Me he permitido comenzar este artículo
con un par de tercetos del poema
“Epístola satírica y censoria” de Francisco de Quevedo y Villegas, que para
mí, es junto a Miguel de Cervantes, a partes iguales, el más grande literato de
la lengua española de todos los tiempos, pero además, su pensamiento, ofrece algunas
ideas que considero muy avanzadas para el tiempo en el que vivió. En los versos
que siguen a continuación manifiesta un sentido de la libertad que ya quisiera
yo que muchos de nuestros políticos actuales nos mostraran algo parecido frente
a la banca y la Europa de los mercaderes.
No
he de callar, por más que con el dedo,
ya
tocando la boca o ya la frente,
silencio
avises o amenaces miedo.
¿No
ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre
hay que sentir lo que se dice?
¿Nunca
hay que decir lo que se siente?
Antigua hacienda de Pérez. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Los caciques.
El
caciquismo es un viejísimo sistema de relaciones entre un grupo de potentados y
terratenientes de un pueblo y la mayoría
de sus vecinos, según el cual, dejan de tener valor alguno cualquier tipo de
leyes escritas que regulen las relaciones de la sociedad, a favor, claro está,
del predominio de los caciques, que son los que imponen su ley dirigidos bajo
mano por el gobierno de la nación, la cual no puede ser otra que la del más
fuerte, y ahí están ellos precisamente para imponerla. Además, se rodean de un
grupo de gente ambiciosa, más o menos bien situados que actúan de
correveidiles, y que son en realidad los que mantienen controlada a la
población, dada la importancia de las informaciones que proporcionan, y por
cuya labor obtienen reconocimiento social y suculentas recompensas en especie.
A
lo largo de nuestra historia, el arcaico sistema caciquil ha ido acompañando
siempre a los períodos de mayor perversión y corrupción de la historia de España,
como lo fueron el largo período seudodemocrático instaurado por Cánovas del
Castillo y Sagasta, y que gracias a los caciques posibilitaba que periódicamente
los partidos se turnaran en el poder, a cuyo simulacro democrático, se le llamó
grotescamente “turno”, luego continuó con la misma intensidad durante la
dictadura de Primo de Rivera, y posteriormente, volvió a resurgir durante la
dictadura franquista, que por si le faltaba algo de podredumbre se apoyó en los
caciques de los pueblos para eternizarse en el poder. Sólo durante el corto
período de la II República (1931-1939) dejó de tener fundamento el caciquismo.
Durante
el franquismo, los caciques volvieron a ser los oscuros personajes que dirigieron
los destinos de la población, y es que es a través de este sistema de valores,
por el que hicieron su negocio los estraperlistas de la época en los pueblos,
pues como es conocido por diversos medios, eran quienes controlaban desde sus
posiciones políticas y sociales el racionamiento alimentario de sus pobladores,
con el beneplácito de las autoridades de la urbe, y mientras la gente pasaba
hambre, muchos de ellos se hicieron ricos con los productos que se apropiaban y
que después vendían a precios desorbitados.
Muchas
veces, hemos escuchado de nuestros mayores algunas escalofriantes historias de
esta época, y no se puede dejar de recordar que muchas familias del pueblo
fueron desposeídas de sus casas y de sus tierras a cambio de que no fuera
denunciado por “rojo”, aprovechándose de que ninguna autoridad de entonces se
paraba a cuestionar la palabra de un sicario, lo que suponía para el
denunciado, la cárcel como mínimo, y por esa razón, algunas familias, cedieron
a los innombrables chantajistas de entonces, el fruto de toda una vida de
trabajo y sacrificios.
Edificio donde estuvo el Cine Isabelita
Algún
cacique de este pueblo, tuvo algunos gestos que se pueden calificar de humana
compasión con los más débiles, dando trabajo remunerado o aparcero, a gentes
humildes que lucharon con uñas y dientes para sacar a sus familias adelante,
pero otros en cambio, no dudaron en demostrar sus más íntimas miserias humanas
desde el poder omnipotente que le daba su situación de privilegio, y no se
conformaba con explotar a la gente que caía en sus redes, sino que además, si
se negaban a trabajarle gratis los domingos, o cualquier otro capricho de su
desconsiderada inexistencia de escrúpulos, entonces les chantajeaba con retirarles
la cartilla de racionamiento, y si la persona coaccionada se mantenía firme en
su propósito, cumplía su amenaza y dejaba a la familia sin pan u otros
productos de necesidad racionados, y es que estos peligrosos personajes,
durante el franquismo tenían licencia para todo tipo de tropelías, pues en
realidad las autoridades en el pueblo eran ellos mismos.
Por
todo eso, si alguien quería ser considerado buen cristiano y buen vecino entre
los mandamases de la población, no podía dejar pasar la oportunidad que le
brindaba la Primera Comunión de sus hijos. Ese día, sin dudarlo un solo
instante, tenía que llevar a su hijo bien vestidito de marinero, de serio gris,
o de blanco inmaculado si era niña, a los caciques del pueblo para que los
bendijeran. Y allá que iban las mamás con sus niños o niñas bien ataviados con
sus hermosas ropas de Comunión, ostentando no sé qué poderío económico, porque
al día siguiente la mayoría de esas familias no tenían qué comer, a que los
verdaderos amos del pueblo y de la voluntad de la gente les dieran su bendición
y alguna pequeña moneda de reconocimiento a su fidelidad y sometimiento al
sistema.
Huerto de San Pedro. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Edificio donde
estuvo el cine de verano. Foto: Francisco Atanasio Hernández
El caciquismo del postfranquismo
Desgraciadamente para los españoles, el
espíritu del caciquismo no desapareció con la dictadura, puesto que la reciente
etapa seudodemocrática que estamos viviendo se puede considerar como suave
continuación del franquismo, porque contiene todos los ingredientes para
considerarlo como una etapa de transición del franquismo a un extraño sistema
de libertades con fachada democrática, entre cuyos ingredientes destaca el
anacronismo de la monarquía y que el rey fue designado por el dictador Franco,
y como la monarquía es hereditaria no se somete al sistema electoral de la
democracia, y además que la mayoría de los políticos más importantes del país proceden
de las instituciones y formaciones políticas del viejo sistema franquista que
se han preocupado mucho de mantener las estructuras y los símbolos del viejo
sistema dictatorial y menos en mejorar el sistema de libertades.
El inmovilismo de la clase dirigente en
general, ha provocado que un siglo después,
tanto el período político y social del pasado como el del presente se parezcan
como dos gotas de agua, degeneración intolerable de la clase política a todos
los niveles y de todos los colores, corrupción generalizada de las
instituciones grotescamente denominadas democráticas, saqueo y
descapitalización impune de las cajas de ahorro y recapitalización con dinero
público para convertirlas en entidades financieras privadas.
Y es que
desde los albores de la democracia, una nueva clase, en la mayoría de los casos
heredera ideológica de la anterior, aunque aparentemente progresista,
democrática y altruista, pero con un fino sentido de la oportunidad y con muy
pocos escrúpulos, se ha venido instalando en los órganos de gobierno de los
pueblos, y desde entonces lo controlan y lo dirigen todo sin dar cuentas de
nada más que de lo que a ellos les interesa.
En otras
épocas los caciques del pueblo eran gentes adineradas, empresarios mineros y
poderosos terratenientes que dirigían o tutelaban cada uno de los órganos de
gobierno de la población, acompañados de un grupito de palmeros que apoyaban y
aplaudían sus decisiones a cambio de favores. Por lo general eran igual de beatos
que su séquito y solían refugiar sus impúdicas babas en una falsa e indecorosa,
pero lucrativa, devoción a San Roque y otros santos del lugar, y por todo ello
gozaban de poder e influencias suficientes como para cometer todo tipo de
tropelías sin temor a que nadie les pidiera cuentas.
La
enfermiza devoción por San Roque sigue siendo el refugio más recurrente de los
políticos de la actualidad, que unas veces lo utilizan de paraguas para sus
oscuros negocios y otras como signo exterior de amor por la patria chica,
porque el patriotismo da muy buenos resultados, venga de donde venga.
En Alumbres, como en muchos pueblos de
nuestra geografía, hay un problema de educación en las organizaciones difícil
de extirpar, y es que la mayoría de los dirigentes, son continuadores de las
formas de gobernar de los que les precedieron, y mientras unos juegan el papel
de los antiguos caciques, otros ejercen de fieles sicarios, y enseguida que
alguien es elegido o designado para dirigir una organización cualquiera, no hay
quien le tosa ya, porque al parecer, los que mandan siempre llevan razón, y los
suyos lo respaldan a ciegas “prietas las filas”. Los Estatutos, así como las
más elementales normas de funcionamiento de los órganos de dirección, son
convertidas en bonitos adornos y dejan de tener utilidad en general.
Y si alguien se atreve a pedir que se
cumplan las normas, se expone a ser aislado de los demás y tildado de exigente
o extremista, acompañado de una campaña portalera de descalificaciones, propia
de otros sistemas políticos más restrictivos.
Hace unos pocos años, el presidente de una
organización del pueblo prolongó su mandato durante tres años, y la única
reacción que hubo fue la de un pequeño grupo de vecinos que pidieron su
dimisión inmediata, mientras que la Federación de Vecinos y el Ayuntamiento de
Cartagena se abstuvieron de intervenir y aclarar lo sucedido. Sin embargo, el
partido que respaldaba al dirigente mencionado sí se preocupó y mucho, de
asegurarse de que la persona que lo sustituyera fuese de su partido, nada más.
Y es que en este país de sol y pandereta, si
quieres triunfar en política tienes que ser o un pillo que sepa mentir y
embaucar al personal, o un corrupto, no hay mejor ejemplo que mirar
superficialmente el mapa político actual y veremos que los pillos y los
corruptos repiten una y otra vez en sus cómodos y fructíferos sillones.
Realmente, en Alumbres, hay muy pocos
vecinos que estén dispuestos a ofrecer una opinión personal que pueda disgustar
a los políticos de turno, aunque tengo que añadir que yo siempre he opinado y
actuado según mi escala de valores, y muy pocas veces tuve en cuenta si era o
no políticamente correcto, y si iba a sufrir el rechazo y acoso de los
dirigentes de turno y sus equipos de limpieza de imagen, ser libre tiene su
precio y desde muy jovencito lo tengo asumido, pues no es la primera vez que he
sentido el fétido aliento de la inquisición en el cogote.
Ruego disculpas a todos los lectores que pusieron un comentario en mi blg, pero quiero aclarar que no he sido yo el responsable de su eliminación, sino de la API de Gogle + que ha dejado de estar disponible y que no me ha dado opción de mantenerlos o recuperarlos. Gracias por vuestra comprensión.
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