Junio, es el mes de la recolección de
las mieses en las regiones del
Mediterráneo, y este evento, nuestros ancestros lo festejaban por todo
lo alto, con fiestas en las que fácilmente se mezclaban rituales paganos con
matices supersticiosos de origen religioso.
El fuego es
el más importante elemento de purificación conocido, los Celtas, utilizaban el
ritual de la cremación con sus muertos, y no era por capricho, sino porque por
ese medio se eliminaba la posible expansión de enfermedades y epidemias.
La
religión cristiana, utiliza la fábula de “el fuego del infierno”, para
intimidar a los temerosos de que el castigo de Dios caiga sobre ellos, porque
enviará sus almas pecadoras a quemarse en el infierno.
En
antiguos períodos de guerras, al principio de la historia, se producían
epidemias que devastaban poblaciones enteras, y para evitar su propagación, las
gentes quemaban los cuerpos de los muertos infectados y todas sus pertenencias,
porque le daban al fuego un poder purificador inigualable, y lo cierto es que
no se equivocaban, porque con el fuego eliminaban todos los virus adheridos a
ropas y enseres. Hasta no hace mucho, por estas tierras, las ropas de los
muertos se quemaban, quizás con ese mismo criterio.
Se
sabe que en otros lugares de España, como en Navarra, en los llamados
aquelarres, se realizan rituales a los que se les llama satánicos o de
brujería, desde tiempos inmemoriales, y en los que el fuego juega también un
importante papel.
El
fuego en nuestra tierra tiene también ese carácter purificador que lleva
implícito el culto al fuego en otras culturas, de hecho, hay muchos lugares de
las costas del Mediterráneo que tienen costumbres parecidas a las nuestras,
especialmente en el Levante español, Alicante, Valencia, etc., como es que, llegado
el solsticio de verano, las gentes del lugar llevan a cabo rituales
purificadores quemando enseres viejos e inservibles amontonados, como un
símbolo de renovación y bienvenida a la nueva estación.
Fotos: Francisco Atanasio Hernández
Durante
mucho tiempo, por esta parte de la geografía española, los críos del pueblo
eran los encargados de preparar las hogueras que habrían de quemarse la noche
de San Juan, leños, maderas viejas, trastos inservibles, y matorrales secos, se
iban amontonando de forma anárquica, sin orden ni concierto, en el lugar más
apropiado de la zona, un solar, una plaza, o un descampado, cerca de las
viviendas de los que los habían ido recolectando.
Por lo menos
cinco o seis hogueras se incendiaban en el pueblo, eso sí, cada grupo de
chiquillos tenía que vigilar la suya, porque mientras que unos cenaban, algún
que otro grupo de chiquillos más traviesos, se dedicaban a incendiar las de los
demás, o por lo menos lo intentaban, pero en más de un caso, consiguieron su
objetivo.
Por
entonces, José Ojados era guardia de la portería en Refinería y para la noche
de San Juan, pedía que le trajeran hasta cerca de su casa, algunos de los
camiones de matorrales que salían de la limpieza del terreno.
Aquelarre de Francisco de Goya
Más o menos
a las doce de la noche, la hora mágica de la noche más hermosa del año para
muchos, cuando empezaba el día de San Juan, era el momento apropiado para
empezar el ritual del fuego. Se incendiaban las hogueras entre el jolgorio de
los vecinos y el crepitar de las fogatas que elevaban sus llamas hacia el infinito
y se explotaban algunos petardos.
Muchos
jóvenes, se preparaban entonces con sus pértigas de caña o de madera, para saltar sobre las llamas cuando
estas decrecieran lo suficiente como para desafiar al fuego, en un ritual
verdaderamente inmunizador, otros menos osados y los más jóvenes, esperaban a
que quedaran sólo los rescoldos para saltar sobre ellos.
La magia del
fuego hacía sonreír a todos los asistentes, porque cada cual buscaba su resplandor
alrededor de la hoguera, y saltaban y reían enfervorecidos hasta que hubiera
fuego en la pira.
Finalmente, un sencillo poema de mi cosecha de hace muchos años.
LAS HOGUERAS DE SAN JUAN
Amontonados, unos sobre otros
sin orden ni
escalafón alguno
desaliñados, de
cualquier manera
se yerguen
impertérritos
en medio de la
plaza
la recolección voluptuosa
de leños,
maderas viejas y matorrales secos
resignados a su
suerte
esperando con
insólita paciencia
el comienzo del
espiritual sacrificio
con la ceremonia
de fuego
que cada año se
celebra
en la Noche de
San Juan.
La luna se
expande
la noche se cierra
y a las doce en
punto suena
la señal para
incendiar la hoguera.
Ya comienza el
crepitar de la leña
ya se elevan
hacia el infinito
sus ansiosas
llamas
entre el
enardecedor jolgorio
de la
muchedumbre que la rodea.
Niños y mozos se
preparan ya
para saltar las
fogatas
en una mezcla de
osado desafío
y de ritual
inmunizador.
En la Noche de
San Juan
cada cual busca
su resplandor
alrededor de la
hoguera.
Unos lo buscan
dentro
otros lo
encuentran fuera
y mientras los
más atrevidos
realizan sus
enérgicas piruetas
y arriesgados
malabarismos sobre el fuego
muchas parejas
de amantes
se escabullen en
silencio
y buscan con
pasión resplandecer
en las más
cálidas penumbras.
Fuentes consultadas y/o utilizadas
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres en el siglo XX.
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.
Poema
-Francisco Atanasio Hernández. Las hogueras de San Juan.
Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.
-Francisco de Goya. Aquelarre.
Testimonios
-Mis Recuerdos
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