lunes, 17 de octubre de 2016

JUEGOS Y DIVERSIONES DE NIÑOS Y ADOLESCENTES

          Cuando la máquina sustituye al hombre, éste deja de pensar y permite que lo haga otro por él que es mucho más cómodo que pensar por sí mismo. Esto y no otra cosa es lo que sucede con los bonitos juegos infantiles de la actualidad, deshumaniza a la esperanza del futuro, a la mayoría de los niños que no razonan, o piensan sólo para sí mismos porque escasamente se relacionan con los demás. Cada vez se funden más con la máquina y su sentido individual y mecánico de la justicia, que naturalmente cada día que pasa es más confuso y menos humano, como sin duda le corresponde a un cerebro sin sentido de la ética, de lo que es correcto y de lo que no lo es, por eso no es de extrañar que la mayoría de los jóvenes de hoy exijan de sus padres los derechos que son incapaces de exigir a sus explotadores, a cambio de ninguna obligación con ellos, y que a la vez carezcan de la conciencia que generaciones anteriores tuvieron de honrar y respetar a sus padres por encima de egoístas vanidades y olvidos sin sentido de los principios más elementales de la moral. Entre gran cantidad de los jóvenes de hoy hay una frase que muchos de ellos utilizan con frecuencia para chantajear a sus progenitores, y que en buena medida sintetiza los escrúpulos de los que las emplean “Yo no pedí que me trajerais al mundo”.
Bailando la trompa o peonza. Foto: Francisco Atanasio Hernández
            Posiblemente, haya quien piense que no se debería caer en la tentación de comparar los juegos de otros tiempos con los de hoy, sino únicamente rememorarlos, pero antes sería preciso reconocer que la infancia es un tiempo irrepetible que hay que tratar debidamente, y que los juegos de cada época tienen un encanto especial y único.
            Sin embargo, sí que es inevitable destacar el carácter más colectivista de los juegos de otros tiempos, más solidarios, e incluso, por qué no decirlo, más originales y más humanos que los mecanizados e informatizados de hoy, que sólo promueven el individualismo y la insolidaridad. Pero además, es incuestionable que la infancia es una etapa crucial de la vida que tiene que servir para que la gente aprenda a relacionarse con los demás, y si los críos llegan a casa y se meten en el ordenador, en las vídeo consolas o en la game boy, pierden la oportunidad de jugar con los de su edad en el momento que les corresponde, y como consecuencia no aprenden a relacionarse y a divertirse.
            Hubo un tiempo, en que la mayoría de los chiquillos carecíamos de juguetes para jugar, y si queríamos hacerlo, teníamos que construírnoslos nosotros mismos o nuestros padres, o juntar chatarra para cambiársela al trapero, y en todo caso, había que aguzar el ingenio si queríamos divertirnos. Espadas de madera para jugar a corsarios y espadachines, arcos y flechas para jugar a indios, pistolas para jugar a pistoleros, etc.
           Los juegos de críos y crías juntos estaban muy limitados en general, porque ellas eran educadas para una función en la vida, y ellos para otra muy distinta, y esa diferencia se manifestaba en todos los órdenes de la vida y en los juegos igual, así que, los niños jugábamos con los amigos del género masculino y las niñas con sus amigas femeninas.

Las guerrillas.
En los años cincuenta era habitual entre los críos, organizar batallas campales entre barrios rivales, como podía ser Alumbres contra Los Partidarios y La Esperanza, o los del Zaraiche contra los del otro lado de la rambla. Por lo general, siempre se acordaba que la guerrilla sería en un lugar concreto a la salida del colegio,  en el molino, o cerca del Levita, o al lado de uno de los montículos cercanos, y los primeros que llegaban tomaban las mejores posiciones. Cuando unos y otros se encontraban en sus puestos, empezaba la batalla campal a pedradas, que eran lanzadas contra el “enemigo”, con hondas, o con la mano, si el grupo que ocupaba la mejor posición era capaz de repeler el ataque se adjudicaban la victoria, pero si eran expulsados del lugar, el ejército ganador era el que conquistaba el lugar.
Terminada la contienda, todos volvían a ser los mismos amigos de siempre, y al rato ya estaban jugando a otra cosa. Era un juego más y como tal lo asumían los chiquillos.

            Las trompas.
           Juego colectivo al que se jugaba con mucha frecuencia era a las trompas (peonzas), con una de ellas castigada, la cual si no era sustituida por otra que lo mereciera, iba siendo empujada por los “caponazos”, que le daban los críos con sus trompas hasta el pozo de la rambla, o una de las innumerables gateras que daban a los patios del vecindario. A veces, la trompa castigada no llegaba a su destino, porque era partida por el certero “puazo” de una de las que la conducían a base de capones.
Trompa o peonza y su piola. Foto: Francisco Atanasio Hernández
El secreto para bailar bien las trompas estaba en liar la cuerda bien apretada, y después lanzarla con fuerza sin soltar la piola, la cual debe de estar bien sujeta entre el dedo pulgar y el índice. Luego, hay que saber cogerla del suelo con la mano sin que se pare y voltearla para golpear con fuerza la trompa del contrario.

            El caliche.
           Éste era un juego de jovencitos y mayores, que reunía varios jugadores y muchos espectadores a su alrededor, y donde se jugaban algunas monedas. La postura de cada uno de los jugadores se disponía una encima de la otra en lo alto de una pieza cilíndrica de madera llamada caliche. Se jugaba con tres piezas circulares de hierro que se llamaban “moneos” y se tiraban a darle al caliche, de manera que ganaba el jugador que tuviera la habilidad de golpearlo y quedaran las monedas más cerca de los “moneos” que del caliche.

            El chinchemonete.
         Para este juego, se empleaban dos grupos de tres o cuatro chiquillos cada uno, y se iniciaba echando a suertes quien era el perdedor por medio de una “china” escondida en la mano cerrada, perdiendo aquel que señalaba la mano que tuviera la china. El más fuerte del grupo perdedor se doblaba cara a la pared o se agarraba a las rejas de una ventana, y a su cintura se agarraba otro también doblado con la cabeza escondida entre las piernas del primero y detrás de éste otro igualmente y en idéntica actitud el último.
            El grupo que tenía que saltar sobre ellos decía entonces:
- ¡Chinchemonete!
- ¡Arriba y tente! - contestaban desde el otro lado.
Entonces empezaban a saltar, uno a uno, los del grupo ganador sobre los que se encontraban agachados, de manera que el primero que saltaba tenía que procurar hacerlo sobre la espalda del que estuviera más cerca de la pared, con el fin de dejarle sitio a los que saltaran después, y además todos tenían que mantener el equilibrio y no caerse de encima del que tuviera debajo, porque con que se cayera uno solo perdía todo el equipo. 

Las cometas.
Este era un pequeño artilugio de papel, montado sobre un armazón de  medias cañas ensambladas con hilo bramante, cuyo contorno también estaba recorrido por hilo uniendo las puntas de las cañas. Y sobre éstas, el papel recortado se pegaba con harina de trigo y se fijaba a los hilos del contorno con un doblez también pegado con harina, y para evitar que se rompiera a los primeros golpes de viento se le pegaban por detrás unas trabillas de papel sujetando el de la cometa a las cañas.

Después sólo faltaba un buen ovillo de hilo para volarla lo más lejos posible, y una buena cola de trapos que mantuviera en equilibrio a la cometa, y por supuesto, viento suficiente, ni mucho ni poco.
El tiempo más apropiado para volar las cometas era el otoño y la primavera, entonces se veía a los críos volar sus barriletes, bacalás, o estrellas, hacia el firmamento, y por medio del hilo se le mandaban “correos”, que no eran más que papelitos con un agujero en el centro para que el papel entrara en el hilo, luego la fuerza del aire le hacía llegar hasta la cometa.
Cometa. Elaboración artesanal y foto: Francisco Atanasio Hernández 
            El aro.
            Era un juego de niños para el que se utilizaban diversos materiales. Se podía emplear la rueda de una bicicleta sin cubierta ni cámara a la que se le quitaban los radios, o un alambre de acero circular, con los extremos soldados, de suficiente sección y rigidez como para que no se doblara al primer bache o piedra que pillara en el camino de las veloces carreras que iban a imprimir sus conductores. También se necesitaba un guiador, que no era nada más que una varilla de alambre, en forma de “U” en el extremo que iba a ir en contacto con el aro, y una prolongación recta de éste que llegara hasta las manos del crío sin necesidad de que tuviera que doblarse o perder la verticalidad para dirigirlo y frenar cuando fuese necesario, y podía llevar empuñadura o no.
            Con el aro se iba a realizar los recados de mamá, y sobre todo se realizaban carreras entre los chavales, a ver quién era más hábil y veloz con el artilugio.  

Las bolas.
Ahora se les llama canicas, pero casi nadie juega con ellas, y entonces se podía elegir la modalidad a la que jugar. Unas veces se jugaba al pique y palmo, y otras al huevo, aunque éste solía terminar a golpes entre los jugadores, cuando uno de ellos se llevaba la bola del otro, gritando:
-¡Al güevo vale tó!
Canicas. Foto: Francisco Atanasio Hernández
            El marro.
          No era más que un juego de persecución, en el que participaban dos grupos de niños que se disponían de espaldas a la pared de dos fachadas afrontadas, uno de los jugadores daba un golpe en la pared con el pie y salía corriendo, y de inmediato salía otro del equipo contrario en su persecución, si lo atrapaba quedaba eliminado, si no el que perdía era el perseguidor.

            A los caballos.
         Se jugaba por parejas, y uno de ellos hacía de caballo, mientras el otro hacía de jinete, éste último normalmente era el menos pesado y más ágil a la vez. Los “jinetes” subidos sobre sus “caballos” correspondientes se acercaban a sus contrincantes y procuraban desestabilizar al otro equipo haciendo caer al jinete de la montura, o a los dos.

            A la mula.
          Podían jugar varios chiquillos. Uno de ellos “amocaba”  (se agachaba doblando el tronco de manera que la espalda quedara más o menos horizontal al suelo), y siempre había alguno que le decía, “la cabeza pa la olla”, para que la escondiera entre los hombros. Apoyando las manos sobre la espalda del amocado, cada uno de los jugadores iba saltando cuando le correspondía y un par de pasos más allá se ponían en la misma posición que el anterior, para que los demás fueran saltando también sobre él, formando una cadena de saltos interminable, y aunque hay diferentes versiones, mientras saltaban decían correlativamente en voz alta, más o menos así:

            - A la una la mula.
            - A las dos la coz - a la vez que le daba una patadita en el trasero del amocado.
            - A las tres palique inglés.
- A las cuatro uñas de gato
- A las cinco salto corro y brinco.
- A las seis hacéis lo que queráis.
            - A las siete un cachete.
            - A las ocho un bizcocho.
            - A las nueve alza la bota y bebe.
- A las diez volvemos a empezar otra vez.

            La pillá.
       Era un juego en el que en principio se echaba a suertes quién se quedaba de perseguidor. Entonces el castigado elegía su víctima y corría a por él, pero en su carrera muchas veces cambiaba de objetivo, y si conseguía tocar a alguno de los jugadores, éste ocupaba su lugar, pero si no lo conseguía tenía que seguir ocupando el sitio del perseguidor hasta que consiguiera tocar a otro y se “quedara”. La velocidad y la resistencia aquí tenían mucha importancia.

            El pañuelo.
          Un juego sencillo y divertido tanto para niños como para niñas, pero cada uno con los suyos, los niños con los niños y las niñas con las niñas, que servía para mostrar la habilidad, los reflejos y la velocidad de los contendientes. Se formaban dos grupos de chiquillos/as del mismo sexo y uno de los jugadores se quedaba en medio de los dos grupos con un pañuelo cogido con una mano levemente de una punta, cuando se daba el aviso uno de cada grupo salía a toda velocidad hacia el lugar donde estaba el pañuelo, después de unos segundos de estudio de la situación y de las posibilidades de ganar, uno de ellos se atrevía a cogerlo y corría con él al lugar de salida, evitando en todo caso ser alcanzado por el otro que iniciaba su persecución sin dudarlo un instante, y el que no consiguiera su objetivo quedaba eliminado.

            El Rey-Hueso (yo lo conocí como regüello, quizás por deformación).
            Constaba del hueso de una articulación animal y una correa. Uno hacía las veces de castigador y los jugadores en círculo tiraban el hueso con la intención de que cayera sobre una de las partes planas, si caía de costado en cualquiera de sus dos posiciones, el jugador recibía un golpe en el culo o en la espalda con la correa, y si quedaba empinado recibía dos.

            El tallón.
            Dentro de un círculo se ponían las monedas que constituían las posturas de los participantes, y desde allí cada uno de los jugadores lanzaba una moneda hacia una raya previamente señalada en el suelo, y el que más acercara a ella su moneda era el primero en tirar. Ganaba aquel que consiguiera que su moneda se quedara dentro del círculo donde estaban las posturas.

            El bote en la ventana.
           Más que un juego se trataba de una de tantas travesuras que los jóvenes de todos los tiempos se han ingeniado para divertirse a costa de fastidiar a los demás. Un grupo de traviesos muchachitos o adolescentes, escogían uno de los lugares menos iluminados del pueblo, que por cierto abundaban por esas fechas, como la zona de las escuelas o del casino, y ponían en sus altas ventanas un bote lleno de agua, tierra, barro, e incluso orines si no había otro líquido, atado a un hilo o cuerda fina que se disponía lo más tirante posible atado a una piedra en el otro lado de la acera, por la que se esperaba que pasara la víctima, o alguien descuidado. Cuando esa persona pasaba por allí, si no veía el hilo tropezaba con él y como consecuencia le caía encima el contenido del bote, que dependiendo de la estación del año en que esto sucediera podía incrementar en más o menos docenas de insultos contra los anónimos autores, y en más o menos kilotones de mala leche al embromado/a, y más o menos ganas de coger a los/as bromistas por su cuenta, que sin duda se encontrarían por allí cerca divirtiéndose a su costa.
         Esta broma, algunos jóvenes se la dedicaban expresamente a algún que otro vecino en concreto, como podía ser el celador a la salida del casino.

           El canuto de caña.
        De cañas seleccionadas en los cañaverales de los alrededores se cortaba el espacio existente entre nudo y nudo para emplearlo a modo de cerbatana, y con los frutos granulados de los eucaliptos que se cogían en la carretera de La Unión, se utilizaban como proyectiles al soplar por una de las partes del canuto cargado con ese proyectil. Este instrumento servía tanto para entablar batallas entre los críos a la hora del recreo en el colegio, o en cualquier otro momento de ocio, como para la realización de travesuras, tales como dispararlo a la cabeza de alguien en el cine, o en algún otro lugar no apropiado.
Canuto de caña o cerbatana. Elaboración artesanal y Foto: Francisco Atanasio Hernández
            El tirachinas.
           Era un instrumento de mucha utilidad para los chicos de la época. Estaba formado por un trozo de rama de árbol o arbusto en forma de “Y” griega (las más estimadas eran de almendro o algarrobo), y dos gomas de igual largo que se sujetaban fuertemente en los extremos superiores de la “Y”, y entre las gomas, bien sujeto a ellas, un trozo de cuero para alojar las piedras que iban a servir de proyectiles. El extremo inferior de la “Y” era la empuñadura donde se agarraba con una mano el tirachinas y con la otra se estiraban las gomas lo suficiente como para que alcanzara el objetivo con la fuerza que se deseaba, se apuntaba al blanco y se soltaban las gomas, saliendo impulsada la piedra con fuerza por en medio de la horquilla.
Tirachinas. Elaboración artesanal y Foto: Francisco Atanasio Hernández
         Se empleaba especialmente para la cacería de gorriones y otros pajarillos, aunque también servía para las guerrillas, especialmente para las urbanas, o para ahuyentar a los gatos de la zona, y otras travesuras como la organización del “tiro a la bombilla” del alumbrado público, que el novio o pretendiente de alguna muchacha que vivía por allí no había roto todavía.

             La honda.
         Este antiquísimo instrumento utilizado por los pastores de todos los tiempos, a veces se ha utilizado también como arma. El pasaje bíblico en que el israelita David mata al filisteo Goliat de una pedrada en la frente lanzada con su eficaz y certera honda, es muy ilustrativa a este respecto. También los honderos de Baleares fueron famosos enrolándose como mercenarios de los ejércitos de Cartago y Roma.
        En Alumbres la han utilizado los pastores para acarrear sus ganados desde siempre, y los jóvenes hasta mediados de siglo, y bien entrados los años sesenta también la utilizamos con bastante frecuencia, sobre todo para las guerrillas, y especialmente por su alcance y rapidez de carga y disparo.
          La confeccionaba el propio interesado trenzando el esparto que se recolectaba en los montes cercanos, en los que tanto abunda esta gramínea. En mitad de la honda, se le hacía un ojal donde se colocaban las piedras, y al final de uno de los extremos se le hacía otro ojal por donde se introducía el dedo índice de la mano con la que se tiraba, con el fin de que cuando se disparara la honda ésta quedara sujeta al tirador y no saliera disparada también.
          Había quien hacía girar la honda cargada con la piedra sólo un par de veces alrededor del brazo, porque creía que así era más preciso, y otros la hacían girar sobre la cabeza varias veces porque creían que así la lanzaban con más fuerza y más lejos aunque perdieran algo de precisión.
Honda. Elaboración artesanal y Foto: Francisco Atanasio Hernández
          No obstante, y aunque no lo he tratado, entre otras razones porque se trata del deporte más popular, es inevitable recordar que el fútbol era el juego preferido por la mayoría de los niños y adolescentes de la época, y cuando no había suficientes jugadores para formar dos equipos, que sucedía casi siempre, entonces se jugaba con medio campo, de banda a banda, igual que el fútbol siete de la actualidad, solo que poniendo dos piedras por porterías, ya que entonces las de madera escaseaban.
           Se podrían recordar otros juegos como, a espadachines, a indios y vaqueros, a polis y ladrones, a los rompis, al abejorro, al agarejo, a parir la gata, etc., además de los que se practicaban en el ámbito familiar como el parchís o la lotería.
Cuadro de Brueghel el Viejo- Juegos de niños 1560

Fuentes consultadas y/o utilizadas

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbre en el siglo XX.
-Grupo de Trabajo Stella Maris. Chuperete merenguete.

Cuadro
-Brueghel el Viejo. Juegos de niños 1560 (internet).

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.

Memoria
-Francisco Atanasio Hernández. Mis recuerdos.

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