El singular entorno natural de Alumbres y el
imparable progreso de la sociedad, propició que, poco a poco, se adoptara la
sana costumbre de frecuentar algunos lugares de los alrededores, unas veces por
necesidad, y otras para disfrutar de un rato de merecido ocio en el tiempo
libre, especialmente en días señalados como festivos, u onomástica de un
santo/a, por lo que durante mucho tiempo, tanto jóvenes como mayores dedicaron
un día o unas horas, a la fusión con la naturaleza y la consiguiente diversión
en familia o en grupos de amigos.
Así podemos destacar como lugares más
frecuentados, El Canalote, Los Rincones, Sierra Gorda, Las Cuatro Fuentes, La
Fausilla, Los Parales, Aguilones (la Cruz de los Caidos), puerto de pescadores
de Escombreras, El Gorguel, o Las Playetas.
El día de La
Candelaria.
Era un día que entonces se
acostumbraba a ir de merienda al monte, y la gente de Alumbres iba a Los
Rincones, Las Cuatro Fuentes, Sierra Gorda, La Fausilla y al Canalote, a merendar y a coger palmitos.
Grupo de jóvenes de los años 60 en Sierra Gorda. Foto:
Archivo particular de Francisco Atanasio Hernández
El Canalote.
Éste era el lugar de mayor concentración
humana el día de La Candelaria, y por muchas circunstancias, hoy es totalmente
desconocido por las nuevas generaciones, y por otras anteriores que lo
conocieron y disfrutaron ha sido injustamente olvidado, aunque lo cierto es
que, la instalación de los depósitos de CAMPSA, supuso una barrera en el
itinerario natural de los alumbreños. El barranco se encuentra entre el Pico de
la Miguelota y el Cabezo de las Cuneras, que hay frente a la antigua fábrica de
Garrabino, y por el que discurría un arroyo entre juncos, carrizos, espartos y
palmitos, y era el lugar predilecto de los vecinos de Alumbres para ir de
merienda el día de La Candelaria de cada año.
El Barranco de El Canalote en la actualidad con Sierra
Gorda al fondo. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Las mamás y las abuelas preparaban
la tortilla francesa, el conejo frito con tomate o el pollo para la merienda,
siempre dependiendo de la economía familiar, y a primeras horas de la tarde
cogían la cesta y en quince o veinte minutos estaban allí, disfrutando del
permanente tintineo que producía la pequeña pero cristalina corriente de agua
saltando los obstáculos de piedra que se encontraba en su curso. Pero El
Canalote, no sólo era una corriente de agua, sino un conjunto, un singular
vergel escondido entre los montes pedregosos, y entre eso y el sol de invierno,
se recargaban las pilas de energía positiva. Allí los críos corrían, saltaban y
se revolcaban en las majestuosas alfombras de esparto y grama que tanto
prodigaban, y los más mayorcitos se dedicaban a recolectar palmitos para comer
sus cogollos en casa, o cogían esparto para hacerse hondas. De vez en cuando,
algunos críos aventureros se perdían y había que ir a sacarlos de una pequeña
gruta en la que se podían admirar algunas curiosas estalactitas y estalagmitas
en su interior, porque los chiquillos se confiaban por lo fácil que era entrar
en ella, resbalando por la estrecha
entrada de roca en pendiente, lo que para ellos era lo mismo que tirarse de un
tobogán, pero ese mismo carácter
resbaladizo de la roca, a los más pequeños, les impedía después salir de ella
si no recibían ayuda. Luego vendrían los sabrosos bocadillos de tortilla
francesa bien espumada, que sabían a gloria. No mucho más tarde se recogía, y
antes de que oscureciera, porque la tarde era corta, se volvía a casa con la
felicidad reflejada en el rostro de satisfacción que producía el haber pasado
una tarde diferente, en un lugar muy distinto y sumamente agradable.
EL CANALOTE
Aquellas tardes de sosiego incomparable,
de los días de La Candelaria,
retozábamos plácidamente sobre las alfombras
de espartos y de aneas
y de gramas y tomillos
que abrazaban al arroyuelo del Canalote
y más que consumirse, se devoraban
como las sabrosas y escasísimas tortillas
Grupo de jóvenes de los años 60 en las Cuatro Fuentes.
Foto: Archivo de Francisco Atanasio Hernández
En alguna que otra ocasión, éste
lugar también se utilizó como el más apropiado para festejar la consecución de
algún trofeo de fútbol, como aquel que consiguieron en Los Camachos el equipo
juvenil de Alumbres, y que según los testimonios, no sólo tuvieron que ganar el
partido, sino que además necesitaron armarse de paciencia y esperar tres o
cuatro horas a que la Reina y Damas de Honor del pueblo salieran del encierro
voluntario al que se habían sometido, en un vano intento de negarles el trofeo
a los justos ganadores. Entonces se llenaba la copa ganada en la competición,
con un líquido barato que ayudara a pasar la tarde sin perder la cabeza, y de
ella bebían todos los componentes del equipo y los aficionados que los
acompañaban, y allí, mezclados con la naturaleza, retozaban los chavales, entre
los juncos, carrizos, espartos y palmitos, y algún que otro remojón en las
frescas aguas del Canalote, como en ningún otro lugar de la zona.
En la Fausilla. Finales de los años 50. Foto: Cortesía
de Juancho García
El verano y
las playas.
Tradicionalmente,
los alumbreños han utilizado las playas más cercanas al pueblo para el disfrute
del tiempo de ocio en verano y en invierno. Los mayores llevaban a sus hijos a
las playas de Escombreras, Los Parales, y el Gorguel, y excepcionalmente,
embarcaban a toda la familia en el tren de Cartagena-La Unión, con billete
hasta Los Blancos, que era la última parada hasta no hace muchos años, y desde
allí, hacían unos dos kilómetros andando hasta las playas de Los Nietos
cargados con todo lo necesario para pasar un día de fiesta en sus aguas y
comerse una paella en sus doradas arenas.
En Los Parales. Foto: Cortesía de Paco Llor Hernández
Hasta
mediados los años cincuenta aproximadamente, en que empezaron los trabajos de
desmonte y construcción de la fábrica de FERTILIZANTES, Los Parales, era el
lugar preferido por las familias alumbreñas que decidían pasar un día de los
“señalados”, el 18 de julio o el día de Santiago en la playa y comerse una
paella cocinada con leña, y dormir la siesta bajo la sombra de los pinos que
llegaban hasta la orilla. Cada uno empleaba los medios de transporte que
disponía para llevar lo necesario, aunque uno muy usual era el carretón que
normalmente se utilizaba para llevar los cántaros de agua que se consumía en la
casa, y cuando se llegaba a la altura de la finca de Pedro Díaz se seguía el
itinerario de siempre, por el camino que pasaba por en medio de las fincas de
Pedro Díaz y Cervantes.
Los
adolescentes y mayores, especialmente los varones, más independientes y
necesitados de aventuras frecuentaban otros lugares donde bañarse además de los
mencionados, sobre todo las generaciones que a partir de principios de los años
sesenta empezaron a disponer de tiempo de vacaciones en período estival.
Escombreras. Hacia 1960 se construía la empresa de Fertilizantes
ENFERSA, (que después cerró en 1993)
en la playa de Los Parales, pero aún quedaba la Cala de Los Bolinches y sus
aledaños, para los jóvenes alumbreños que querían seguir disfrutando del
tradicional baño veraniego, en los lugares de la dársena de Escombreras que sus
mayores habían utilizado con asiduidad.
También se
podía elegir la pequeña playa que había en el viejo poblado de Escombreras,
detrás del Bar La Playa, propiedad de los padres de Antonio Hernández (Añil)-
conocido ex jugador del Real Murcia, Barcelona Atlético y Tarragona de la 2ª
división de la liga nacional -, pero a ese lugar llevaban a los más pequeños en
el autobús de Meroño, y para los muchachitos de 12 a 15 años era muy importante
no ser confundidos con “los mocosos”. Si querías podías darte un buen baño, con
ejercicios de salto y buceo incluidos hasta el fondo de unos tres metros, en el
muelle de amarre de barcos de pesca que había allí mismo. Pero a pesar de que
al final allí te podías quitar el salitre en el agua dulce de “El Charco “,
todo ello no era suficiente como para compensar los encantos que tenía el
trayecto de vuelta a casa en bicicleta desde Los Parales.
La Cruz de los Caídos. Era el lugar más alejado de Escombreras, pero en
muchas ocasiones era el elegido por los jóvenes de los años sesenta,
especialmente desde que la Central Térmica de Escombreras empezó a funcionar a
finales de los años cincuenta, porque la corriente de agua cálida que devolvía
a la mar procedente del sistema de refrigeración por esa zona, era por sí misma
un atractivo y una distracción más para el carácter inquieto y aventurero de
los adolescentes. Sin embargo no era eso lo único que les atraía a ese lugar, también
los lugares naturales lo suficientemente altos como para practicar saltos, pero
sobre todo había chicas jóvenes del viejo poblado de Escombreras, y de la
recién estrenada residencia de empleados de la Central Térmica que iban a bañarse
y a broncear su piel sobre las rocas.
Los Parales. Muchas de aquellas
calurosas tardes de los veranos de la primera mitad de la década de los
sesenta, a la hora de la siesta, un grupo numeroso de muchachos de más de diez
individuos, solían darse cita en los escalones de la plaza de la Iglesia
montados en bicicleta, pero antes de salir era habitual que un alumbreño de lo
más castizo bendijera la expedición a su manera, en voz bien alta para que todo
el mundo se enterara:
- ¡Mira si hay hijos de... en el pueblo, pues verás
como luego vuelven todos!
Los
Parales-Cala de los bolinches. Foto: miarroba.com
Y entonces se iniciaba la marcha, pasando por la
finca de Pedro Díaz y por la de Cervantes, y cuando estaban cerca de la Cala de
Los Bolinches, algunos de los chavales, aprovechando que los constructores de
la fábrica de ENFERSA en Los Parales habían acondicionado un pequeño muelle
allí al lado, impulsaban al máximo sus bicis y se lanzaban al mar montados en
ellas, aunque después había que realizar inmersiones para sacar del fondo a los
medios de transporte.
Después de una
prolongada y divertida tarde de ejercicios natatorios, se cogían de nuevo las
bicis y se iniciaba la vuelta a casa, aunque en este caso un poco a la
desbandada. Al pasar por la finca de Cervantes era obligada una parada para
refrescarse con el agua del pozo, y de nuevo adelante por aquellos caminos se
entraba en las tierras de Pedro Díaz, en las que casi todos se paraban a coger
algún limón, y al pasar por debajo del emparrado que había cerca de la salida de
la finca, se les echaba mano a los racimos de uva que colgaban provocadores de
las parras.
Los más osados paraban también en las fincas de Los
Piñas y de Los Sandalios, a coger lo que hubiera para llevarse a la boca. En
muchas ocasiones no hubo ningún obstáculo en el desarrollo de las aventuras,
porque en realidad no se hacía ningún daño
ni a las propiedades ni a los cultivos, pero en otras eran sorprendidos
y apedreados, e incluso perseguidos por los enfadados dueños de las tierras que
pretendían dar una lección para que no se repitieran los hurtos.
En la
actualidad no hay ni un solo lugar en Escombreras donde bañarse, porque las
instalaciones industriales y la ampliación de los muelles de graneles y de
crudo los han hecho desaparecer, y de las fincas sólo quedan algunos naranjos y
limoneros abandonados que recuerdan un pasado agrícola no muy lejano.
Algunos de aquellos
jóvenes, mucho más aficionados que otros a la pesca con caña, preferían pasar
un buen día de fiesta pescando en Cabo de Aguas o en alguna otra parte cercana
de la costa, en lugar de contemplar las diversas alternativas de sol y playa, y
para ello, días antes echaban el salabre con una cabeza seca de bonito o de
atún, en un lugar del Fangal de Escombreras, a cuyo reclamo acudían los
camarones que luego utilizarían de carnada en el anzuelo.
Las Playetas. Es un lugar de la costa que hay detrás de la Refinería de Escombreras
y hay que subir el monte de La Fausilla para bajar a la otra parte de la mar.
Por lo escarpado del terreno y su difícil acceso era un lugar poco frecuentado,
y allí solían ir algunos pequeños grupos de jóvenes varones, cargados de comida
y otros bártulos necesarios para pasarlo lo mejor posible, además de algunas
artes de pesca que nunca olvidaban los más aficionados en los “días señalados”
como el 18 de julio, o el día de Santiago.
Aquel era un
lugar predominantemente de roca con una playa muy pequeña y no se podían
instalar grandes comunidades de veraneantes, incluso dos grupos de cinco o seis
individuos cada uno se podían agobiar, por eso a veces, ocupar el mejor lugar
de la playa era motivo suficiente para intentar llegar el primero a costa de lo
que fuera, sólo que no siempre salían las cosas como se planeaban. Un día de
aquellos de la mitad de los años sesenta, dos grupos de jóvenes distintos
divulgaron entre los conocidos que iban a ir a pasar el día de Santiago a Las
Playetas, sin embargo los componentes de uno de los grupos quisieron ser más
pillos que los del otro y se fueron la tarde anterior para ocupar el mejor
sitio de la playa, pero a la mañana siguiente se les habían acabado las
provisiones, pues entre otras cosas el mar abre el apetito, y tuvieron que
desmantelar el tinglado rápidamente, y mientras estos subían la cuesta del
monte haciendo el camino de vuelta a casa, se tropezaron con el otro grupo que
bajaba rebosante de energía y de ganas de divertirse en una playa sólo para
ellos.
Uno de aquellos días de la mitad de la década de los
sesenta que el calendario señalaba como fiesta nacional, fueron a la playa del
Gorguel a pasar la jornada un grupo de jóvenes varones, y como uno de ellos era
sobrino de Matilde que pasaba unos días con su familia ocupando uno de aquellos
barracones, a ella fueron a dejarle los dos pollos fritos con patatas y tomate
que llevaban para comer. Estaban disfrutando del baño y de las naturales
carreras de natación juveniles cuando llegaron otras familias del pueblo, entre
las que ¿casualmente? iban dos chicas que habitualmente flirteaban con dos de
aquellos muchachos, y éstos tras una cómplice mirada pensaron que ya era hora
de cambiar de compañeros de juegos y se fueron con las chicas.
En Las
Playetas. Foto: Archivo Fº. Atanasio Hernández
Un par de horas después, el deporte de natación y
los juegos de pelota en la playa, empezaron a producir en los muchachos una
sensación improrrogable de reponer fuerzas lo antes posible y llamaron a comer
a los otros dos, pero estos jóvenes galanteadores encandilados por la presencia
femenina se olvidaron de todo, incluso de que habían ido allí en compañía de
otros amigos, que hartos de ser ignorados pensaron irse sin ellos a comer y de
paso darles una lección.
- Matilde nos ha dicho tu sobrino que nos des los pollos,
que hemos pensado comer en la playa.
- Claro que sí, tomad y que os aproveche - dijo
amablemente la noble mujer.
Cogieron la cazuela con mucho cuidado, como si no
tuvieran prisa, y cuando desaparecieron de la vista de Matilde corrieron, como
alma que lleva el diablo, a guarecerse de los inclementes rayos de sol bajo la
generosa sombra de las palmeras datileras que hay en los bordes de la playa, y
allí, entre las histéricas risas juveniles que producía pensar en el chasco que
se llevarían los otros cuando bajaran de las nubes, y el buen apetito de los
adolescentes devoraron el contenido de la vasija.
Cuando los galantes muchachos se quedaron solos
porque las chicas se fueron a comer con sus familias, entonces se acordaron que
no sólo de ligar vive el hombre, y se percataron de que algo no iba bien porque
sus amigos no estaban por allí, y como el hambre empezaba a hacer estragos en
sus estómagos vacíos se dieron a correr en busca de sus compañeros de viaje,
pero cuando los encontraron ya era tarde, y mientras los bromistas se
revolcaban de risa por la arena, las víctimas de su diversión, más cabreados
que de lo normal, se resignaban a su suerte mientras buscaban la forma de
calmar el estómago haciéndose un bocadillo.
Playa de El
Gorguel. Foto: Francisco Atanasio Hernández
Generaciones posteriores han seguido utilizando esta
playa, a la que llevaban sus tiendas de campaña para pasar fines de semana, a
pesar incluso de que los vertidos de estériles de la mina no dejaron de
contaminar sus aguas y su arena hasta no hace muchos años, y todavía tiene
muchos adeptos entre los vecinos de la zona, ahora quizás con más razón que
antes, puesto que ya no hay vertidos de las minas, aunque la playa, 26 años
después de que éstas dejaran de verter, sigue estando colmatada de estériles
mineros, porque la Administración continúa pensando cómo regenerarla,
seguramente hasta que la propia naturaleza consiga regenerar lo que la
conjunción de la codicia humana y la desidia administrativa han destruido.
Además, en esta cala no hace mucho tiempo que se instaló una piscifactoría, y
Obras del Puerto también proyecta una obra gigantesca en el lugar, lo que sin
duda, haría imposible la utilización de su playa.
Todavía siguen en pie muchas de las casetas de
madera pegadas a la falda de los montes, desafiando al tiempo y a los montones
de estériles que sepultan las doradas arenas que otras generaciones pudimos
disfrutar.
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Retazos de la historia de Alumbres.
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres algunas historias pendientes.
Poema
-Francisco Atanasio Hernández. El Canalote.
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández. Archivo particular.
-Juan Martínez García.
-Francisco Llor Hernández.
-Miarroba.com
Muy bueno, Atanasio... Y muy activo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan. Un abrazo
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