viernes, 17 de mayo de 2019

ESTAMOS EN CAMPAÑA ELECTORAL Y LOS CACIQUES DE NUEVO CUÑO ALIMENTAN A SU CLIENTELA CON EL DINERO DE TODOS


             Hace unos días se iniciaron las obras para la construcción de una terraza en la cantina que hay en las instalaciones del Secante y que solo la utilizan los clubes de fútbol ligados al Sr. Reverte, también Secretario Comarcal de la UGT, por cierto, el único directivo del fútbol alumbreño que disfruta de despacho propio, y que en sus muchas horas libres se dedica a gestionar algunos clubes del fútbol base local.
Terraza de la cantina del fútbol base en construcción 15-5-2019. Foto: Francisco Atanasio Hernández
            Esta mejora se entendería mejor que como un favor a la clientela, si la cantina la utilizáramos también la SFC Minerva, pero no, el Club de Tercera División, carece de cantina, y además, esa parte de las instalaciones solamente la utilizan los aficionados de los equipos de fútbol base, curioso, porque con el pretexto de que haya seguridad para los árbitros, la entrada para los partidos de competición de la SFC Minerva se realiza por la puerta que da acceso al pabellón deportivo cubierto.
            Es más, desde que la SFC Minerva se fundara en 2012, cada vez que hemos conseguido algo ha sido a base de protestar airadamente, lo cual pone de manifiesto, una vez más, que ni todos los clubes somos igualmente tratados por el Ayuntamiento y la Junta Vecinal, ni el dinero público se emplea con criterio de justicia y equidad.
            Son muchas las reivindicaciones pendientes que son abordadas con la misma indiferencia que he mencionado.
Desde hace varios años venimos reclamando la mejora de la deficiente iluminación del campo de fútbol, y en invierno, se hacen bastante complicados los entrenamientos por la tarde, y por supuesto es imposible programar los partidos después de las 17 h., pero es como si nunca se hubiese dicho nada.
La megafonía de las Instalaciones está en el despacho del Sr. Reverte, por lo que no está accesible para todos los clubes, así que hace un par de meses, la SFC Minerva se tuvo que rascar el bolsillo para instalar un sistema de megafonía propio.
Lo que debería de ser un museo del fútbol alumbreño está ubicado en un inadecuado y lóbrego lugar, al que no tienen acceso los aficionados, tan solo los que los dirigentes del fútbol base quieran dejar entrar. Los demás aficionados no podemos disfrutarlo ni mostrarlo a familiares y amigos. Hace algunos años se pidió el cambio de ubicación, pero el Ayuntamiento de Cartagena y la Junta Vecinal de Alumbres tienen los oídos taponados para todo aquello que afecte o proponga la SFC Minerva.
             Desde hace tres meses El Secante dispone de marcador, pero después de haberlo reclamado en innumerables ocasiones, y lo mismo sucede con otras pequeñas cosas. Si no pedimos no hay nadie que se ocupe de hacer una relación de necesidades, todas las mejoras que se han ido consiguiendo a lo largo de los 7 años de existencia de la SFC Minerva han sido a base de reclamarlos públicamente, lejano en el tiempo se encuentra el intento del gestor de las instalaciones en 2012, Sr. Reverte, de cobrarnos por la utilización de las instalaciones deportivas.
            Desde el verano de 2016, está desmantelado el monolito que se levantó en El Secante en 2009 en memoria de todos los protagonistas del Fútbol en Alumbres, pero eso parece que al Ayuntamiento y la Junta Vecinal de Alumbres les resbala, porque ni investigaron el acto vandálico, ni se depuraron responsabilidades, ni ha habido intención alguna de restaurarlo en estos tres años, es más está claro que los malhechores tienen fácil acceso, es decir están muy cerca, porque alguna que otra vez ponen la pelota, para días después volvérsela a quitar, una forma de burla que solo delincuentes consentidos se pueden permitir. Por todo lo dicho, parece que el mejor respaldo de los vándalos es el Ayuntamiento y la Junta Vecinal.
El monolito Antes y después de desmantelado. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
            Paradógicamente, con el monolito del Secante, no hay el mismo celo de conservación que con el que hay levantado en el cementerio en honor del fascista Antonio Pérez García, así como con el nombre de las calles en las que se rinde homenaje a fascistas conocidos.
            El pasado verano de 2018 decidieron poner asientos en las únicas gradas que disponen las instalaciones, pero dejaron sin ponerlos en un tercio del graderío, y así continúa, no se sabe hasta cuándo.
            Detrás de la portería del lado Norte, hay un pequeño campo de tierra que no se utiliza para nada desde hace varios años, y que podría utilizarse para ampliar el graderío, porque no existe ninguna razón, y menos de seguridad para que no se utilice la entrada a las instalaciones por la puerta que siempre se usó, y que en la actualidad sólo se emplea para la entrada de aficionados en la disputa de partidos del fútbol base.
            Por cierto, el lugar donde se expenden las entradas está muy deteriorado y quizás convendría un cambio de ubicación.
            En definitiva, parece que en el Ayuntamiento de Cartagena y la Junta Vecinal de Alumbres, solamente hay oídos para satisfacer las ansias de poder y mezquindad de la “clientela”, y cuanto más desprestigiados están, más ayudas y respaldo político y social obtienen.
            Por eso aquí nunca pasa nada, en este país no dimite nadie, y en Alumbres tampoco, como en los viejos tiempos del caciquismo, y menos quienes están sustentados, contra viento y marea, por grupos de personas que se contentan con que de cuando en cuando se acuerden de actuar de conseguidores de ayudas para las procesiones y acompañarlas con cara seria y compungida, sin olvidarse de asistir a misa periódicamente a pedirle crédito a Dios para seguir siendo injusto, con eso, parece suficiente para ser bendecidos y respaldados.

            Y es que, en los pueblos como Alumbres, un siglo después, sigue perviviendo el caciquismo alienante, aunque con algunas diferencias respecto a la etapa anterior. En otras épocas, los caciques del pueblo eran gentes adineradas, empresarios mineros y poderosos terratenientes que dirigían o tutelaban a cada uno de los órganos de gobierno de la población, acompañados de un grupito de “palmeros” que apoyaban y aplaudían sus mezquindades a cambio de favores. Por lo general eran igual de beatos que su séquito y solían refugiar sus impúdicas babas en una falsa e indecorosa, pero lucrativa, devoción a San Roque, y por todo ello gozaban de poder e influencias suficientes como para cometer todo tipo de tropelías sin temor a que nadie les pidiera cuentas.
            Pero desde los albores de la democracia, una nueva clase, aparentemente altruista, pero con un fino sentido de la oportunidad, y con muy pocos escrúpulos, se ha venido instalando en los órganos de gobierno de los pueblos, y desde entonces, lo controlan y gobiernan todo, en la mayoría de los casos, sin dar cuentas de nada más que de lo que a ellos les interesa.
            En la actualidad, la mayoría de los dirigentes de las organizaciones supuestamente democráticas son personas del pueblo llano, aunque en general ligadas a la disciplina de los partidos y sindicatos corrompidos, trabajadores, sindicalistas y politiquillos que se autoproclaman progres, socialistas y sindicalistas de clase, aunque luego sus actitudes en el desarrollo de sus obligaciones, sean más propias de caciques y derechistas trasnochados que de lo que proclaman a los cuatro vientos.
            Y como los viejos caciques, profesan una devoción casi enfermiza al patrón del pueblo, San Roque, al que las más de las veces utilizan de paraguas y a la vez como fuente de votos en los procesos electorales.
            Individuos que repudian a sus familiares y convecinos por la condición de ser diferentes y por reclamar más democracia, más justicia, y más equidad,  no merecen el calificativo, ya no de socialistas, ni siquiera de demócratas. He conocido a gente, y tengo amigos calificados como de derechas, que nunca me preguntaron mi tendencia política y siempre me respetaron como persona, pero estos caciques de nuevo cuño carecen del más mínimo sentido del ridículo, y sobre todo de ética donde puedan medir moralmente sus actos.


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