            Algún tiempo después, repararon o construyeron aseos en las escuelas y algunas costumbres infantiles se tuvieron que cambiar irremediablemente.
Clase de D. Julio años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
            Cuando algún crío llegaba tarde sabía lo que le esperaba, porque  tenía que llamar a la puerta, y entonces salía a abrirla el maestro de la clase más cercana, y éste, tenía la desagradable costumbre de coger al crío por las orejas y conducirlo a su clase tirándole de ellas, con muy malsana satisfacción reflejada en su rostro. Con éste no valía quejarse, o llorar para que dejara de tirarle de las orejas, sino todo lo contrario, cuanto más se quejara el crío con más fuerza tiraba de ellas para arriba.
Clase de D. José años 50.Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
            Quizás el más original era uno que solía castigar a los chiquillos, con dos medios nada comunes, unas veces, cogía alguna de las maderas que servían de marco a los mapas para colgarlos de la pared, y con ella satisfacía sus instintos. En otras ocasiones, se acercaba al crío con una agenda o libro de anotaciones del maestro, de gruesas tapas de cartón duro y le propinaba un par de fuertes golpes en la cara, que dolían más que dos sonoras bofetadas. 

            Había otro maestro, que según se decía entonces, y es posible que con bastante fundamento, que su verdadera profesión era carpintero, pero como había estado en la División Azul y además era un hombre con un mínimo nivel cultural, las autoridades educativas de entonces le asignaron un puesto de maestro en el Colegio Nacional de Alumbres, en lugar de algún otro profesional fiel a la República, que inmediatamente habría sido represaliado, como mínimo, con la prohibición de trabajar como docente en el futuro. A este respecto, hay que recordar que el Profesor y Poeta Antonio Machado, fue expulsado del profesorado español de segunda enseñanza después de muerto, exiliado en Colliure Francia.
Él maestro en cuestión, era sin lugar a dudas, particularmente violento, además de bastante aficionado a la bebida, y tenía instalado en su clase un banco de trabajo de carpintería, en el que confeccionaba su temible colección de palmetas con las que castigaba duramente a sus alumnos, y cuando alguna de ellas se le partía en el ejercicio de su profesión de castigar por cualquier motivo, entonces era inmediatamente reemplazada por otra, que bautizaba con algún nombre que indicaba la finalidad para la que iba a ser dedicada como: D.ª Sinforosa, D.ª Dolorosa, D.ª Angustias, etc.
            La mayoría de sus alumnos le tenían pánico, y cuando les preguntaba la lección enmudecían y no porque no se la supieran, sino por el terror que les infundía el simple hecho de que se dirigiera a ellos personalmente. Un día, se ensañó con uno de esos críos y le estuvo dando golpes hasta que se le partió la palmeta que usaba en ese momento. Cuando llegó a su casa, con el culo enrojecido todavía, se lo contó a sus padres, y aquella misma tarde, el padre y la madre, se presentaron en la clase protestándole airadamente al maestro por el trato inhumano que le había dado a su hijo, y éste que no se andaba con remilgos, cogió uno de los listones que siempre habían en la clase y la emprendió a golpes con los dos progenitores, mientras los echaba fuera del colegio sin contemplaciones. Por supuesto, nunca nadie más osó protestarle a este “maestro”.
Clase de D. Miguel finales de los años 50.Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Por esas fechas se preparaba a los hijos de los obreros para seguir siendo obreros y nada más. El mismo “maestro” que confeccionaba palmetas con nombres   significativos con las que tenía aterrorizados a todos los chiquillos de la clase, y que se enorgullecía y emocionaba cuando hablaba de sus hazañas bélicas en la División Azul, era el encargado de prepararlos en clases particulares que había que pagarle, para ir a los centros de estudio de Bachiller y Formación Profesional de Cartagena, por supuesto, con un estilo muy fiel al régimen para la selección de los estudiantes que debían cursar unos u otros estudios, dependiendo principalmente del nivel económico, además de las simpatías que la familia podía inspirar al régimen dictatorial.
A finales de los años cincuenta eran muy pocos los alumbreños/as que cursaban estudios en los institutos de Cartagena, y menos aún en las universidades.

            Del grupo de maestras que entonces estuvieron destinadas por aquí, sólo cabría decir que predominó la incompetencia, o por lo menos el desconocimiento de métodos didácticos adecuados, puesto que pocas son las mujeres de aquellos años, que hayan querido ser en la vida algo más que excelentes mujeres y modélicas madres.
Había una maestra que cuando las niñas pedían ir al aseo siempre les respondía:
- Ahora te esperas.
            Al poco se lo volvía a pedir y le volvía a decir:
- Ahora te esperas.
Tantas veces lo negaba que una de las niñas que tenía menos aguante que las demás solía orinarse encima, y cuando menos se lo esperaba se la encontraba en un charco de orines.
Clase de Dª. Lola finales de los años 50. Foto: Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
Por entonces, el Plan Marshall americano, no solo decoraba la fachada de la dictadura reconociéndola y sosteniéndola a nivel internacional, sino que además suavizaba su imagen interior instalando grandes industrias a crédito, y enviando importantes remesas de alimentos para la población, que después se tuvo que pagar religiosamente, por supuesto, entre los que hay que recordar por su importancia para la alimentación de la población infantil, la leche en polvo, el queso y la mantequilla, parte de esos alimentos llegaba a los colegios para el desayuno de los críos. Todos los días por la mañana, un par de chiquillos eran elegidos para batir la leche en polvo en una gran olla con agua caliente, y después, a la hora del recreo, se proporcionaba a los alumnos un vaso de leche y una loncha de queso o mantequilla con pan.
            Pero por mucho que a algunos no les agradara el sabor de aquella leche, y que incluso muchas veces hayan puesto cara de asco sólo de recordarla, lo cierto es que para muchos, esa leche, suponía el primer alimento del día, y era bastante en tiempos de tan importantes carencias, en los que la mayoría de los críos iban al colegio con un vaso de café de malta en el cuerpo.

            El escaso atractivo del colegio y las grandes necesidades familiares, eran motivos que llevaban a un buen número de niños a buscar trabajo, incluso antes de cumplir los diez años, como pinches en la construcción, o en las minas, y excepcionalmente de aprendiz en algún taller de la ciudad.
                       
            Antes de este oscuro período escolar, que duró más de 20 años, por lo que se ha podido conocer, los maestros de la Monarquía y de la II República, fueron profesionales, a veces, incluso modélicos, si bien, hay que tener en cuenta, que las condiciones miserables de la mayoría de las familias del pueblo, impedía que todos los críos en edad escolar asistieran al colegio, entre otras cosas, porque muchos de ellos, empezaban a trabajar a edades muy tempranas para ayudar a sus padres a mantener a las numerosas familias de entonces, o tenían que quedarse en casa a cuidar de sus hermanos más pequeños. Por lo que podemos entender que muchos de los nacidos antes de la década de 1940, fuesen casi analfabetos.
Niños con el maestro D. Francisco Maruenda en la puerta de la iglesia.
            No obstante, se sabe que en Alumbres hubo maestro con asignación municipal, por lo menos desde 1813, fecha en la que el pueblo tuvo Ayuntamiento propio, y consta que el primer secretario de este municipio, Pedro José de León, era además el maestro del pueblo. Más tarde, en 1889 se elaboró un proyecto de edificio para la escuela pública y que el primer colegio estuvo ubicado en la plaza Antonio Martínez, y hay constancia de su funcionamiento desde la década de 1910.
Colegio de niñas en la puerta de la iglesia.
                A principios de los sesenta ya empezaron a verse grupos de muchachos que iban al Instituto Bastarreche, a Bazán, o a Maestría, e incluso a los institutos de Bachillerato como el Isaac Peral, o Los Maristas, aunque aquí en menor número, y algunas chicas que iban a Carmelitas o Las Adoratrices. A mediados de la década inició su andadura el Instituto de Repesa como filial del Jiménez de la Espada (antes Isaac Peral), y allí se fueron desviando muchos de los alumnos que a partir de entonces cursaron estudios de bachiller.

            A partir de la década de 1960, empezaron a incorporarse nuevos maestros y maestras al Colegio Nacional de Alumbres, y aunque los primeros en llegar aún tenían la mano un poco larga, lo cierto es que, de ninguna manera se pueden comparar con los de la etapa anterior. Además, por lo que se sabe, después han seguido llegando profesionales de la enseñanza con ideas pedagógicas modernas, que sin duda han dignificado en gran medida la profesión, por lo que sólo las generaciones que los padecimos nos acordamos de aquellos maestros que enseñaban a base de palo y tente tieso.

Fuentes consultadas y/o utilizadas

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX

Documentos
-Archivo Municipal de Cartagena. Varias noticias de prensa.
-Archivo particular del Ayuntamiento de Alumbres en 1813
-Francisco Bastida Martínez. Varios datos de maestros de los  siglos XVIII y XIX. 

Testimonios
-Francisco Atanasio Hernández. Mis recuerdos.

Fotos
-Juan García.
-Francisco Atanasio Hernández. Archivo Particular.

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